“SECUESTRO Y MUERTE”

Un filme moderadamente provocativo

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Peluca rubia para el personaje que representa a una Arrostito más joven e inofensiva que la de la crónica histórica, junto a su compañero, Abal Medina, antes de entrar en acción. Foto: Gentileza producción.

“Secuestro y muerte”. Origen: Argentina, 2010. Dirección: Rafael Filipelli. Guión: Mariano Llinas, David Oubiña, Beatriz Sarlo. Producción ejecutiva: Saula Benavente. Elenco: Enrique Piñeyro, Alberto Ajaka, Esteban Bigliardi, Agustina Muñoz. Directora asistente: Inés de Oliveira Cézar. Arte: Cecilia Figueredo. Fotografía: Fernando Lockett. Montaje: Alejo Moguillansky. Sonido: Jesica Suárez. Distribuidora: Primer Plano. Duración: 95 minutos. Se exhibe en Loa Proarte - 25 de Mayo 1867.

 

Rosa Gronda

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Con la distensión de quien presenta un juego de ideas polémicas, que libran su propia batalla racional más allá de pasiones partidarias, la película evoca hechos violentos y dolorosos de la historia argentina reciente y los expone despojados de detalles, nombres propios y circunstancias puntuales. En este marco se reconstruye el secuestro y muerte del general Pedro Eugenio Aramburu (presidente de facto tras el derrocamiento de Perón en 1955) en junio de 1970.

Los hechos se resumen y sintetizan libremente. El filme no pretende ser rigurosamente histórico ni ortodoxamente político, por lo que la fidelidad al detalle en parte existe y en parte no. Hay relato en off (similar a las descripciones del documento histórico donde se narran los hechos) y se intercalan conversaciones imaginarias pero ricamente indiciales, como cuando los guerrilleros confunden un eucaliptus con una casuarina o el tipo de ganado que observan por la ventanilla del auto.

Los Unos y los Otros

Víctima y victimarios están presentados lejos de cualquier estigmatización: los jóvenes militantes setentistas son tan ingenuos como idealistas dogmáticos; del otro lado, Enrique Piñeyro, como el general, con su reposado tono de voz transmite una imagen más bondadosa que autoritaria. En el precario juicio, se justifica permanentemente aferrándose a principios aun en el caos de una revolución y refuta a sus acusadores que “sólo un dictador no tiene límites ni reglas”. Los jóvenes, por su parte, se indignan por los fusilados sin oportunidad de descargo, pero dejan claro que no pretenden “entender sino saber”. El filme se limita a exponer a los personajes y situaciones sin juicio explícito de valor sobre ellos.

Visualmente, la puesta en escena es muy bressoniana, con encuadres rigurosamente calculados, como también cada diálogo y los movimientos en el plano. Se destaca la banda sonora con sonidos exclusivamente diegéticos: se escucha la radio a veces distorsionada por descargas, pasos, cantos de pájaros.

La frescura de la banda sonora anima la austeridad, y hacia el final encuentra incluso una proyección simbólica (hay que golpear la chimenea cada vez más fuerte para que no se escuchen los disparos: los ruidos mentirosos ocultan lo esencial).

Paradojas y juegos

Contra lo que podría esperarse por el tema que el filme aborda, todo resulta menos oscuro y más contenido, una moderada provocación en torno a los episodios violentos que llegó a vivir la Argentina en los años setenta, hechos cuya gravedad aún sigue siendo desoída y no suficientemente comprendida. Los nombres de Aramburu, la organización Montoneros y el de Perón se eluden; en cambio se menciona a Ernesto Guevara en fragmentos de una carta real, fechada en Madrid, el 24 de octubre de 1967, donde Perón se refiere elogiosamente al Che y recuerda sus propios errores juveniles en temas de política.

Una sutil ironía recorre la totalidad de este filme que aborda la política para analizarla sin predicar.

Desconcertante en la alternancia de breves discusiones políticas y extensas conversaciones banales que enfrían la tensión dramática, a lo que se suman juguetones fragmentos de literatura dieciochesca (Obligado, Guido y Spano). Sin embargo todo converge en un inteligente empleo de relatos y signos no totalmente arbitrarios, con los que Filippelli y su equipo eluden lugares comunes, para hacer un filme personal, extraño y fundamentalmente libre, en torno a la legitimidad de la violencia. El visionado de “Secuestro y muerte” estimula la continuación de un debate aún no cerrado, con la cabeza fría y la intención de verdad, más allá de etiquetas ideológicas.