Democracia clásica y democracia delegativa

 

Según el politólogo Guillermo O’Donnell, el concepto de “democracia delegativa” teorizado por él a fines de la década del ochenta sigue teniendo vigencia como categoría teórica, a la hora de interpretar los acontecimientos del siglo XXI en América Latina. Para O’Donnell, la “democracia delegativa” se opone a las democracias representativas porque concentra la soberanía en el Ejecutivo y desconoce la división de poderes y toda mediación institucional.

No obstante ello, la democracia delegativa es, en primer lugar, una democracia porque la fuente de legitimidad es el voto popular y respeta las libertades públicas, entre otras cosas porque no puede dejar de hacerlo. Y es “delegativa” porque se supone que los ciudadanos delegan su voluntad en el líder para que los represente y “desde arriba” haga lo que mejor le parezca. Como se podrá apreciar, el concepto se relaciona con la visión “decisionista” del poder teorizada por Carl Schmitt y es funcional a las visiones populistas en América Latina.

En las “democracias delegativas” el presidente reduce a su mínima expresión las mediaciones propias de una república democrática. El Parlamento se transforma en una suerte de escribanía del poder, la Justicia se limita a legalizar sus actos y, en ese contexto, la prensa suele ser considerada la enemiga principal, en tanto se le atribuye un poder que pone en discusión al Ejecutivo.

Para O’Donnell, en la Argentina los regímenes menemista y kirchnerista son ejemplos emblemáticos de “democracia delegativa”. Sin desconocer las diferencias entre un gobierno y el otro -diferencias en el discurso y las apoyaturas sociales-, estima que tienen en común una similar visión del poder y su ejercicio. Kirchner -como Menem- descreen de las virtudes de las democracias representativas y del sistema de división de poderes. Y no faltan teóricos del populismo que avalan esta concepción, sosteniendo que las instituciones cristalizan privilegios y que la manera adecuada de gobernar y promover transformaciones es desconociéndolas y fortaleciendo el rol del líder.

Las democracias delegativas existen en sistemas políticos quebrados, con partidos debilitados o en crisis y en sociedades desencantadas o derrotadas. En determinadas circunstancias logran resolver problemas prácticos y la popularidad que de allí deviene es el factor que las legitima para seguir concentrando el poder y aspirando a la perpetuidad.

Sin mediaciones institucionales, las gestiones “delegativas” suelen ser vulnerables a las crisis, porque así como los méritos de gestión les permiten consolidarse en el poder, los vicios y errores las transforman en víctimas propiciatorias de la opinión pública. Los ejemplos de Menem y Kirchner en la Argentina se asimilan a los de Chávez en Venezuela o Morales en Bolivia y, aunque parezca contradictorio, Uribe en Colombia. Por el contrario, los modelos clásicos de democracias representativas con sistemas de partidos políticos saludables están representadas por Chile, Uruguay, Costa Rica y Brasil.