Preludio de tango

Osvaldo Fresedo, el pibe de la Paternal

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Manuel Adet

En 1927 un porteño o, por qué no, un santafesino, que quisiera disfrutar con su esposa un momento agradable en Buenos Aires, podía asistir al cabaret Tabaris de calle Corrientes para apreciar las virtudes de la orquesta de Osvaldo Fresedo, considerada la más elegante y distinguida de la ciudad. Si en el Tabaris no había localidades podía optar por el teatro Fénix de Flores, donde actuaba la segunda orquesta de Fresedo con el añadido de que esa formación contaba con la presencia de un joven pianista que se llamaba Carlos Di Sarli.

Si el Tabaris o el Fénix estaban colmados de público, algo muy probable un viernes o un sábado a la noche, quedaba la alternativa de tres orquestas más que pertenecían a Fresedo, porque en ese año funcionaban simultáneamente en la noche de Buenos Aires cinco orquestas típicas dirigidas por él, una hazaña que sólo logrará equiparar Francisco Canaro en la década siguiente.

Para ese entonces Fresedo contaba con treinta años, hacía más de diez que dirigía orquestas y entre 1925 y 1928 ya llevaba grabado más de seiscientos temas con el sello Odeón, casi la mitad del total de grabaciones que hará quien durante más de sesenta años estuvo presente con su orquesta en los mejores escenarios de la música ciudadana.

Provenía de una familia de muy buena posición económica que curiosamente decidió vivir en el popular barrio de La Paternal, motivo por el cual el futuro director de orquesta será conocido como “El pibe de la Paternal”, del mismo modo que Pedro Maffia para muchos el más grande bandoneonista de todos los tiempos- era conocido como “El pibe de Flores”, así como Carlos Marcucci fue “El pibe de Wilde” y Ernesto Ponzio, directamente, “El Pibe Ernesto”.

Osvaldo se volcó al tango desde la adolescencia. Estudió con esmero y se formó al lado de los mejores bandoneonistas de su tiempo. Se dice que en 1914 debutó en el Café Paulín y ya para entonces su hermano Emilio lo acompañaba con el violín. En 1916 formó un dúo con Vicente Loduca y estrenaron un tema de su autoría: “Amoníaco”.

No tenía aún dieciocho años cuando acompañó a Eduardo Arolas en el cabaret Montmartre y al gran Roberto Firpo en el Pigall. Digamos que el joven se fogueó al lado de los grandes maestros de la llamada “Guardia vieja” lo que no le impidió relacionarse con los grupos de vanguardia de su tiempo. Para esa misma época integra un trío con Juan Carlos Cobián y Tito Roccatagliata.

Alrededor de 1918 constituye su primer conjunto acompañado por José María Rizzutti en el piano, Julio de Caro, Hugo Baralis en el contrabajo y Juan Koller en el violín. La flamante orquesta debuta en Casino Pigall, pero al año siguiente Fresedo viaja a Estados Unidos contratado por el sello Víctor. Lo acompañan Roccatagliata y Enrique Delfino. En Estados Unidos se presentan como una orquesta que ejecuta “jazz argentino”, es decir el tango, motivo por el cual algún historiador asegura que en esta gira de músicos argentinos por Estados Unidos se establece esa singular alianza entre el jazz y el tango que Fresedo siempre mantendrá vigente. La orquesta se llamará “Típica Select” y graba en Nueva York alrededor de cincuenta temas.

Para mediados de la década del veinte, Osvaldo Fresedo y Julio de Caro son considerados los grandes directores de orquesta de su tiempo, los que instalan el tango en la clase media y la clase alta de un país que crece y se moderniza a saltos con un público cada vez más exigente y snob que hace rato ha dejado de considerar que el tango es una música de los bajos fondos. De Caro y Fresedo -no los únicos, pero sí los principales- son quienes los han convencido de esa verdad.

La orquesta preferida por los círculos aristocráticos y distinguidos de Buenos Aires sin duda que es la de Fresedo. Su estilo es un dechado de delicadeza y elegancia. Los ligados, los solos de piano de ocho compases, los contracantos de violines y los fraseos del bandoneón con la mano izquierda del propio Fresedo, eran una verdadera marca en el orillo de la orquesta que privilegiaba la sonoridad y que se jactaba de brindar verdaderos conciertos..

Según Fresedo, cada tema se preparaba minuciosamente. Los integrantes de la orquesta ensayaban por separado. Primero las cuerdas, luego los bandoneones y finalmente el piano y el violoncello. Cuando todos los integrantes de la orquesta se reunían, el tema musical estaba elaborado hasta en los detalles y cada músico sabía lo que tenía que hacer.

La calidez de su estilo se correspondía con la elección de los cantores. Desde los primeros estribillistas de la década del veinte hasta los cantantes de los años cincuenta y sesenta, todos sostienen un estilo que algunos críticos calificaron de “abolerado” o “romántico”. Los grandes cantantes de Fresedo fueron adquiriendo con los años vuelo propio, pero sus nombres quedaron ligados a la orquesta que los lanzó al estrellato: Roberto Ray, Ernesto Fama, Ricardo Ruiz, Osvaldo Cordó, Oscar Serpa, Armando Garrido y Héctor Pacheco.

La orquesta actúa en los grandes salones de Buenos Aires y es invitada a los casamientos y fiestas de Barrio Norte. Sus músicos y cantores visten riguroso frac, la orquesta brinda verdaderos conciertos y las letras de los tango eluden el lunfardo, las acciones violentas y se limitan a narrar románticas historias de amor.

A las presentaciones en Buenos Aires le suceden luego las giras por Estados Unidos y Europa donde su calidad es reconocida por un público mucho más exigente. La presentación de la orquesta en el célebre teatro Opera de París fue considerada antológica. Los temas musicales se corresponden con el estilo. Los más célebres son “Vida mía”, “Isla de Capri”, “Arrabalera”, “El espiante”. “El once”, “Sollozos”, “Siempre es carnaval”, “Si de mi te has olvidado”, entre otros

En Buenos Aires continúan los reconocimientos. En esos años graba con Carlos Gardel dos temas clásicos: “Perdón viejita” y “Fea”. La orquesta se presenta en el Palacio Errázuriz para homenajear al Príncipe de Gales y es convocada por Cantilo, gobernador de la provincia de Buenos Aires, para agasajar al príncipe Humberto de Saboya. En la década del treinta Fresedo amplía su orquesta y sus recursos. Los músicos que lo acompañan son de primer nivel, entre los que merecen mencionarse a Emilio Barbato y Roberto Pansera. Asimismo, al bandoneón, el piano y los violines, le agrega en algunos casos la batería y los redoblantes con escobillas y platillos.

Cuando se inician los años cuarenta y la presencia de grandes orquesta dirigida por excelentes músicos constituyen una seria competencia, Fresedo se adapta a los nuevos tiempos profundizando su estilo y acentuando el perfil “abolerado” de la orquesta, una elección acertada porque en el campo de la música popular el bolero en esa década parece ser el género preferido por las parejas de bailarines.

Fresedo murió en Buenos Aires en 1984, pero hasta casi los ochenta años estuvo en los escenarios donde era reconocido y considerado como una verdadera leyenda. Sus años de esplendor pertenecían al pasado, pero nadie discutía su talento. Piazzolla, Troilo, Pugliese lo respetaban y lo consideraban uno de los grandes fundadores del género. No se equivocaban ni exageraban.