Un buen momento

Los festejos por el bicentenario permitieron expresar un sentimiento largamente guardado: el orgullo nacional. Se festejó la propia identidad.

Federico Aguer

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El hombre entona, un poco desafinado, la marcha de San Lorenzo. Mientras recuerda con emoción la época de “la colimba”, intenta expresarle a su nieto en brazos todos los sentimientos que esos acordes despiertan en él. El chico, sorprendido, intenta descifrar el significado de esa multitud que aplaude y canta. En Santa Fe, como en todas las localidades del país, el bicentenario se vivió con intensidad. La Avenida General López se volvió a vestir de celeste y blanco para encaminar un desfile que incluyó a las fuerzas militares y de seguridad, las colectividades que llegaron a esta ciudad, y los veteranos de la guerra de Malvinas, tal vez los más aplaudidos de esa soleada mañana.

En Buenos Aires, el evento fue magnífico. En un majestuoso escenario montado en la 9 de julio, actuaron los más variados artistas de la cultura nacional, que inclusive vibró con los acordes de la cumbia santafesina. La reapertura del teatro Colón aportó otro símbolo nacional que reabría sus puertas al mundo, justo en ese contexto tan especial.

El desfile de las carrozas representativas intentó resumir algunos hitos que marcaron a fuego nuestra identidad. En este merecido homenaje, el campo fue el primer actor, representando a los primeros chacareros que, con precarias herramientas, fueron forjando el interior productivo.

El éxodo jujeño, el surgimiento de los movimientos sociales, la guerra de Malvinas, las lucha de las madres de Plaza de Mayo y el futuro centrado en los chicos y la educación, fueron algunos de los tópicos representados de una manera impactante y vistosa.

Tal vez, el único punto oscuro lo dio, una vez más, nuestra clase política, incapaz de dejar de lado las diferencias domésticas, para mostrarse juntos, aunque sea por ese solo día.

Independientemente de eso, quedó en evidencia la necesidad de un pueblo de sentirse orgulloso de sí mismo. No se puede avanzar en la historia si no es aferrado a sus propias verdades. Asumiendo los errores, pero a caballo de sus logros.

Ese hombre que entonó emocionado la marcha de San Lorenzo, fue la cara de millones de argentinos que, doscientos años después, aprendimos muchas cosas: la democracia -con participación activa- es la única salida. Los políticos que nos representan somos nosotros. Los buenos momentos, como el vivido el 25, se construyen con los pequeños esfuerzos cotidianos.