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La difícil tarea de estudiar con el bebé en los brazos

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El bebé fomenta valores como la tolerancia y la solidaridad. Según los docentes, el atraso escolar es mínimo.

Fotos: Amancio Alem

Tres jóvenes mamás cursan en la escuela Nº 507, una secundaria inclusiva que permite a las alumnas llevar a sus bebés al aula. Historias de esfuerzo y de un modelo distinto de convivencia escolar, que no figura en los papeles.

 

Mariela Goy

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Por el llanto de un bebé que se escucha desde el pasillo podría tratarse de una maternidad o una guardería. Pero, por más extraño que parezca, el bullicio proviene de un salón de clase. Ubicada en el límite suroeste del barrio Santa Rosa de Lima, la escuela secundaria Nº 507 permite a las alumnas llevar al aula a sus bebés con tal de que puedan terminar el secundario obligatorio. Es una decisión institucional poco común, que pone la mirada más en el contexto de vulnerabilidad social de sus alumnas y menos en los papeles burocráticos.

“La única manera que tengo de seguir estudiando es traer a mi bebé a clase”, confiesa Silvina Cardozo, mientras mece al inquieto Junior, de apenas 8 meses. Sobre su pupitre del curso de 2do año, hay una mamadera con leche. Silvina toma apuntes y ruega que el pequeño se duerma otro ratito para poder terminar de copiar los ejercicios de matemática.

Además de Junior, esta mamá soltera tiene otras dos criaturas de 3 y 5 años que van al jardín de infantes que comparte el edificio con la secundaria 507 y la primaria Monseñor Zazpe. Cada mañana, Silvina se levanta tempranísimo para tomarse el colectivo con sus tres hijos, las carpetas y el cochecito. Vive en Altos de Noguera y atraviesa toda la ciudad para llegar a la única escuela que le da la posibilidad de estudiar mientras contiene a sus hijos.

“Es muy, pero muy difícil prestar atención al profe y cuidar al bebé al mismo tiempo”, enfatiza Evelin Mehaudy, mamá de Paulina, de 2 añitos, que ahora va al jardín pero pasó su primer año de vida en un curso de secundaria . “Por momentos pensaba que no podía seguir, pero ya estoy en cuarto año. Yo había dejado de venir a la escuela cuando el papá de mi hija murió y me las tuve que arreglar sola. Los profesores me fueron a buscar a casa y me dieron la posibilidad de venir con la nena para que termine”, cuenta Evelin, que lleva una pesada historia impresa en los ojos, que de a ratos se le iluminan cuando mira a Paulina. “Todo este esfuerzo lo hago por ella. Necesito trabajar por mi hija y, para cualquier empleo, te piden el secundario completo”.

A su lado, la quinceañera Marcela Albarracín asiente con la cabeza cada vez que escucha la palabra “difícil”. Estos días de otoño, Lucía Morena, de 9 meses, está con resfrío y la alumna se divide entre los remedios y las tareas de primer año. “Vengo con ella a la escuela pero cuando está enferma, tengo que faltar. Mi mamá también acaba de tener un bebé y me ayuda con su nieta cuando puede”, dice la adolescente.

Los primeros pasos de una nueva convivencia

“¡Contá quién hizo caminar a la nena!”, planteó Diego, compañero de curso de Evelin. El año pasado, su hija Paulina dio los primeros pasos en el salón de clases con él y otro compañero de curso. Es que cada vez que la beba se ponía inquieta, le tomaban la manito y la llevaban a dar una vuelta por el aula.

Con un bebé en la comisión, alumnos y profesores debieron aprender a convivir distinto. Si llora mucho, la mamá tiene que salir un rato al pasillo. Si se pone inquieto, alguien colabora para tranquilizar o alzar al niño para que su compañera no pierda tantas lecciones.

Hay situaciones que incomodan a todo el curso. “Por ejemplo, cuando Paulina estaba empachada, una vez vomitó en el salón, y no paraba de llorar; me sentí bastante mal”, cuenta la joven.

A Marcela, por otro lado, le resulta vergonzoso amamantar a Lucía Morena frente a sus compañeros, así que busca refugio en la dirección. Evelin, en cambio, sorteó esa limitación: “Yo sacaba el pecho y le daba la leche ahí mismo. Un poco de vergüenza tenía, pero era más fuerte el hambre de mi hija”.

A pesar de los inconvenientes, el profesor Sergio Bertinat opina que la convivencia “es mucho mejor” en los cursos donde hay una criatura. “Los mismos alumnos se preocupan si le pasa algo al bebé, alguno lo cuida cuando ve que la mamá está atrasada en la actividad o le prestan los apuntes. Surgen a pleno los valores como la tolerancia y la solidaridad”, asegura el docente.

Atraso mínimo

El director de la escuela, Juan Pablo Mendoza, admite que desde la docencia y la didáctica resulta clave evitar lo más posible las interferencias en el aprendizaje. “Pero también es verdad que si hablamos de escuela inclusiva, tenemos que brindarle una oportunidad a todos. Y acá no sólo las mamás se preocupan por sus hijos, sino que los docentes cuidan que tengan las vacunas al día y que mamá y niño se alimenten bien; acá las alumnas almuerzan en el comedor”, explica.

Bertinat considera, desde su experiencia docente, que el atraso en los aprendizajes es “mínimo” porque cada profesor tiene en claro cuáles son los contenidos prioritarios y apunta a que todo el curso los alcance.

“¿Cómo hago? Con una mano le juego a Junior mientras está en el coche y con la otra escribo”, responde Silvina, revelando su técnica para tomar apuntes. Por la noche, cuando los niños se van a dormir, esta mamá aprovecha para hacer las tareas. “El sacrificio vale la pena”, cierra la joven, convencida de que la educación le permitirá proyectar otro futuro para ella y sus hijos.


Realismo puro

“Si no te adaptás al contexto, la realidad te sobrepasa. Nuestra escuela se caracteriza por una matrícula de alumnos en extrema condición de vulnerabilidad social; y cuando digo extrema, no exagero. Por eso, tenemos que flexibilizarnos lo más posible”, argumentó Juan Pablo Mendoza, director de la escuela Nº 507. Pidió que en los barrios marginales haya guarderías -de 0 a 3 años- para que las adolescentes tengan un lugar donde dejar a sus hijos mientras estudian. “La ley pensó en el secundario obligatorio, ahora tenemos que mirar la realidad”, sugirió.

Evelin, 4º año

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“En ninguna otra escuela me permitían ir con Paulina. Me costó mucho estudiar con ella en brazos, tomar apuntes y atender la clase, pero todos me ayudaron, desde los profesores a mis compañeros. Estoy muy cómoda acá”.:

Marcela, 1º año

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“Tuve que dejar de estudiar cuando quedé embarazada. Ahora empecé de nuevo la escuela y me gusta mucho. No me cuesta tomar apuntes con ella alzada, aunque a veces se pone muy inquieta”.

Silvina, 2º año

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“Cobro $ 500 de la Asignación Universal pero no me alcanzan. Quise trabajar de empleada doméstica y la señora me pidió secundario completo. Necesito terminar la escuela y conseguir trabajo para mantener a mis 3 hijos”.