La magia existe

En la pantalla del cine América se puede aún disfrutar del film de Sylvain Chomet basado en el guión de Jacques Tati. Habla de un mago, ya con sus años, que hace todo lo posible por sostener la realidad de la magia. Foto: Télam
Ana Laura Fertonani
Parece que ni él -el mago Tatischeff-, ni su comunidad de vecinos de hotel -el payaso, el ventrílocuo, los acróbatas y cantantes- tienen otra oportunidad en el mundo con esa única moneda del corazón que llevan ya gastada en el bolsillo. Fuera de los márgenes, la humanidad decidió otro rumbo, va detrás de “luces de colores”: el rock, la televisión, la publicidad, el consumo... un camino de risas fáciles y vacías, donde las “ilusiones” tienen su precio.
El escenario de cuentos pertenece a la década del ‘50, y los paisajes -atravesados por un dejo de melancolía- que elige este señor mago en su recorrido -París, Londres, Escocia- le van mostrando de forma despiadada que ya las luces del espectáculo y los aplausos se apagaron para él.
Él viaja -por tierra y por mar- llevando consigo su ser y haceres de mago, con sus sueños, su conejo y galera, recorre kilómetros en busca de algún rostro de humanidad que le dé sentido a su arte. Y lo encuentra: es el de una joven que lo adopta de padre e hijo, por quien intentará -por todos los medios- mantener la ilusión de la magia, aunque se trate de cosas materiales, y aun a costa del cruel mundo de las apariencias y el consumo.
“El Ilusionista” es la mágica y triste historia de un artista que peleó por su existencia arrebatada por una sociedad que decidió dejar de mirarlo.
HOMENAJES
Sylvain Chomet llevó a la pantalla grande su homenaje al gran comediante francés Jacques Tati, al darle cuerpo a su guión autobiográfico. Y con acuarelas y lápices, y bastante realismo, el también director de “Las trillizas de Belville” logra una obra mágica que mientras pinta sonrisas dibuja angustias.
Desde 1961, el guión de “El ilusionista” estaba olvidado, pero no para la hija del gran cómico del séptimo arte, Sophie Tatischeff, quien iba en busca de un mago/director que fuera capaz de revivir la magia de su padre en la pantalla. Y a pesar de que el dolor y la marginalidad que traspasan la pantalla -y las épocas- pongan en duda la existencia de la magia y la de sus hacedores, el filme es la prueba de que hay arte, hay artistas, hay magias y magos que pueden construir y decir poesía.




