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“El caso Schönberg”

La música contemporánea cuenta con un hito insoslayable, el Skandalkonzert del 31 de marzo de 1913 en la sala del Musikverein, cuando Arnold Schönberg (1874-1951) dirigió su Sinfonía de cámara, además de obras de sus discípulos Alban Berg y Anton Webern. Un escándalo musical que superó a todos los que ya habían acompañado la vida de este músico clave del nacimiento de la vanguardia musical. “Risas sarcásticas, silbidos, abucheos, agravios... Webern, fuera de sí, vociferando insultos; Berg, aparentemente paralizado en un rincón; Schönberg, exasperado y amenazando desde lo alto del podio con expulsar a los alborotadores, una bofetada descripta como el acorde más perfecto de la velada, las vanas tentativas de un comisario de policía para restablecer la calma, una sala sumergida en la penumbra. En síntesis, el caos, prolongado además por una intensa polémica en la prensa y dos procesos judiciales”, como cuenta Esteban Buch en “El caso Schönberg” (Fondo de Cultura Económica).

Destino singular el de esta música vanguardista que puede caracterizarse “por el famoso divorcio entre los compositores y el público, que, sin ser una fatalidad ni una constante absoluta, y aunque habría que matizarlo de mil maneras, parece resumir bien la situación”. Sólo para Theodor Adorno, que durante la guerra había comparado la obra de Schönberg con una botella al mar, “una recepción limitada al círculo de los conocedores, e incluso una falta prestigiosa de recepción, eran la consecuencia lógica de su “contenido de verdad’, a saber, la denuncia de la inhumanidad de la sociedad moderna”.

La palabra “atonal” que tanta relación tendría con Schönberg nació en un manifiesto futurista, en Turín, en 1910. Un discípulo la emplea en 1911 para afirmar acerca de unas piezas del maestro: “Son atonales y suprimen el concepto de disonancia”. Schönberg la consideraba una palabra excesiva e inexacta. En 1911, Egon Wellesz buscaba precisar: “La melodía, en la que podemos seguir un sutil movimiento del sentimiento, está compuesta de muchas pequeñas partículas motívicas entremezcladas, similares a las manchas de color de un cuadro impresionista. De cerca, parecen dispuestas unas al lado de las otras sin orden alguno, pero, si se toma una vista de conjunto, esos motivos se ordenan orgánicamente en la “melodía infinita’ de la pieza, que está al mismo tiempo ligada de manera intrínseca a la forma. El progreso técnico que representa este nuevo arte consiste en que el contenido recubre la forma, y no se trata de exponer temas o motivos de los que a continuación se extraigan consecuencias, sino que cada parte motívica está cerrada en sí misma y, pese a ello, se funde con las demás en una unidad superior”.

Schönberg, que pierde su puesto en Berlín cuando los nazis toman el poder y debe exiliarse en París y en los Estados Unidos, donde finalmente moriría, tendrá también su lugar de honor en la Entartete Musik, en la “música degenerada” de la famosa exposición de Düsseldorf, cuyo comisario declarará que la música atonal del judío Schönberg niega “el elemento indudablemente germánico que es la tríada, y en términos más generales, las leyes fundamentales del sonido”.

En su libro Esteban Buch recorre el nacimiento de la música “revolucionaria” contemporánea y el de su recepción, y se pregunta finalmente cuál es su futuro, considerando este presente en que triunfan la informática y las músicas electrónicas, mientras la totalidad de la obra de Schönberg está escrita para instrumentos del siglo XVII.

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“El próximo concierto de Schönberg en Viena”, caricatura aparecida en Die Sonntags-Zeit, en 1913.