Reconocimiento al Dr. Alberto Cassano

Una discusión científica que se resuelve luego de nueve años

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De la Redacción de El Litoral

El Dr. Alberto Cassano está satisfecho. Y no por una cuestión de ego, sino porque luego de nueve años de discusiones con sus pares logró un nuevo aporte a la ciencia. La polémica surgió en 2003 con la Comisión Especializada de la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC). Finalmente, una publicación de este año terminó por aceptar todas las propuestas realizadas por el investigador santafesino.

- ¿Cuál fue el motivo de la polémica que mantuvo durante casi diez años con un organismo internacional de química pura y aplicada?

- Fueron varios, pero para entenderlos, primero tenemos que explicar qué es una reacción química. Si se mezcla soda cáustica (hidróxido de sodio) con ácido muriático (ácido clorhídrico) se obtiene sal (cloruro de sodio) más agua. Ésta es una reacción química. Muchas de ellas se pueden acelerar con calor (calentar con el mechero Bunsen como algunos han visto en el colegio). Hay otras reacciones que en lugar de calor, usan luz para que se produzcan (hasta podría ser el sol). Estas reacciones se llaman fotoquímicas (del griego “phos” que significa luz).

Sobre nuevos conceptos en este tipo de reacciones, especialmente en las aplicaciones ingenieriles, vengo trabajando desde el año 1964 y, a partir de 1968, con todos mis discípulos y colaboradores.

Estos nuevos enfoques fueron el motivo de mi polémica iniciada en el año 2003 con una Comisión de Químicos “notables” de la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (International Union of Pure and Applied Chemistry o IUPAC) que duró nueve años y que finalmente, en una publicación del año 2011, terminó por darme la razón. Procuraré explicar el tema de la forma más sencilla posible.

- ¿Por qué comenzó la discusión?

- Porque no entendían lo que ocurre en un equipo en la escala industrial. Supongamos, para usar un símil, una habitación grande que tiene sólo una de sus paredes en contacto con el exterior por medio de una pequeña ventana de vidrio por la que entran los rayos del sol. Seguramente que la intensidad de la luz cerca de la ventana será diferente que en el resto de la sala. Si queremos hacer un trabajo preciso en algún punto de ese recinto donde ese factor “intensidad” es importante, no nos bastará con conocer cuánta es la cantidad de luz que “en promedio” hay en la habitación (entre el valor máximo y el mínimo), ni tampoco la que hay cerca de la ventana.

Necesitamos saber la intensidad que hay en ese lugar que nos interesa en particular. Nuestra posición era que los valores promedios no servían, sino que había que conocer la intensidad de luz en cada punto del aposento.

Ahora bien, los químicos trabajan en aparatos pequeños iluminados con alguna fuente de luz. El valor promedio (que tampoco lo calculan bien) podría representar aproximadamente la intensidad de luz que recibe cada punto de su “aparatito”.

Pero para un sistema industrial, se necesita conocer con precisión la distribución de luz en todos sus puntos porque ocupa un espacio mucho mayor. Ello supone, introducir en la química, conceptos de la física (por la luz) y la matemática para poder describir bien lo que ocurre en cada punto. Es más, los valores aproximados del aparatito de los químicos, no se pueden extrapolar (con procedimientos realmente científicos) al equipo grande, si no se conoce muy bien la distribución de la luz que hay también en cada punto del más pequeño.

- ¿Cómo resolvían ellos el problema?

- Haciendo sucesivos cambios de tamaño en forma empírica y probando para ver lo que pasaba. Nosotros sosteníamos que ese método era costoso, que además no era exacto y mucho menos necesario y que, incorporando conocimientos físicos y matemáticos se podía pasar, en la mayor parte de los casos, con mucha precisión del ensayo de laboratorio al equipo industrial grande de un solo salto.

Ello significaba reformular muchos de los conceptos en términos de valores que fueran válidos para cada punto y no trabajar tan sólo con los promedios.

- ¿Y allí terminó toda la controversia?

- No. Un segundo punto tenía que ver con el hecho de que los químicos están acostumbrados a usar luz con rayos que tienen casi “una única dirección”. Como es el caso del haz que usan los modernos punteros laser o los rayos rojos de las películas policiales o de espionaje. Eso se llama una luz “colimada”.

Nosotros sosteníamos que en los medios industriales, la luz no se colima porque es innecesario y además muy antieconómico. Que no es forzoso obligarla a tener una única dirección, sino que se podía respetar la forma en que se propaga en forma natural, como ocurre cada vez que encendemos una lámpara o hacemos entrar los rayos de sol por una ventana. Es decir, que se debía pasar de la única dimensión del rayo del puntero laser al verdadero mundo real que es “tridimensional” (largo, ancho y profundo).

Ello significaba nuevamente, mezclar con la química, la física y la matemática. Es decir, redefinir casi todos los conceptos para sistemas de tres dimensiones como es el mundo real y que el haz colimado fuera sólo un caso particular.

- ¿Y allí terminó?

- De nuevo, no. El tercer punto tenía que ver con la “dispersión” de la luz en los sistemas que tienen partículas. Tomemos un ejemplo. La luz que llega a la tierra (dejemos por el momento de lado las nubes) en un día diáfano tiene dos colores principales, el amarillo del sol y el azul del cielo. Eso es producto de un fenómeno complejo denominado “dispersión” combinado con otros, que hace que esos dos colores predominen cuando la luz, que en realidad es originalmente blanca, se dispersa por la acción de minúsculas gotas de vapor, partículas pequeñas y cenizas que existen en la atmósfera. Pues bien, en muchas reacciones químicas puede haber partículas que producen dispersión. Eso supone, agregar, de nuevo, a la química, la física y la matemática (esta vez bastante más compleja).

Los químicos resolvían el problema de la dispersión con resultados aproximados que llamaban “aparentes” porque sabían que no se concordaban con la realidad. Nosotros trabajamos desde el principio con la forma exacta.

- ¿Cuándo empezaron a tener problemas con ellos?

- Nuestras discrepancias empezaron en el año 1972 y se hicieron mucho más evidentes a partir de 1994. En el año 2002 fui invitado a formar parte de una Comisión Oficial de la IUPAC que iba a definir todos estos conceptos. El trabajo se terminó en el año 2006 y se publicó en el 2007.

Al estar tan plagado de errores conceptuales (porque o no me entendían o no me querían dar la razón) me negué a que mi nombre fuera incluido entre los autores. Primero la verdad y la rigurosidad y después, si se dan, bienvenidos los honores.

Continué con la polémica (porque por mi carácter, cuando creo que tengo razón, no le temo a la controversia) y entre los años 2008 y 2010 ocurrieron dos hechos fundamentales. En el primero, le pedí al Dr. Orlando Alfano, que fue primero mi discípulo y desde hace más de 25 años mi colega, que revisara lo que yo estaba escribiendo en los intercambios con la gente de IUPAC (un texto de veinte páginas a espacio simple).

Me sugirió varios cambios para mejorar los conceptos y aclarar las ideas y suavizó el estilo de mi redacción (yo, cansado de tanta testarudez, había empezado a usar expresiones cada vez más agresivas y él, en cambio, es la personificación de la prudencia). Al recibir el duodécimo escrito que había producido desde el año 2003, la Comisión de notables de la IUPAC decidió hacer una consulta a un amplio grupo de expertos, entre los que se encontraban unos pocos ingenieros químicos (casi todos los opinantes me mandaron copias de sus pareceres). Una química, planteó una sola objeción a unos diez renglones de mi propuesta (y tenía razón) y otro decía que no entendía bien la matemática, pero que intuitivamente creía que yo estaba en lo cierto.

El resultado fue que en el año 2010 bajaron los brazos y este año se hizo una nueva publicación, que fue previamente revisada por otros veinte expertos (distintos de los anteriores) y en la cual, lógicamente autoricé que se incluyera mi nombre. De una manera muy “sutil”, en ella se hace referencia a la necesidad de introducir “actualizaciones” y pensar en conceptos que sean válidos para equipos de mayor tamaño y ahora, en mi opinión, por lo menos el 95 % de los cambios están bien. Salvo que tienen que valer para aparatos grandes y también para aquellos mucho más chicos.

- ¿Y ahora qué?

- Obviamente, que si me vuelven las ganas, continuaré con el 5% restante.


/// PERFIL

Alberto Cassano

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es un científico egresado de la Facultad de Ingeniería Química (FIQ) de la Universidad Nacional del Litoral (UNL), doctorado en la Universidad de California (EUA) y docente. Además, es investigador superior del CONICET.

Es el fundador del INTEC y del Centro Regional de Investigación y Desarrollo (CERIDE) de Santa Fe y desde 1975 hasta 1982 fue el director general del Proyecto de la Planta Experimental de Agua Pesada por contrato con la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA).

Es autor y coautor de varios libros y gran cantidad de publicaciones científicas en la literatura internacional. Recibió numerosas distinciones. Entre las más destacadas sobresalen el Premio Consagración Nacional en 1993, el Premio de la Fundación Alexander von Humboldt de Alemania y de la American Association of Environmental Science and Engineering Professors de EE.UU.