Gelman y Mederos presentaron “Del Amor”

El emperrado corazón amora

El emperrado corazón amora

En obras como “Notas” (1979) y “Carta Abierta” (1980), se reflejan los avatares “políticos” de la vida de Gelman y se narra su costado más trágico.

El poeta y el músico “dialogaron” frente a un Teatro Municipal colmado, en la noche de ayer, con el sentimiento como tema excluyente.

 

Estanislao Giménez Corte

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I

Neruda decía de sí que recitaba espantosamente sus poemas; Borges balbuceaba sus versos con arrastrada fonética, tornándolos casi ininteligibles. Sucede que una difundida equivocación lleva a insistir en la pretensión del traslado de poetas -adversos en general a la exposición, acostumbrados a trabajar calladamente la hoja- de un escritorio a un escenario. No siempre ese traslado redunda en felices acontecimientos. Ámbito de actores aquél, de músicos, puede devenir ello en una empresa forzada, como si dos universos irreconciliables se superpusieran de súbito y no hubiera como consecuencia más que una grieta invisible pero insalvable. El intento del traslado de la magia de la palabra escrita a la (a veces no tan mágica) dicción de esa palabra, aunque la voz sea la del mismo autor, ha generado no pocos desencantos.

La lectura de poesía supone una práctica con ciertas características que son, cuanto menos, difíciles de reproducir en un ámbito que no sea precisamente ése, es decir, el hecho personalísimo de poner los ojos sobre la grafía, el espíritu del lector permeable al arrebato, y la espera alerta a que el talento del escritor nos cachetee. La lectura de la poesía, en general, exige un esfuerzo de concentración, de interpretación, incluso de imaginación en el lector, que -merced a estas predisposiciones- “entra” o no en el autor.

II

La escucha de una poesía desconocida genera, a veces, una suerte de abismo, una distancia entre el autor -que caviló y trabajó esa materia sonora con determinada acústica, eligiendo cuidadosamente los giros, buscando una noche entera el adjetivo perfecto, reflexionando si a éste lo coloca antes o después del sustantivo- y el otro que escucha, distancia que hace que el hueco que se abre pueda obturar los énfasis y el efecto de la composición. El poeta lo sabe y apela a que, al menos una frase, una figura, unas recurrencias dichas con la voz adecuada, rompan esa lejanía, surquen el abismo que los separa y toquen la fibra sensible del que escucha.

No demasiados autores tienen la facultad de leer armoniosa, delicada o violenta, vívidamente su obra. En general, o se niegan o, peor aún, la obra de un gran poeta es declamada por actores, recitadores y símiles, que en contadísimas ocasiones logran llevar la empresa con éxito, cuando no caen en tristes espectáculos de humor involuntario. Decir poesía (recitar, declamar) en público es dificilísimo aún para mismo el autor; ni qué decir de los esforzados intérpretes que aparatosamente alargan vocales o ponen acentos o gesticulan innecesariamente o hacen las pausas donde no corresponde. Se necesita, ya no sólo una buena voz, sino esencialmente sentir lo que se dice; para ello, hay que haber estudiado y hay que haber amado al autor. La poesía, tengámoslo por seguro, no es alguien gritando ni alguien impostando la voz; no es alguien acentuando un esdrújulo como si se gritase un gol. La poesía; nadie sabe qué es ni para qué sirve, claro, como decían Mario Trejo y Cocteau, pero no es un tipo a los gritos. Gelman no recita, lee.

III

Premio Cervantes 2007, Gelman es un poeta particularísimo en su estilo, al que podría calificarse, en muchos pasajes de su larga obra, como experimental, sino fuera porque ello no dice nada: ¿qué buen poeta no explora la lengua y sus límites y juega con ello? Pero sí pueden mencionarse algunas características de su trabajo: la reinvención de términos (“mundar; niñábamos”); la permanente incursión en juegos verbales o sintácticos (“esta vida que me vivís”; “los soles solan y los mares maran”), las traslaciones de las palabras modificando su función, por ejemplo de nombres en verbos (“te juaneo/ te gelmaneo/gelmanear”); la invención de palabras compuestas (“vivimorís; afueradentro”), y términos varios (“moridos, amorado, enmuerta”); el uso permanente de diminutivos (“agüita”, “muertitos”, “huesitos”, “almita”); creaciones sintácticas y de sentido (“para no ser otra cosa que vos/ o sea serte”; “bésoles muy los pies”) e incluso las alteraciones de persona y género (“agrandamiento de la ser”; “la todo”; “la trabajo”; “la alma”); además del uso de nominaciones de animales como metáforas y las conjunciones (“o” sobre todo) para presentar enumeraciones. Un estudio detenido podría explorar muchos otros tópicos.

IV

En un caso como el de Gelman, que un espectáculo suyo se intitule “Del Amor”, implica ya un giro sobre un autor muy vinculado a la historia política reciente, especialmente a la década del ‘70. Esta puesta privilegia, por el contrario, al poeta que dice el amor con originales recursos de estilo. “Cada vez que paso”; “Cuando esté muerto”, “Amarte es esto”, “Otras Preguntas”, “Hechos”, “Mujeres”, “Carta”, “La Pajarera de Pentecostés”, “La dueña”, “Ofelia”, “Sentimientos”, “Cada vez que paso por la Rue des Arts”, “Certezas” y “Gotán”, mostraron que lentamente, merced a la lectura cadenciosa, a la música que envolvía y preludiaba la poesía, y viceversa, lo poético sucedía como en curvas de variada intensidad, dadas éstas en el diálogo mismo de las dos artes, como si compartiesen ese privilegio, el de generar esa belleza, aunque fuera por brevísimos lapsos, colándose en el final de un verso, en el andar preciso del trío de Mederos, en su yuxtaposición.

“Amarte es esto: una palabra que está por decir/un arbolito sin hojas que da sombra”, leyó Gelman en uno de ellos, para acortar, achicar, disolver, en ese instante como en otros, la distancia, el hueco, el abismo que a veces aparta al que escribe del que eventualmente pudiera leer y escuchaba.

V

Saca la poesía del libro el poeta y la da, la música de la partitura arranca el músico y la da, eso hacen, con el único objeto de que nosotros nos abandonemos a sentir, no a interpretar, lo que allí sucede ¿no es eso, finalmente, de lo que se trata?

A ritmo de fueye

Piezas como “Sur”, “Adiós Nonino”, “La pulpera de Santa Lucía”, entre otras, en hermosas y emotivas versiones, a cargo de Rodolfo Mederos (bandoneón), Sergio Rivas (contrabajo) y Armando de la Vega (guitarra), dieron al espectáculo dirigido por Cristina Banegas la atmósfera ideal.

Zaffaroni

Casi sobre el final del espectáculo, Gelman anunció la presencia, en el Municipal, del juez de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Zaffaroni, quien se encontraba en nuestra ciudad debido a que brindó una conferencia de prensa. Inmediatamente, fue sujeto de una ovación. La gran mayoría de los presentes aplaudió al juez, que saludó a los presentes desde el palco oficial.