Radicales en San Lorenzo

Rogelio Alaniz

San Lorenzo es la ciudad que conocemos por la célebre batalla y por su intensa actividad económica. Desde hace tres años es también la ciudad gobernada por una gestión radical. Aquí es donde el sábado pasado, los radicales decidieron convocar a un plenario para decidir qué van a hacer en las elecciones de 2011. Los que conocen la vida interna del partido, los que desde hace años y en algunos casos décadas, fatigan plenarios y convenciones, están asombrados por la cantidad de gente que llega desde todos lados. “Como en los buenos tiempos”, dice una mujer. “Como en los buenos tiempos”, repite un correligionario.

La reunión se celebró en un local cuya construcción evoca un templo con sus arcadas, sus techos elevados y sus galerías coloniales. Según me dicen, el edificio es propiedad de la Iglesia Católica y se levantó no hace mucho gracias a las gestiones de legisladores. Curiosamente fue el casino el que financió la construcción del local que se alquila para diferentes “eventos”, como se dice ahora masacrando el lenguaje.

El plenario estuvo convocado a las 10 de la mañana y empezó un poco más tarde, no demasiado, pero lo suficiente como para cumplir con la tradición del famoso “horario radical”. Protegido por la sombra de los pinos y disfrutando de una mañana plena de luz, me dedico a observar la llegada de los delegados. Todos en auto. Tres, cuatro, cinco en el mismo auto. Son de Cañada de Gómez, Firmat, Casilda, Villa Ocampo, Rafaela, Esperanza, Santa Fe. Llegan expectantes y distendidos, sonrientes y alertas, a cumplir con el ritual cívico del partido más antiguo de la Argentina.

Es interesante y hasta pintoresco ver llegar a los radicales a una reunión de este tipo. Es una ceremonia y un compromiso, una tradición y una esperanza. Basta prestar un mínimo de atención para diferenciar los grupos, las corrientes internas. Todos son correligionarios, pero no todos son “amigos”, una designación que alude a un espacio más reservado, más discreto, más interno si se quiere.

La reunión de San Lorenzo ha sido convocada como un plenario. De lo que se trata es de demostrar, en las barbas de los socialistas abroquelados en Rosario, que el radicalismo está extendido en toda la provincia, que ya no se trata del partido agobiado por la derrota, sino de un partido en franca recuperación.

El objetivo del plenario no es ningún secreto de Estado. Presidentes de comunas, intendentes y legisladores harán uso de la palabra. También podrá hablar el afiliado que quiera hacerlo. No se concibe un plenario radical sin esta condición inexcusable de libertad de expresión.

Alrededor de treinta y cinco oradores darán a conocer sus puntos de vista. El consenso parece ser unánime. Los radicales afirman la estrategia frentista, el acuerdo político que fundó el Frente Progresista, pero reclaman alternancia. En 2007 les tocó a los socialistas, ahora nos corresponde a nosotros, dicen.

Así como no es un secreto la aspiración partidaria, tampoco es un secreto el nombre del candidato. Algunos oradores lo pronuncian, otros prefieren omitirlo por el momento, pero en los pasillos, en la galería, en los patios donde se forman los corrillos, todos saben de quién se trata. Por si alguna duda quedara, el último en hablar -casi el último para ser más preciso- es Mario Barletta. No es necesario ser un agudo observador para saber que él es el candidato. Basta prestar atención al silencio con que se escuchan sus palabras, para saber que efectivamente el hombre que está hablando es el candidato aunque nadie oficialmente lo haya proclamado.

Por último se lee la declaración de San Lorenzo firmada por los participantes. La UCR reafirma su vocación frentista y reclama que el próximo candidato a gobernador sea radical. No da nombres. Tampoco hace falta hacerlo. No se habla de internas, pero a nadie se le escapa que todos los motores y las luces del centenario partido están preparados para protagonizar una de las cosas que mejor saben hacer y que más les gusta. La reunión concluye con los acordes de la marcha radical. “Faltan las boinas blancas”, dice una mujer del norte “y la fiesta es completa”.

Los delegados se retiran. Algunos regresan a sus pueblos, sus ciudades. Otros marchan hacia los comedores de la zona. El otro ritual de la vida partidaria está por iniciarse, el lugar donde se dice lo que quedó pendiente, donde se reafirman lealtades y donde se celebra el mito partidario acompañado de la inevitable parrilla, la cerveza helada o la sentenciosa copa de vino.