El exilio del artista

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“Autorretrato con la oreja vendada”, de Vincent van Gogh.

 

Por José Duimovich

El domingo 27 de julio de 1890, Vincent van Gogh se dispara una bala de revólver en el pecho. Algo después de la una de la mañana del 29 muere. Un día más tarde el père Tanguy, Lucien Pisarro, Dries Bonger, el doctor Gachet, Emile Bernard y unos pocos más acompañan a Theo, el hermano del artista, al cementerio de Auvers-sur Oise.

Las rupturas, las divergencias con la cultura tradicional, se producen después de 1885, muchas veces en la intimidad de los talleres. Esta situación no es ajena a la conciencia, cada vez más profunda, que los artistas progresistas tienen de su aislamiento. Saben que pertenecen a otra sociedad, a otro destino doloroso, más doloroso el que tuvieron algunos impresionistas. Giulio Carlo Argan lo destacó acertadamente: “Con Van Gogh escribió- empieza el drama del artista que se siente excluido de una sociedad que no utiliza su trabajo y hace de él un inadaptado, candidato a la locura y al suicidio”.

Una sociedad pragmática, que asigna al trabajo la única finalidad del valor de cambio, no puede ver sino como infractor a este “maldito”. Van Gogh es uno de los artistas afectados más profundamente por el dilema del desinterés por lo artístico en un mundo organizado sobre el concepto del progreso material.

Pero Vincent -como solía firmar sus cuadros- halla su salvación en la coincidencia con el pensamiento de Kierkegaard. Su telos naturalmente será absoluto, alcanzable sólo a través del arte. El pintor sacrifica todo a las necesidades éticas y religiosas.

En 1885, realiza “Los comedores de patatas” con la conciencia de estar representando a las víctimas desheredadas de la modernización. Hasta ese momento ignora la poética iluminista de Monet y de sus amigos de 1874, y resuelve sus pinturas con colores bituminosos, oscuros, muy cerca de Jules Breton, de Millet, de Daumier, pasando por el recuerdo de Rembrandt y Franz Hals. Poco después, en París, en 1886, descubre el impresionismo y los colores puros de las estampas japonesas de Utamaro, Hiroshigue y Hokusai. Pero también conoce los ambientes más revolucionarios del arte joven. Se encuentra con Guaguin, Emile Bernard, Louis Antequin, Guillaumin, Tolouse-Lautrec, Seurat, Signac. Su pintura cambia, pasa a un cromatismo violento. Intuye que el color tiene propiedades expresivas de su uso descriptivo.

Desde entonces, aunque atiende a los valores de la luz y de la vibración óptica, su problema no es el de las “sensaciones” tematizadas por los impresionistas. Recurre a una paleta más emocional que responde menos a la luz captada por la retina que a su correspondencia interiorizada, simbólica. Busca revelar imágenes interiorizadas, brutal, salvaje o sutilmente simbólicas. Su concepción del arte como expresión lo lleva a introducir los recursos emotivos de la “deformación subjetiva” de la línea y del contorno. Todo esto, por otra parte, lo separa de las indagaciones cognoscitivas de Cézanne, de Seurat, de Signac, e incluso del simbolismo sintetista de Gauguin.

En dos años, desde su arribo a Arlés, en febrero de 1888, intoxicado de alcohol y tabaco, hasta su fin, Van Gogh realiza su obra artística mayor. De esa época, son “El café de noche” (1888) y “Autorretrato con la cabeza vendada” (1889). Como afirmó Mario de Micheli, “el color se convierte en pura exaltación lírica, en vibración agudísima del sentimiento, en ascenso cósmico”. En una carta de septiembre de 1888, al referirse a su tela “El café”, explica esta cualidad: “He tratado de expresar con el rojo y el verde las terribles pasiones humanas”.

Es comprensible que su ejemplo junto con el del noruego Edvard Munch haya influido profundamente en las búsquedas existenciales, visionarias, tensas, de los expresionistas alemanes desarrolladas en la primera década del siglo XX.

Sin embargo, la influencia de la pintura de Van Gogh sobre el arte contemporáneo es mucho más profunda y no puede reducirse a sus relaciones con el expresionismo histórico.

Empero, el mensaje de Van Gogh estaba dirigido a su época. Angustiado por el destino del hombre y de la sociedad, pretendió, a su manera, desenmascarar la mistificación y la falsedad creciente. Su única salida fue la rebelión artística, la perturbación mental y el suicidio. Son algunas formas del exilio del artista, como la huida de Gauguin al mundo primitivo de la Polinesia y el aislamiento de Cézanne en Provenza.


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“El campo”, de Vincent van Gogh.

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“Café nocturno”, de Vincent van Gogh.