Anoche inauguró La Redonda

La cultura como parte de la vida

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“Lo importante y lo trascendente es ver que la cultura se puede desarrollar en la vida cotidiana”, definió el gobernador.

Foto: PABLO AGUIRRE

Bajo la consigna “Arte y vida cotidiana”, el gobernador Hermes Binner abrió las puertas del edificio que ocupaban los antiguos talleres del Ferrocarril Santa Fe.

 

Ignacio Andrés Amarillo

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A días de la inauguración de la Fábrica Cultural El Molino, el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia fue por más. Bajo la consigna “Arte y vida cotidiana”, anoche se produjo la inauguración de La Redonda, el viejo taller ferroviario emplazado sobre Salvador del Carril, que se constituye en el otro extremo de lo que se planea como nuevo Parque Federal.

Recibidos por la Murga de los Sueños de la escuela Nicaragua, los asistentes debieron hacer una cola para ingresar al predio, a lo que fuera el patio de máquinas, donde se emplaza la mesa giratoria que repartía las locomotoras en los diferentes talleres. Los panes de césped todavía flojos, a la vera de la entrada, hablaban de la premura con que se trabajó para llegar a la tan ansiada fecha.

Una vez adentro, los visitantes comenzaron a ser recibidos por los mismos artistas de vistosos vestuarios que con sus artes de juglaría fueron los iniciadores de la fiesta de la Fábrica Cultural: zanquistas, especialistas en diávolo, bailarinas que invitaban a danzar a los niños, y algunos que desafiaban el “puente” que forma el eje de la mesa giratoria, al ritmo de una música que oscilaba entre el jazz, lo circense y las cortinas de Benny Hill. La utopía estetizante de la vida social de la ministra María de los Ángeles “Chiqui” González estaba a toda marcha.

A medida que llegaba, la gente se iba acercando al escenario central, donde estaba prometida la actuación del Chango Spasiuk y su grupo, como broche de oro, tomando la misma forma redondeada que da nombre al predio.

Binner vs. Fort

Pero el acto oficial vendría por el otro lado. Las palabras de la locutora oficial, Ana Cantiani, convocaron al público hacia un podio cercano al hemiciclo, palabras que hablaban de memoria y reapropiación del otrora abandonado lugar: “Estamos aquí esta noche, cerrando el año del Bicentenario, para compartir un momento clave en la historia de esta ciudad: reabrir nuevamente las puertas de este emblemático espacio, esta vez con nuevos sueños y nuevas metas”.

Luego pasó el consabido video institucional con la voz de Quique Pessoa, y el gobernador Hermes Juan Binner entregó un ramo de flores a la viuda de César López Claro, quien junto a Roberto Favaretto Forner cedió obras para ser exhibidas en el espacio central del edificio.

Como en El Molino, el gobernador volvió a ser el único orador. Pero a diferencia de la anterior ocasión, su alocución no repasó obras de gobierno sino que se centró en destacar la historia del centenario lugar, que fuera clave para el funcionamiento del Ferrocarril Santa Fe durante décadas, y parte de la red ferroviaria argentina, una de las más extensas del mundo, que unió pueblos.

A continuación, destacó que la cultura no es simplemente “un hecho cultural, una gran orquesta, una gran obra de teatro, una gran obra pictórica; todos eso es importante. Pero lo importante y lo trascendente es ver que la cultura se puede desarrollar en la vida cotidiana (...). Por eso la concepción que tiene este Parque Federal del Bicentenario es una concepción moderna, novedosa: no es lo que estamos inaugurando hoy un museo, no es un lugar para conciertos, no es un espectáculo que pueda ser significativo para alguna arte escénica. No, esto que estamos incorporando hoy es la vida cotidiana”.

Como en la ocasión anterior, destacó la importancia de generar opciones para niños y jóvenes distintas a lo que se enlata desde algunas usinas mediáticas: “Hay que crear alternativas a Ricardo Fort”, afirmó.

A jugar

Tras el discurso, y una vez más desde el crucero de la vieja nave giratoria, algunos artistas acompañaron a niños portando carteles con números, que la voz grabada de Pessoa destacó como “las locomotoras de la vida”. Cada niño se allegó a la puerta de cada uno de los antiguos talleres que llevaba el mismo número, y así se produjo la apertura de las puertas del edificio, donde esperaban acróbatas aéreos de trapecio, lira y aparejo extensible, y una variedad de artistas que iban desde un cuarteto de jazz, un ejecutante de serrucho con arco de violín, un grupo de danzas israelíes, y un payaso acróbata en bicicleta.

Todo esto por supuesto acompañado de juegos instalados en el lugar, entre los que se destacaban unas réplicas gigantes del Simon, aquel juego de los ‘80 en el que el jugador tenía que replicar una secuencia aleatoria de luz y sonido.

Chango gringo

A las 22.40, la gente corrió hacia el escenario principal para disfrutar del concierto de Spasiuk. Y el misionero no defraudó: al frente de un grupo de músicos llenos de solvencia y buen gusto, se paseó por el chamamé de su tierra, la polka de sus ancestros, y hasta pasó por la música ciudadana (de la mano de Astor Piazzolla) y el joropo venezolano.

“Cuando nos juntamos y aprendemos del otro nos damos cuenta de que no somos tan distintos de él”, reflexionó el acordeonista, quien agradeció jocosamente el calor santafesino, sabedor de lo ardiente de su tierra colorada. No faltó por supuesto el homenaje a Mario del Tránsito Cocomarola, en una versión liderada por acordeón y guitarra (en un duelo de virtuosismo) del consabido “Kilómetro 11”.

Pasada la medianoche, fue el turno de los saludos que cerraron la fiesta. El “chiquigonzalismo” como estetización posible de la política (o como dimensión estética de la gestión del FPCyS) despedía así una nueva noche de gloria.