Ramón Strusiat, cosechero de algodón

“No es fácil levantar esto”

Con la mecanización de la cosecha algodonera se ven cada vez menos hombres recolectando la fibra al modo tradicional. Pero los que quedan dan testimonio de una realidad vigente desde hace varias generaciones.

Juan Manuel Fernández

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Enviado Especial a General Obligado

Cuando llega el otoño y la bochas del algodón empiezan a reventar, dejando al descubierto la preciosa fibra, los campos del norte santafesino reciben a cientos de trabajadores para levantar la cosecha.

Cada vez son menos. Un poco por el avance de la mecanización, que abarata costos y evita problemas laborales. Otro poco porque las ayudas sociales frenan la desesperación por conseguir un mango.

Al norte de Reconquista se los puede ver, mientras el sol dure en lo alto, a la vera de la ruta 11. Encorvados, sumergiendo cabeza y brazos en el cultivo, transitan el lote cientos de veces auscultando minuciosamente cada planta. Lo hacen arrastrando una bolsa de arpillera atada a la cintura, que irán reponiendo por otra vacía cada vez que se llene de capullos.

Y si un curioso (o un periodista) se mezcla entre ellos para hacerles alguna pregunta, apenas se distraen lo justo y necesario como para resolver el misterio que plantea la presencia del forastero.

Responden cortito, sin abrir demasiado la boca, un poco seseando y otro poco entrecortando vocablos al estilo correntino. Los más jóvenes preguntan por la ciudad, sobre todo si se consigue trabajo. Los más viejos, en cambio, pueden sentarse sobre su bolsa, encender un cigarrillo y responder como si le contaran un cuento a un chico. Un cuento con final feliz, aunque sea un poco triste.

—¿Cómo es su nombre?

—Ramón Strusiat

—¿Cuantos años tiene?

—64

—¿Y de dónde es oriundo, Ramón?

—De Quitilipi, Chaco.

—¿Hace mucho que anda por Santa Fe?

—Desde el año 70

—¿Y desde cuando cosecha algodón?

—Y... más o menos desde los 7 años.

—O sea que lleva unos cuantos...

—Y... si te parece. Ya son 64 que tengo en mi lomito.

—¿Y siempre cosechando algodón?

—Y... algunas temporadas si, soy temporario; y otras trabajo en el monte, corto leña. Esa es la vida más linda porque ahí no nos comen los mosquitos y los calores... y así vivimos nosotros acá en el norte.

—¿Dónde vive?

—En Campo Hardy.

—¿Sólo, con familia?

—Por ahora solo.

—¿No tuvo mujer, hijos?

—Sí, tenía. Falleció mi mujer y mis hijos están todos por Rosario. Y ahí quedé solito.

—¿Fueron a buscar trabajo sus hijos?

—Si señor. Dispararon todos del monte, viste, porque la vida del monte es dura. Y entonces se jueron solos ellos cuando eran jóvenes. Y ahora ya tienen toda su familia formada así que... el viejo quedó acá.

—¿Cómo es el trabajo del cosechero de algodón?

—Y, sacrificado es; porque tenés que entrar de madrugada y comer arriba de tu bolsita (de la bolsa donde van juntando la fibra) y darle hasta las 3 o 4 de la tarde, según la hora a la que el patrón venga a levantarte el algodón.

—¿Cuánto se puede juntar por día?

—Y, algunos andan entre los 70/80 kilos. Algunos más, otro menos. Según el cristiano como se mueva en la cintura y en los brazos.

—¿Y usted cuánto hace?

—Ahora estoy haciendo $65, a veces $70, porque la cintura no me da. Y cuando estamos cansaditos ya es otra cosa.

—¿Cuánto le pagan por este trabajo?

—$5,50 los 10 kilos. Fijate esta bolsita no tiene 10 kilos así que no tengo $5 yo acá.

—¿Cuánto tiempo le lleva llenar una bolsa de esas?

—Más o menos una hora y media; depende cómo esté el algodón, porque hay parte que está lindo y otras que está feo. No es fácil levantar esto.

—¿Y entonces cuánto se lleva por día a la casa?

—Y... unos $33 más o menos. Con eso me tengo que arreglar.

—Y con tantos años en el algodón, ¿nunca pensó en probar con otra cosa?

—Probé pero no me fue bien, entonces quedé nomás donde estaba...

—¿Con qué intentó; con qué probó y no le resultó?

—Por ejemplo el obraje. Se ganaba lindo, pero hubo ese problema y ahí quedamos todos... entre el monte. Y después anduve de encargado de chacra y tampoco. Y entonces me quedé nomás como estoy.

—¿Nunca probó de irse a otro lado en vez de quedarse por acá?

—No, porque me gusta mi zona. Tengo todos mis amigos. Y la colonia es muy buena, entonces... no busco otro lado. Porque acá es una vida sana. Acá vos estás en las casas y por allá pasa uno y de lejos te grita... ¡¿Y si te vas a una ciudad que vas a hacer?! Acá es otra vida. Y tenés una vida linda porque los domingos tenés un tiempo y te vas a pescar, te vas a cazar. Y vivís tranquilo... ¡para mí por lo menos!

Son casi las 4 de la tarde y por la ruta se ve llegar al patrón manejando un tractor. En un acoplado trae la balanza para pesar, pagar y acopiar la faena de cada trabajador.

Es hora de ir terminando. Después de una jornada completa mirando al piso, los cosecheros por fin levantan la cabeza y enderezan la espalda. Con su bolsa de algodón al hombro enfilan, con paso cansino, hacia el montecito donde recibirán el pago diario.

Todavía le quedan algunas horas al día. Así que cada cual parte a vivir lo que pueda, antes que llegue el próximo amanecer.

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En pata. El cosechero acusa el efecto de los años y evita usar los borceguíes porque le hacen doler la cintura. Si eso pasa se cansa antes y cobra menos.

Foto: Juan Manuel Fernández