Parir muñecas

Ana María Mammarella, en la soledad de un trabajo “casi autista”, fabrica muñecas en su taller de Ciudad Evita, Buenos Aires.

Parir muñecas

Todavía existen talleres que salvan a las muñecas de mordiscones, rayones de biromes y pelos de punta. Pero hay más: en algunos de ellos nacen “niñas” de porcelana.

TEXTOS Y FOTOS. MARÍA DE LOS ÁNGELES ALEMANDI

Nadie lo sospecha. De afuera esa casa es idéntica a la del vecino, a todas las de aquel barrio de Ciudad Evita, Buenos Aires. Pero adentro, después del living, detrás de la cocina, al final del garaje, hay un taller. Allí, Ana María Mammarella, en la soledad de un trabajo “casi autista”, fabrica muñecas.

Más de setenta horas de trabajo logran que parezcan salidas de un útero, como si se gestaran por obra de la naturaleza. Aunque en el minuto uno no son más que un bidón de porcelana que se vierte en distintos moldes: por un lado la cabeza, por otro el cuerpo, allá los brazos, aquí las piernas. En un horno especial se cocinan.

- Es como un rompecabezas - dice Ana.

Cuando las piezas están a punto, se deben unir para que surja algo parecido a lo que será la muñeca. Mientras tanto es una criatura de un blanco que impresiona de pálido, con una piel fina y áspera como la cáscara de huevo. En ese estado el bizcocho, que sería como el feto, vuelve al horno para dorarse otro poco.

- Las muñecas no se quejan, no sangran.

Lo que sigue es mucha paciencia y una obstinación desquiciada por lograr la perfección. Lijar con media de nylon para que aparezca una piel de durazno. Darle el tono adecuado según su nacionalidad: japonesa, alemana, italiana o africana. Pintar los ojos y los labios con un pulso a prueba de sobresaltos: Ana puede demorar unas cinco horas en lograr la expresión que busca. Hacer los agujeritos de las orejas donde irán los aros, limar las uñas, marcar las cutículas, cepillar los dientes.

Y otra vez al fuego: la última cocción es a más de 1.200 grados de temperatura. Ya casi listas, les pone la peluca de mohair (que es lana de cabra y cuesta alrededor de 20 euros), pega las pestañas y las viste. Ella le diseña desde el vestido hasta los calzones.

Dicen que en excavaciones de tumbas egipcias se encontraron las primeras muñecas de la historia. Hay quienes opinan que el origen sagrado está en la actitud infantil de dotarlas de alma y creerlas vivas.

Gestación

Ana María dice que “es la mononería lo que les da la vida”. Tiene 47 años. Viste calzas, una camisa blanca y unos cuantos aros hacen hilera en sus orejas. Mientras prepara un café con leche y sirve pan dulce, cuenta que una vez soñó con ser odontóloga o estudiar Bellas Artes. “Sí, tienen mucho que ver esas carreras, porque yo quería hacer cirugía odontológica y eso necesita de habilidad manual. Precisión y estética. Es otro modo de belleza”. Pero ni una ni otra, debió conformarse con un curso de Asistente Dental.

De chica se enredó con las manualidades. Durante la secundaria realizó algunos cursos de corte y confección, de pintura, de cerámica. Y heredó la habilidad del padre, un hombre que miraba una radio, la desarmaba y la reparaba con la misma facilidad con la que arreglaba un techo, hacía tramperas o encuadernaba un libro.

Es una tipa ingeniosa. De esas capaces de transformar la basura en artesanías. Un vez encontró en la calle retazos de cuero que tiró una fábrica y levantó del suelo billeteras.

Hace 15 años, en la galería de un shopping, descubrió que alguien daba un taller para hacer muñecas de porcelana. Empezó a tomar clases y conoció “un submundo”. Lo desandó. Hasta estudió con profesores del exterior que traía la empresa Bell y en el 95 viajó a Estados Unidos para capacitarse en muñecas modernas.

- Me costó esfuerzo y plata - dice bajito, para que no escuche el marido.

Parecen de verdad. Quizá para Ana lo son. Después de tener a sus tres hijas, fabricarlas es como un nuevo “parto”. Hace tan bien su trabajo que uno siente que sus muñecas en cualquier momento van a parpadear.

Cuando está en el taller cae en ese tipo de concentración que hace que el tiempo pase de hora en hora: a los saltos. Ana dice que la vuelve un poco autista. Pasa mucho tiempo sola, en silencio. Es un acto íntimo, “como si oraras”.

Las muñecas están por toda la casa: algunas sentadas en los sillones del living, otras sobre las camas donde duermen sus hijas adolescentes (y visten la ropa que alguna vez usaron las dueñas). Hay alguna más en la cocina, esperando que le hagan su vestido.

La mayoría se amontona sobre una mesa del garaje. Están envueltas en bolsas transparentes. Calladas, aunque sin pinta de obedientes. Quieren upa, que les agarren las manos, les besen la frente o les hagan una trenza. Hacen pucherito con la boca o miran de ese modo que antecede al llanto.

Clínica y maternidad

Las muñecas no se venden, sólo porque nadie las compra: como mínimo pueden costar $1500. No es sólo el trabajo, sino que todos los materiales y accesorios se consiguen por Internet, en moneda extranjera. Parir muñecas no es rentable, así que esta artista -además de trabajar como Asistente Dental- se gana unos pesos con la restauración.

Porque sí: todavía existen personas que quieren tener siempre impecables a sus muñecas. Roberto Artl se sorprendía de esto en 1920 cuando escribía en una de sus aguafuertes porteñas: “Porque yo no sabía que las muñecas se compusieran. Creía que una vez rotas se tiraban o se regalaban, pero jamás me imaginé que hubiera cristianos que se dedicaran a tan levantada tarea”.

En el fondo de aquella casa del conourbano bonaerense hay estanterías que tiemblan por el sobrepeso. Brazos y piernas sueltos. Cabezas pulidas de todos los tamaños, pelucas y pestañas. Cientos de moldes y de revistas. A un costado, en una pequeña cuna, duerme una muñeca con la cola al aire. Y sobre la mesa hay pinzas y pinceles como bisturís.

- Es como un hospital - dice Ana.

Ha reparado de todo: Shirley Temple, Marilú, esculturas, figuras de Lladró. Recibe algunas rotas, mancas, sin cabezas, escritas con birome o que tienen los pelos como rastas de tanto que las han lavado. Lo último que restauró fue un muñeco holandés de plástico al que le puso de nuevo la cabeza y le fabricó el dedo pulgar porque se lo habían mordido.

- Yo podría haber sido una buena cirujana- dice.

Los arreglos cuestan desde $90, según se promociona en avisos por la web. Los clientes no son necesariamente coleccionistas, sino gente que ama esos objetos y que a pesar de que pueda salirles más barato comprar uno nuevo, prefieren reparar ese. El de plástico, que vale sólo por los sentimientos que despierta, porque los liga con la infancia, con la persona que hizo aquel regalo, o con la historia personal de uno.

Ana María Mammarella crea y es recreada. La cineasta Xenia Antopolsky la metió en la cinta de “Puppen”: un documental sobre cómo distintas personas se vinculan con las muñecas antiguas que está en etapa de postproducción y que fue declarado de interés por el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales).

Xenia dice que el vínculo de Ana con las muñecas es “entre táctil y descarnado”. Pero no parece, sobre todo en ese momento en que ella se acerca a sus niñas y les acomoda el nylon que las envuelve. Le tiene miedo al polvo tanto como a la asfixia.

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Mucha paciencia y una profunda obstinación se necesitan para lograr la perfección en la fabricación de una muñeca.

Piel de porcelana

Muñecas de madera, de barro, de marfil, cera o tela. Dicen que existen desde tiempos prehistóricos y algunos estiman que los mismos niños se las inventaban. Las de porcelana llegaron hacia 1840.

Eran un lujo. Lucían vestidos de encaje y se guardaban en vitrinas para ver, no tocar. Se empezaron a fabricar principalmente en Alemania, Francia e Inglaterra. Como un estigma, llevaban grabadas las marcas en la nuca, con el nombre de la empresa y la fecha en que se hicieron.

Los datos valen para los coleccionistas, dispuestos a pagar cualquier precio por ellas. Las más reconocidas son las que salieron del horno de las compañías: Simon & Halbig, Reinhardt, Armand Marsella, Poru, Steiner y Jumean.

Muestra pluricultural

En junio se presentó en Viedma, una muestra de catorce muñecas de tela inspiradas en las mujeres del sur argentino. La artesana es Blanca Negri, también escritora, pintora y actriz.

Ellas hablan del pasado, de la historia y la memoria. Lejos de los estereotipos, algunas son indígenas -mapuche, tehuelche, yámana y ona-; otras de Carmen de Patagones y están también las que llegaron de lejanas latitudes. Fueron diseñadas con recortes de telas variados, coloridos, con aplicaciones de cuero reciclado y de lanas.

No es improvisación. Para crearlas, Negri hizo un trabajo intenso de investigación y logró reflejar ese “conjunto social pluricultural que es la Patagonia, visto desde el lado de la mujer”. La muestra seguirá recorriendo el sur...ojalá pase pronto por Santa Fe.

más datos

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Las muñecas no se venden, sólo porque nadie las compra: como mínimo pueden costar $1500.

Dos hermanas y un gusto compartido

Dos hermanas y una misma obsesión: las muñecas. Una las compraba, la otra le diseñaba vestidos con su máquina de coser Singer. Mabel y María Castellano Fotheringham las mimaron por más de 40 años y en el 2003 decidieron compartirlas. Las donaron al Museo de Artes Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Son 117. Y aunque un poco viejas -nacieron entre 1875 y 1935- lucen impecables. Están valuadas en US$ 150.000. Sin dudas, representan la colección de muñecas antiguas más importante con la que cuentan nuestros museos.

El periodista Gabriel Giubelino les preguntó a María y Mabel si no las iban a extrañar.

- Muchísimo le contestaron - Pero, ¿qué íbamos a hacer? ¿Dejarlas en un testamento? Nunca hubiéramos podido saber si se lo cumplía. ¿Venderlas? Era decirles adiós para siempre. Así, al menos, vamos a poder ir a verlas al museo. Las vamos a ir a visitar.

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En el fondo de aquella casa del conourbano bonaerense hay estanterías que tiemblan por el sobrepeso. Brazos y piernas sueltos. Cabezas, pelucas y pestañas.