“Subasta del Lote 49”


Edipa en el infierno de Pynchon

Edipa en el infierno de Pynchon

“Rooms by the Sea” (1951), de Edward Hopper.

 

Por Humberto Bas

“Subasta del Lote 49”, hasta ahora la más breve novela de Thomas Pynchon, nos ofrece una manera lúdica como escabrosa de descender al infierno de nuestra época a través de esa enfermedad social llamada Paranoia.

2.500 años pasaron desde que Sófocles escribió su Edipo Rey, y que se sepa, nadie bautizó a su hijo con el nombre de Edipo. Eso, claro, hasta que llegó Pynchon con su Subasta del Lote 49 y bautizó a su protagonista con el de Edipa.

La pobre Edipa, además de cargar con un nombre tan nefasto para el narcisismo humano, protagoniza una novela en la que aparece regresando de una reunión de Tupperware. Una aparición ridícula que provoca la pregunta: ¿de dónde salió esta tipa?

La respuesta huelga.

Al regresar de dicha reunión, Edipa encuentra una carta en la que se la nombra albacea testamentaria de Pierce Inverarity, un ex novio ricachón, propietario hasta de lo inimaginable. El avatar de la trama lleva a Edipa a abandonar a su pueblo y a su marido para tomar posesión de la herencia de Pierce. Viaja a San Narciso (Baja California), donde se relaciona con una serie de personajes: Metzger, abogado coadjutor del testamento y ocasional amante; Los Paranoides (banda de rock); Mike Falopio, de la sociedad secreta Peter el Grasiento (escribe la historia del correo privado de los EE.UU.), y otros extravagantes que se irán descubriendo como pobladores del oculto infierno norteamericano. En un bar Edipa se encuentra con dos hechos raros: la llegada a medianoche de un correo clandestino y la inscripción en el baño de un mensaje en el que se pedía que se escribiera sólo a través de WASTE. El mensaje venía con la imagen de un cornetín extraño, cuyo pabellón era la combinación asordinada de triángulo y trapecio.

Edipa no tardó en reconocer que la sigla WASTE era la misma que la del correo de clandestino. En dos o tres pases mágicos, la novela y Edipa pasaron a la vecindad de una dimensión paralela, cercana y extraña y, por ende, perturbadora. Una metalectura de las siglas nos lleva a descifrarla como We Await Silent Trystero’s Empire, o Silenciosos Esperamos el Imperio de Trystero. Así aparece Trystero en la vida de Edipa.

En un lago artificial, propiedad de Pierce, yacen huesos de soldados norteamericanos muertos en la Segunda Guerra Mundial. Los huesos fueron importados para uso industrial. Alguien narra la trágica historia de aquellos soldados, y la misma historia remonta a otra, narrada en La Tragedia del Correo, una obra teatral jacobita por entonces en escena en San Narciso. La trama de esta obra, embrollada y retorcida, un Shakespeare caricaturizado, late en el corazón de la novela. La lucha por el poder es la lucha por el control del correo. Correos clandestinos, alternativos, y la enigmática aparición de... Trystero.

¿Qué o quién es el Trystero? A partir de entonces, Trystero y la cornetita aparecen en la cotidianeidad de Edipa. Edipa se vuelca a investigar el texto de la obra teatral para descifrar el enigma Trystero. La novela se transforma en un thriller filológico, y allá va Edipa, convertida en una especie de Baskerville de El Nombre de la Rosa. Descubre que La Tragedia del Correo ha sufrido traducciones con omisiones y tergiversaciones. Trystero aparece como un palimpsesto. La historia del correo, una dualidad antiquísima e incesante, se remonta a la noche de las naciones, pasa por Holanda, Italia, llega a los EE.UU., donde la Guerra de Secesión no es más que un escenario montado para dirimir esa lucha. Y prosigue en San Narciso y Edipa es una testigo de cargo. Trystero y el cornetín son sus símbolos. Cree verlos estampados en todas las partes. La carta que recibe de su marido tiene la cornetita, camina por San Narciso y la noche en vez de estrellas tiene cornetitas e inscripciones WASTE; en el lote de estampillas, el Lote 49, colección que Edipa debe subastar, también aparecen los cornetines. Edipa se encuentra sentada sobre esa historia que empieza a agitarse debajo de ella. Ella montada sobre ese meollo. Cree volverse loca, pues su vida, hasta hace poco amparada por la apacible tapa de un Tupper, ya no tiene sosiego. Es acosada por lo ignoto. Sola, abandonada tiene que vérselas con esa lúgubre herencia.

Subasta..., con 192 páginas, hasta aquí es la novela más breve de Pynchon. Esa misma brevedad quizá le confiera densidad e inagotables resonancias. Un lugar común de todas ellas es el tópico de la Paranoia. Pero en Pynchon la paranoia, más que un concepto, es una vivencia. En Subasta... está vivida o sufrida por Edipa. Edipa es esa desolación del individuo despojado de nexos con el prójimo y que debe resolver su situación en el mundo desde esa soledad. Corrido el horizonte de las utopías compartidas, lo animal latente acecha sin posibilidad de redención... porque lo humano se disuelve en el barbarismo del capitalismo actual. El verdadero paranoico pynchoniano es aquel para quien “[...] todo está organizado en alegres o amenazadoras esferas trazadas alrededor del pálpito axial de sí mismo”. Es sin duda lo que le sucede a Edipa.

Si un lector compasivo se apena por la suerte inicial de Edipa, desde su nombre hasta sus vicisitudes, y si ese lector compasivo realiza una interpretación libre y atropellada de los personajes, una interpretación alegórica y cuasi misógina, y relaciona a Edipa con la Norteamérica actual, ¿seguirá sintiendo compasión por ella?

 

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“Stairway” (1925, circa), de Edward Hopper.