LA MUERTE DEL EX PRESIDENTE: DISCURSO, MILITANCIA Y POLÍTICA

Es (además) la retórica, estúpido

Estanislao Giménez Corte

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I

Militar; militar. Paradojas, ironías de la lengua. Militar es un verbo: “yo milito”. Pero es también un sustantivo. Verbo y sustantivo, separados por un hueco existencial pese a su similitud morfológica y fonológica, se hallaron en largo conflicto ¿irresoluble? desde siempre; en una suerte de lenta agonía de la que uno de ellos, el primero, parece haber despertado ahora. Y ha vuelto a pronunciarse, ayer nomás, quitándose de encima el tufo arcaico, el verbo, y tratando de darse nueva entidad. Verbo y sustantivo han dado lugar, tanto lo sabemos, a batallas de otrora y a batallas verbales no tan de otrora.

Para los partidarios de la causa, del partido, el regreso de la militancia, de la Política, así lo dicen “de la Militancia y la Política” (léase: de la política como algo no digno de náusea), es también un logro de K; del Ex, que ha muerto, de súbito, en la cúspide, pudiendo ser el año que viene el próximo; del Ex que ahora será el mito del relato romántico de sus seguidores. Un mito, acaso, indestructible e invencible. Nadie puede contra los muertos.

II

Militar. El regreso del verbo es el de una épica, el de una práctica, aunque escandalosamente alejada de la que funciona como espejo: la de los “70. Militar, el verbo, es involucrarse, tomar partido, dicen “los que”; es no ser neutral, es “jugársela” (ése término usan), defender unas ideas, un proyecto, una persona. Pero hacer política es también “hundirse en la mierda”, como K dijo alguna vez, a propósito de los intendentes del conurbano.

III

Militancia. Es una palabra-fuerza que como otras -Gorila, Facho, Imperialista, Dictadura; Genocida, Juntas, Monopolio, Sociedad Rural; Renta, Distribución, Militancia, Compromiso, Causa- reaparece después de todo, de todo, quiero decir: de la muerte de la ola neoliberal y de los restos que vimos pasar. Es, entonces, el regreso de una retórica. Y más: es, tal vez, el triunfo de una retórica, de una retórica fortísima que no admite tibiezas, matices, vacilaciones, porque se sustenta en una lógica binaria de oposición: (se está) con o contra. La división del mundo en dos tonos. El fanatismo, la pertenencia, la defensa de un Modelo (otra palabra-fuerza) a menudo obtura u obnubila el juicio: sólo se ve lo que se quiere ver. Por eso a K, amén de sus logros ostensibles, amén de sus muchos costados cuestionables, se lo recuerda y vindica como a un santo laico.

IV

A inicios de los “90, un asesor de Bill Clinton concibió, casi casualmente, la famosísima frase: “es la economía, estúpido”. Clinton venció a Bush padre y más tarde, pese a que arreciaban las críticas pseudomoralistas por sus affaires, el Partido Demócrata se imponía en una elección tras otra. Como si fuera de teflón, el presidente norteamericano parecía inmune a su propio calvario, y lo explicaba, entre divertido e irónico, con esa frase.

A los votantes, decía o sugería, les importa un bledo la Guerra del Golfo si no tienen dinero, trabajo, casa.

V

El director de editorial Perfil, Jorge Fontevecchia, publicó la semana pasada un interesante editorial titulado: “El triunfo cultural de Kirchner”. Allí sostiene que, más allá de los resultados concretos, fácticos, reales, K ganó una batalla por la instalación de ciertas temáticas “en la agenda” y el enfrentamiento con la “roca dura del poder” (Iglesia, Campo, Medios, Organismos Internacionales de Crédito, Ejército) como nunca antes había sucedido. Eso lógicamente, no deja de ser algo notable. K tocó las fibras sensibles de muchísimos temas y, dividió, pero en la división, en la profundización de la división, ganó.

Puede decirse, siguiendo esa línea de razonamiento, que K consiguió también un triunfo en materia discursiva. Instaló, propagó, difundió, impuso, repitió, popularizó, una serie de frases, términos, nominaciones, slogans, consignas, panfletos, que ganaron la calle, los medios, los blogs, el inconsciente colectivo, el imaginario social. La novedad de ese enfrentamiento, que K auspició, funcionó como un detonador de cuestionamientos positivos, necesarios, y estableció la primacía de la iniciativa del gobierno por sobre la agenda de los medios.

VI

Ya Aristóteles, en dos tratados, Retórica y Poética, sentó las bases de la reflexión sobre el lenguaje, del arte de hablar con fines persuasivos. En el libro tercero del primero de ellos escribe: “Hay que emocionar al oyente, y llevarlo a la piedad, el temor, la furia, el odio, la envidia, la emulación y la agresividad”. El arte retórico sería el arte de la capacidad de movilizar por el discurso; la palabra como fuerza que deriva en actos.

Pero los slogans, el cliché, los lugares comunes, las frases, las recurrencias, los estereotipos, a veces, se utilizan para tapar la falta de conocimiento sobre las cosas (simplifican, sintetizan el pensamiento). La repetición de consignas es una suerte de convención, digamos, entre aquellos que por algún motivo tienen la necesidad de creer y otros que tienen la necesidad de ser creídos. K consiguió que todos habláramos en su propia lengua: de ahí su triunfo retórico. Ejemplo: se habla desde hace años de la distribución de la renta; ¿se distribuyó efectivamente la renta?; ¿cuánto? Uno podría pasarse la semana leyendo y viendo opiniones discordantes. ¿A quién creerle? El triunfo retórico estriba en que para la mayoría de las personas, el gobierno de K contribuyó a esa redistribución, aunque carezcan por completo de cualquier elemento certero a propósito. La lucha contra el discurso hegemónico, contra los medios concentrados, son otros tantos temas-fuerza planteados. Estos y tantos otros son o han sido, por supuesto, políticas de los últimos dos gobiernos, pero son políticas que antes, durante y después estuvieron fogoneadas por un discurso, por la instalación de ese discurso, por la apropiación de éste como parte de la política. Sorprende ver cómo los seguidores K repiten exactamente las mismas frases y las mismas temáticas; no se cuestiona su convencimiento ni su bonhomía, pero despierta cierta perplejidad ver cómo esas palabras-fuerza se han popularizado, y sobre todo, cómo se reiteran como dogmas literales. José Pablo Feinmann dijo: “la revolución ya fue hecha, y fue la revolución comunicacional”. El triunfo retórico ¿es el triunfo sobre lo fáctico?; ¿es el triunfo de la simplificación y la repetición? ¿O es al revés? ¿O ambas cosas?

El triunfo retórico ¿es el triunfo sobre lo fáctico?; ¿es el triunfo de la simplificación y la repetición? ¿O es al revés? ¿O ambas cosas?

K consiguió un triunfo en materia discursiva. Instaló, propagó, difundió, impuso, repitió, popularizó, una serie de frases, términos... consignas.