Revolución: El cruce de Los Andes

El regreso de los grandes relatos

El regreso de los grandes relatos

“Revolución...” recupera un espacio cinematográfico que no había sido ocupado desde fines de los sesenta: el de los filmes sobre próceres nacionales y sus circunstancias históricas. Foto: TÉLAM.

Revolución: El cruce de Los Andes. (Argentina-España/2010). Dirección: Leandro Ipiña. Guion: Andrés Maino y Leandro Ipiña. Fotografía: Javier Juliá. Dirección de arte: Sergio Rud. Sonido: Martín Griñaschi. Duración: 97 minutos. Intérpretes: Rodrigo de la Serna, Juan Ciancio, Alberto Ajaka, Alfredo Castellani, Víctor Hugo Carrizo y Lautaro Delgado. Se exhibe en Cinemark. Apta para todo público APT.

 

Rosa Gronda

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El bienvenido y creciente interés de las nuevas generaciones por el conocimiento de los protagonistas que construyeron al país, ya demostrado con el auge de la novela histórica y el ensayo más desprejuiciado sobre próceres y acontecimientos autóctonos, se ha trasladado al cine, favorecido al calor de la conmemoración del bicentenario y el interés de las autoridades actuales en revisitar la historia argentina.

“Revolución. El cruce de los Andes” es la vuelta a un cine épico nacional de grandes próceres patrios, donde precisamente “El santo de la espada” filmado en 1970 por Leopoldo Torre Nilsson, resulta un referente ineludible tanto como la discusión respecto de las diferencias entre ambos filmes que tienen como protagonista a José de San Martín, considerado el héroe por antonomasia de los argentinos.

En cierto modo, presionada a tomar distancia de los puntos de vista que se abordaron anteriormente, la película se decanta por la brevedad, la síntesis y la intensidad. Consciente de que su objeto es inabarcable, se limita a narrar la primera de las epopeyas, que encuentra su punto culminante en la gloriosa batalla de Chacabuco de 1917, precedida de la hazaña de cruzar Los Andes, con un ejército que compensaba su escaso apoyo oficial con el abnegado sacrificio y participación popular.

Persistencia del mito

La historia no se narra desde San Martín, sino desde el punto de vista de uno de sus más jóvenes colaboradores. La acción se inicia con el relato de un anciano, Manuel Corvalán, entrevistado por un periodista que en la década del ochenta se interesa por la epopeya de San Martín, del que se están por repatriar sus restos. Con esa intención, visita al viejo combatiente, que malvive en una pobre pensión y fue testigo de la historia grande, como joven amanuense primero y como soldado después. El personaje (ficticio) está interpretado por un actor de edad avanzada y por el joven Juan Ciancio (el actor de “El niño de barro”) en su juventud. En la relación entre San Martín y su asistente adolescente de 15 años se da un guiño del guion, construido como un puente para facilitar la relación con el público más joven.

Una estructura circular dividida en viñetas con subtítulos, hacen al film didáctico y ágil. Se va y viene del planisferio al paisaje, del pasado al presente (de 1880 a 1817). Lo mejor tiene que ver con su acabado técnico: se ve y se escucha muy bien, los efectos visuales para concretar escenas de masas en la batalla son de un profesionalismo incuestionable. El cuidado técnico sorprende por el grado de detallismo y calidad. La reconstrucción de época, las batallas filmadas en escenarios naturales, la coordinación de secuencias multitudinarias y el ritmo inusitado de las escenas de acción que por momentos se acerca al ritmo de un western con pistolones y bayonetas del siglo XIX.

Realizada en democracia, la película de Ipiña tiene una mayor libertad que la de Torre Nilsson para mostrar los costados imperfectos del héroe pero más allá de algunos escupitajos, arranques de malhumor o desesperación, el héroe sigue quedando en su pedestal, con menos bronce y más humanidad, pero siempre en el molde arquetípico.

Méritos y desméritos

La película no puede evitar que algunos diálogos suenen ampulosos y retóricos (se apela a material de cartas históricas y reconstrucciones fidedignas a su contexto, que no puede eludir la utilización de un español que no es el que se habla en nuestros días). A eso contribuye una dicción actoral que por momentos parece recitada en un español antiguo.

La novelización del argumento, con la introducción de personajes ficticios pero posibles, de acuerdo con la realidad de los hechos, no atenta contra la esencia histórica de lo narrado. Los personajes secundarios tienen poco desarrollo, pero eso no impide que “Revolución...” sea un relato digno y entretenido que acerca datos de la historia argentina con muy buen resultado en su feeling con el espectador.

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BUENA