LA LITERATURA Y LA FASCINACIÓN DE LO COTIDIANO

Gabo-Bioy: una hermosa paradoja ¿involuntaria?

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Gabriel García Márquez y Adolfo Bioy Casares. Consagrados escritores de ficción durante sus vidas, resulta al menos curioso que dos obras, sino recientes, de las últimas -las memorias de Gabo y los diarios de la relación Borges-Bioy-, parecieran hacer más justicia a sus nombres que otros libros de su propia producción.

Foto: ARCHIVO el litoral

Estanislao Giménez Corte

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I

Dos recientes experiencias de lectura, muy diferentes entre sí, dos libros de dos autores alejados -en tiempo, espacio, estilo y características-, parecieran, al menos en lo que aquí se cuenta, unirse o confluir hacia un punto común. Como si de morosos animales que se arrastran se tratara, uno y el otro dejan sus sitios habituales y migran, se acercan, se encuentran, fuera de registros y usos conocidos, en un lugar que agradecemos: el resultado es una maravilla inesperada. En esa encrucijada que tal vez nadie previó, estos textos vienen a decirnos algo: son el golpe de gracia; el tiro del final; el último truco de la noche. El remate inesperado del texto.

Ese movimiento, ajedrecístico si fue premeditado, sirve para esbozar una suerte de hipótesis que, en crudo, brutalmente, podría decirse así: en estos casos, no importa ya si el arte imita a la naturaleza ni hasta qué punto la vida imita al arte; por el contrario, resulta fascinante y embriagador comprobar cómo la vida se termina imponiendo a la misma ficción; o cómo, de qué formas, la imaginación es reducida por el peso extraordinario de las posibilidades (mágicas, delirantes, humorísticas) de lo real.

Así, al modo de una hermosa paradoja ¿involuntaria?, las producciones de autores que se han dedicado con pasión a la creación de ficciones, encuentran sus mejores textos y momentos en sus libros de memorias, en las autobiografías, en los diarios. Como si lo cotidiano, su propia experiencia vital, terminara imponiéndose a la fuerza de sus ficciones; como si a la imaginación le irrumpiera, superándola, la realidad o lo real.

Estos mismos autores, que han trabajado hasta la extenuación en la creación de universos, mundos, personajes, pueden entonces ser consagrados a la posteridad, no (únicamente) por esos mundos imaginarios, sino (además) por los volúmenes de cartas, diarios, memorias, que lentamente se van dando a conocer y que, en mí como en tantos, obligan a repensar al mismo autor, a reconciliarnos con lo que pensamos o pensábamos de él. Operación ésta que es quizás imposible sin esa intermediación del trazo de la anotación diaria. En Gabo y Bioy, la narración, a la usanza de una crónica, de una crónica hiperrealista, hace hablar a su pequeño gran mundo circundante, y funciona mejor o produce un efecto mucho más impresionante que su novelística, o al menos que parte de su novelística. Aun no compartiendo este criterio, ¿no es interesante pensar, por un momento, en esta digresión: las despedidas de los maestros urdidas por este giro, por esta última sorpresa, cuando todos pensábamos que ya habían dado todo de sí?

II

Nadie va a discutir a García Márquez, pero, en la experiencia de quien firma, siempre se antepuso, entre la fama y las eventuales lecturas, una suerte de distancia o exterioridad respecto de su prosa. Quizás su estilo algo sobrecargado, o el problema de las largas novelas con el amor como temática esencial; ello, y las propias miopías del autor de esta nota, han generado una relación algo áspera. Esa distancia fue aniquilada, como nunca, por “Vivir para contarla” (tomos I y II). García Márquez toma al lector del cuello y lo sumerge, para no dejarlo respirar, en una narración extraordinaria, que no es precisamente la vida de un escritor, sino la de alguien que pretende serlo. Pareciera que todas las fuerzas de lo mejor del autor, amén del interés natural de su propia vida, se han concentrado allí: un innato talento como narrador; la explicación de parte de la naturaleza del realismo mágico (lo que ve a su alrededor supera largamente cualquier elucubración ficticia); su propia vida como tema. Su propia vida, pero la crónica de su propia vida, no la novela alambicada de su propia vida, hacen de esta obra que fluye, entendemos, una de sus mejores producciones.

El caso de Bioy Casares es notable por diversos aspectos. Consagrado narrador, su obra ha sido premiada y distinguida en todos lados, pero en los últimos años de su vida y aun después de su muerte, en 1999, ha dado a la imprenta grandiosas producciones que, insistimos, no forman parte de sus ficciones, sino que resuena en ellas ese poderosísimo eco real. “De jardines ajenos”, de 1997, reúne frases, citas, chistes, refranes; a ello se agregan sus propias memorias, que no he leído, y el monumental “Borges” (2006), que ofrece los diarios de una amistad durante cuarenta años. Qué decir de ello que no se haya dicho: el reconocimiento a la persistencia y honestidad de Bioy; la narración de las peripecias de sus vidas, amores, recelos, resentimientos, conversaciones literarias pero, además, la historia de la Argentina, e incluso, por caso, el apoyo de Bioy y Borges a la Libertadora.

III

La propia vida como objeto de la literatura, la maestría de narrar de uno y de otro, a su modo, han hecho, entendemos, más por los autores que sus últimas obras de ficción; la irrupción, la imposición de lo real, de lo vital, sobre lo ficcional, ¿fue algo pensado, premeditado? ¿fue un accidente?. Como sea, hay aquí, para quien quiera verlo, un último movimiento de dos grandes, la paradoja premeditada o accidental como cierre, no menor, de unas vidas grandiosas.