Un cauce con catorce barcas

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Fotografías de Cecilia Lenardón.

Por Patricia Severín

“El río en catorce cuentos”, cuentos de autores varios. Ediciones Fundación Ross, Rosario, 2011.

Gloria Lenardón y Marta Ortiz reúnen en esta antología cuentos en donde el río aparece como figura principal o se abre como telón de fondo. El río se impone por presencia en la mayoría, y en otros, por omisión. Esta caudalosa antología nos muestra distintas voces casi todas de la provincia de Santa Fe-, en cuyos relatos, el agua suele ser una fuerza abrumadora, una bisagra hacia otra cosa, un giro y también un reconocimiento, a eso que permanece allí, desde siempre, cambiante y a la vez inmutable.

El río separa, une, y se desmadra cíclicamente; internarse en él puede significar quedar atrapado a sus orillas o dentro de laberintos interiores (Beatriz Actis: “La otra orilla”); sobre la barranca amanecida, el amor, la confusión y las drogas, llevan a la aventura y a juegos peligrosos (Fernando Callero: “Marcela”); en el río se trabaja y se lucha, entre conflictos laborales, secretos compartidos y barcas convertidas en símbolos (Sonia Catela: “Barco de boca abierta”); la contaminación, esa “sopa espesa de alquitranes/charca de veneno”, hunde la muerte y la culpa que no corren río abajo (Horacio Convertini: “El pus del diablo”); todo se lo traga el río, y lo oculta en la intimidad de su lecho, con voracidad y silencio (Delia Croche: “Cuerpos”; Alicia Kozameh: “Carta a Aubervillies”); el río es el paraíso, ese paisaje prodigioso, dador inacabable, que hay que defender a cualquier precio para que la armonía siga reinando (Angélica Gorodischer: “Camino al sur”); la mujer y la discordia llegan desde el río y provocan la fractura entre hermanos (Alberto Lagunas: “Capricho sobre la partida del hermano más querido”); la miseria se amplifica como un ojo hambriento y cruel, cuando en sus orillas el agua desborda implacable (Carlos Roberto Morán: “El más vivo de todos”); hasta su costa llegan todo tipo de personajes e intereses (Marta Ortiz: “Muñecas”); el río es peligro, juego de infancia y promesa, aunque se haya transformado en un lugar inaccesible (María Rosa Pfeiffer: “Mi primo y la canoa”); la urbe se hunde a espaldas del río (Jorge Riestra: “Historia de la crisis”); hay que pagar consecuencias inesperadas por cruzar a la otra orilla (Pablo Crash Solomonoff: “Abadía for export”); la confusión y el desgano, al borde del agua, se llevan esperanzas, amoríos y palabras sueltas, que no logran armarse ni redimirse (Beatriz Vignoli: “Scrabel”).

El río se muestra en su polaridad, vida / muerte: cubre, expone, interpela, aleja, une. Es mudo testigo o traidor o partícipe de conflictos y dramas personales o colectivos. Los distintos brazos de un mismo delta, bifurcan, se juntan, se desplazan, desbaratan, caen y vuelven a rehacerse de variadas formas, en los distintos cuentos, para seguir su trayecto sofocado / embravecido.

No sé si fue buscado por las compiladoras, quizá sí, pues es significativo que el volumen abra y cierre, con el personaje de Juan L.Ortiz, el poeta del río, que sobrevuela con su aliento, con su presencia líquida, desde el inicio y el final, la extensión de todo el volumen.

El nivel escritural, de cada uno de los catorce textos, presenta maestría y estilo; cada voz, cada universo singular, de estas narradoras y narradores argentinos, nos ofrecen es sus prosas la tragedia cotidiana e implacable o los distintos rostros del miedo, la maldad y el desamor.

La impecable edición de Editorial Ross cuenta con un bello diseño de tapa de la rosarina Cecilia Lenardón.

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