Crónica política

Lecciones de la política

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Rogelio Alaniz

Hace un año muchos nos preguntábamos -incluso con cierta inquietud- si el gobierno iba a llegar a 2011. Ahora con la misma inquietud nos preguntamos si va a admitir irse en el 2015. Si le vamos a creer a los muchachos y las chicas de “6, 7 y 8”, que se divierten haciendo política oficial con la plata de todos, el gobierno tiene la reelección asegurada. Yo creo que exageran y en algunos casos mienten, pero no creo que ese reproche afecte su delicada sensibilidad, porque nunca un operador oficialista puede sentirse mal porque lo acusen de ser lo que efectivamente es.

Con suerte y viento a favor, los Kirchner tienen una aceptación social del treinta por ciento. No es poco comparado con otros tiempos, pero por ahora no alcanza para coronar sus ambiciones de 2011. Hacia el futuro disponen de algunas cartas importantes que si las saben usar pueden mejorar sus expectativas. Por un lado, el liderazgo de los Kirchner no es carismático pero es decisionista. Esto quiere decir que si bien carecen de encanto, poseen una notable voluntad de poder y recursos económicos como para poder hacer efectiva en términos materiales esa voluntad.

El otro punto a su favor, es que a diferencia de la oposición ya tienen un candidato o una candidata. Esa ventaja no es decisiva, no alcanza para ganar una elección, pero es una ventaja. Asimismo, en los últimos tiempos han demostrado que el olfato político no los traiciona. Mantienen la iniciativa, saben lidiar con los factores y grupos de poder y movilizan a una franja del progresismo nacional y popular convencido de que los Kirchner no serán perfectos, pero encarnan mejor que nadie las banderas que ellos han defendido toda la vida.

Para bien o para mal este gobierno ocupa el espacio de centroizquierda, lo que no les impide hacer negocios por derecha y enriquecerse personalmente. Se podrá discutir si creen o no en lo que dicen, pero a esta altura del partido hay que aceptar que su compromiso con algunas de estas banderas no tiene retorno, del mismo modo que tampoco tuvo retorno el compromiso de Menem con el neoliberalismo. Uno y otro adhirieron por oportunismo a causas que nunca creyeron, pero luego quedaron atrapados en las redes de las causas que intentaron representar.

Alguna vez será interesante debatir acerca de lo que significa un espacio progresista en el siglo XXI, sobre todo en casos como el de los Kirchner, quienes se han apropiado de algunas banderas del progresismo mientras sostienen un esquema político de poder hegemónico y alientan el desarrollo de una burguesía más retardataria y parasitaria que la que pretenden combatir.

De todos modos, si bien es cierto que los avatares de la coyuntura le han permitido mejorar la imagen, es también cierto que el setenta por ciento de la sociedad los sigue rechazando y, en algunos casos, ese rechazo es beligerante, particularmente entre las clases medias y altas sin las cuales es imposible ganar una elección.

Los Kirchner confían en que ese voto opositor se disperse permitiéndoles ganar aunque más no sea por la mínima diferencia. Apuestan a imponerse en la primera vuelta, porque presumen que -como Menem en el 2003- en una segunda vuelta pierden por goleada. El gran desafío, por lo tanto, es llegar al cuarenta por ciento con una oposición dividida y poco creíble. Ellos saben mejor que nadie que existen corrientes sociales que nunca los van a votar, pero también saben que hay una franja de votos independientes que podría volver a votarlos, sobre todo si los convencen de que ellos son los únicos capaces de asegurar la gobernabilidad.

Siempre les digo a mis amigos que una elección se gana con los votos propios, con los votos que se consiguen prestados y con los votos que se le roba al adversario. La experiencia también enseña que muchas veces se gana no tanto por los méritos propios como por los errores del rival.

En el campo opositor, hay que decir que en principio no hay una exclusiva oposición, sino dos coaliciones opositoras con muy pocas posibilidades -por no decir ninguna- de acordar electoralmente. Por un lado, está el llamado peronismo federal con dos liderazgos visibles como son el de Duhalde y Solá; por el otro, está la oposición no peronista, el panradicalismo o como mejor la quieran llamar, cuyos principales dirigentes son Julio Cobos, Ricardo Alfonsín, Elisa Carrió y Hermes Binner.

Un liderazgo singular en el campo de la centroderecha es el de Mauricio Macri, hoy muy trabado por el escándalo de los escuchas ilegales. Se dice en los mentideros opositores que los Kirchner trabajan para destruir a los adversarios. Es posible. Por lo pronto, lo que Macri debe hacer, si pretende tener un futuro político, es demostrar su inocencia. Victimizarse puede ser interesante como punto de partida, pero se equivoca si cree que va a resolver el problema victimizándose. Por su parte, Kirchner no debería perder de vista que descalificar a los adversarios puede dar buenos resultados, pero también puede crear condiciones para que por ese camino la oposición resuelva un liderazgo único sin necesidad de desgastarse en una lucha interna.

Si al actual escenario electoral se lo pudiera congelar en una fotografía apreciaríamos que las preferencias del electorado se expresan a través de tres grandes sectores. Los Kirchner, el peronismo federal y el panradicalismo. Todo parece muy prolijo y ordenado, pero se sabe que los procesos sociales no lo son, y si bien alguna previsibilidad es posible alentar, nunca se debe perder de vista que los cambios suelen ser la constante de las sociedades, cambios que a veces son profundos y a veces livianos, pero en todos los casos provocan consecuencias que todo análisis político debe tener en cuenta.

Por lo pronto, si bien la fragmentación del espacio político en tres tercios es un dato consistente de la realidad, ello no quiere decir que fatalmente los alineamientos sociales se vayan a dar respetando esas coordenadas políticas. Uno de los temas interesantes de la sociología política es el que trata acerca de la coherencia que puede existir entre alineamiento político y alineamiento social. La historia enseña que a veces coincide y a veces no. En un escenario de crisis un electorado conservador puede votar una opción progresista o a la inversa. Esas irregularidades, esas rupturas, esas incoherencias aparentes le otorgan a la política un tono imprevisible, pero esa imprevisibilidad es la que la hace interesante.

Por otro lado, así como existe el pluralismo político, también existe el pluralismo social. No hay una sociedad, hay sociedades. Las orientaciones de estos grupos están condicionadas por necesidades que a veces coinciden con las propuestas partidarias y a veces no. En tiempos de crisis o de debilidad del sistema de partidos políticos las “masas” se independizan de sus conducciones políticas. Lo hacen de manera activa o pasiva. En una época los teóricos de la revolución social alentaban estas crisis. Plantearse algo parecido en la actualidad sería un disparate, entre otras cosas porque esa independencia del sistema político se expresa en una mayor indiferencia por los problemas públicos.

Hoy todo político que se proponga ganar una elección sabe que su principal tarea consiste en romper a su favor esa ecuación entre alineamiento político y social. Alfonsín en 1983 ganó con el voto radical, una porción del voto peronista y el decisivo voto independiente. Si Kirchner hubiera competido en una segunda vuelta con Menem habría ganado con una coalición social parecida.

En 2011 pueden pasar muchas cosas, incluso lo previsible, es decir, que el electorado se fragmente en tres porciones parecidas. También puede ocurrir que un sector importante de la ciudadanía decida apoyar a los Kirchner porque supone que son los únicos que saben gobernar. O -por el contrario- que decidan votar a Macri o Alfonsín, no porque sean de centro derecha o centro izquierda, sino porque son los candidatos que pueden ganarle a los Kirchner.

Una elección la gana el que consolida sus propios votos y amplía su representación hacia otras zonas del electorado. No gana el que conquista todos los votos, ya que en una democracia moderna eso es imposible, gana el que conquista por lo menos un voto más que su rival. También gana el que desea el poder intensamente y trabaja para ello.

Nadie puede saber a ciencia cierta cómo inclinarán sus preferencias los ciudadanos. Lo único que se sabe es que el día de las elecciones esas preferencias se van a dar a conocer y en esa masa anónima de papeletas terminará imponiéndose un candidato. ¿Oficialista u opositor? Imposible predecirlo. No hay ningún futuro escrito de antemano pero tampoco hay futuro si los hombres no apostamos por algún futuro posible. No nos ha sido dada la facultad de adivinar, pero si la facultad de creer y de saber que todo futuro, el mejor o el peor, siempre depende de nosotros.