ENTREVISTA CON EL PRESIDENTE DE LA ACADEMIA ARGENTINA DE LETRAS

“Defendemos lo argentino en su peculiaridad”

“Defendemos lo argentino en su peculiaridad”

He leído casi todos los libros que había que leer, pero si tuviera que elegir tres, elegiría: los “Poemas Solariegos”, de Lugones; “Ficciones”, de Borges y “La Vida Blanca”, de Eduardo Mallea, dice Barcia. Foto: FLAVIO RAINA

Pedro Luis Barcia, reconocido crítico y escritor, alude en esta nota a dos temáticas centrales de su actividad: el trabajo de la AAL y su relación con las prácticas de la lectura, las nuevas tecnologías y los jóvenes, por un lado; y su trabajo crítico sobre autores como Bioy Casares, Rubén Darío y Leopoldo Lugones, por otro.

 

Estanislao Giménez Corte

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Diríase que no puede uno sino sentirse abrumado, en más de un momento, ante un entrevistado -Pedro Luis Barcia-, cuyo discurso arremete sobre las mesas y los sujetos, sin otro límite que el que imponen los paredones y las ventanas del café del hotel céntrico. Un discurso que deja ver todo el tiempo las muchas lecturas y las muchas experiencias. Y que arrolla, expansivamente, como queriendo abordar todos los temas en todos los tonos. Un discurso que atraviesa las problemáticas del lenguaje, el habla de los jóvenes, la práctica de la lectura, ésta y su compleja relación con las nuevas tecnologías, las etimologías, los neologismos y claro, el primer amor, la literatura.

Dr. en Letras, profesor, ensayista, escritor, Barcia es presidente de la Academia Argentina de Letras (AAL) y miembro de la Real Academia Española. Si uno se detiene en su curriculum vitae, éste no es menos abrumador que su discurso. Pero Barcia, cuyo discurso tiene, además, una permanente presencia del humor, minimiza todo ello: “los cargos no me interesan sino los libros, porque es por lo que uno va a quedar; antes de entrar en la academia trabajaba en el Conicet (entonces) era menos azarosa la vida (...) en cambio ahora se me presenta el director de Emecé y me dice, ‘queremos presentar los tres tomos de la obra de Borges la semana que viene’, y hay que ponerse a trabajar en eso”. Lo dice, quizás dando a entender que el ritmo que impone a sus palabras no es otra cosa que el ritmo en que, efectivamente, vive.

Entre estadísticas y reflexiones, Barcia recita a Rubén Darío y a Leopoldo Lugones; y luego habla de su descubrimiento del primer Borges y del trabajo hecho sobre Bioy Casares. Más tarde aludirá a su Diccionario Fraseológico Argentino, a sus numerosos proyectos a futuro y hacia la proyección de la AAL como una de las academias más importantes en el panorama del habla hispana. Todo ello mixturado con un interesante anecdotario propio y de artistas. Pareciese, por momentos, quedarle chico el idioma, como si fuese un tanto insuficiente su linealidad. Ésta será, entonces, una transcripción bastante acotada del encuentro.

ORGANIZACIÓN Y PASIÓN

“Tengo tres doctorados dice- uno en Letras en La Plata; uno en Suegras, porque la vieja vivió once años con nosotros, por eso tengo asegurado el cielo y puedo pecar fuertemente, y el tercer doctorado que tengo es en ilex Paraguayensis (o sea mate)”. Se ríe de sus propias ocurrencias e invita a un café, no sin antes solicitarle a Flavio Raina -fotógrafo- que su toma sea “mejorativa”. Despliega, a propósito del mate, una explicación enciclopédica sobre el adjetivo cimarrón sumado a éste, y lo vincula con aspectos históricos y culturales. Conversamos entonces sobre los beneficios del mate y las diferentes formas de preparación. “En el mate todo es bueno, menos el polvillo, por eso ahora uso un colador de yerba”, asegura. Y agrega que es “mucho mejor que el café”, por sus múltiples “propiedades”.

Barcia, que parece tener una notable consciencia del valor del tiempo, se encontraba tomando notas para un discurso que tiene que dar la semana próxima y la misma noche de la entrevista hablará en la Bolsa de Comercio, pero posterga todo ello hasta dentro de un rato.

—¿Tiene un método particular para trabajar, en especial cuando tiene que elaborar un texto crítico sobre la obra de un autor determinado?

—Desde chico tenía mis dudas sobre si iba a ser inteligente, porque éramos siete hermanos y yo era el último. Me hacían sentir el infeliz del grupo, me habían generado una duda. De modo que yo dije, lo que vence al tiempo, más allá de lo que dijera Perón, es la organización. Yo soy muy sistemático; el método, como la palabra lo dice, es el camino para llegar hacia alguna cosa; de modo que siempre preparo mi agenda con tiempo. Tengo todo tipo de lecturas, para el avión, para la sala de espera, para el reposo cuando estoy en casa. Tengo un código de marcas, con el cual tomo lo esencial de un texto. Es una cuestión de disciplina: nunca he llegado a una conferencia sin tener un esquema preparado, porque además tengo temor de que a uno pudiera producírsele una vacío, una laguna, el Iberá entero ¿y cómo salís a flote? Uno de nuestros males es la improvisación, que lleva a otros males. Te saca del atasco, pero no te salva del problema. Tenemos que acostumbrarnos a proyectar

—Como lector, ¿también tiene un método?

—Desde el momento en que empecé a trabajar en la Academia, a mí se me transformó la vida. Te aclaro que lo hago ad honorem: no tenemos sueldo, pero lo hago con un entusiasmo enorme. Tengo que trabajar muy profesionalmente, para preparar presentaciones, prólogos, estudios. Pero eso me ha quitado mucho tiempo para la lectura de placer. Entonces, cuando llegan las vacaciones, estoy dos días pensando qué voy a llevar, porque me ha quedado tanto que quiero leer o cosas que quiero releer...

JÓVENES, LECTURA, TECNOLOGÍA

—¿Qué opinión le merece la tan compleja relación entre juventud, tecnología y formación?

—Las nuevas tecnologías dan a los chicos un gran estímulo, una vivacidad de la percepción, pero se pierde profundidad. Hay que evitar ser dogmático y decir: ‘o la lectura o Internet’... ¡las dos cosas! Porque la lectura te desarrolla una capacidad de organización lineal y analítica, y te permite profundizar las cosas porque podés volver sobre el texto; en cambio, Internet te desarrolla la percepción instantánea, la vivacidad. Ahora, vos no podés vivir ni de vivacidad ni de mero análisis, de modo que la escuela tiene que fusionar los dos mundos. Hay una imagen de Nicholas Carr (autor de “Superficiales”) que es interesante: él decía que cuando sólo leía, se sentía como un buzo que se sumergía en las profundidades, hasta llegar al fondo. Ahora, que también usa las redes, es como si tuviera una lancha acuática. Creo que es una imagen interesante para pensarla. Son dos mundos que hay que articular, pero el que hace el puente tiene que ser el docente, porque el chico no tiene timón, es pura vela, no tiene estructura y no sabe jerarquizar (la información).

—¿Cómo se vive la revolución tecnológica desde la AAL?

—Hemos dado en la academia un salto electrónico: tenemos un canal propio en You Tube; enviamos un boletín informático, abrimos una línea de teléfonos para consultas, tenemos un excelente sitio (www.letras.edu.ar)...

—¿Cómo es, si pudiera hacer una síntesis, la relación entre la AAL y la RAE?

—La Argentina está muy bien posicionada en el conjunto de las academias. A cada consulta que hay, se le da desde acá una opinión. Defendemos lo argentino en su peculiaridad. Los españoles han dado un salto muy grande en la comprensión obligada de que de cada diez hablantes de castellano, uno es español y el resto hispanoamericanos. De vez en cuando, les sale el imperio, por instinto, pero ellos han hecho un esfuerzo muy grande. Hemos trabajado conjuntamente en el Diccionario Panhispánico de Dudas, pero sólo publicaron una parte del trabajo que realizamos, de modo que posteriormente nosotros publicamos el Diccionario Idiomático de Dudas Argentinas, por Santillana.

—Usted fue director del Doctorado en Ciencias de la Información de la Universidad Austral y ha dado y da clases a periodistas, ¿le parece que hay un déficit entre el trabajo periodístico actual y su relación con la cultura impresa?

—Hay de todo, es una época de transición. Quiero decir que el periodismo escrito argentino es bueno, es mucho mejor que el de muchos países de Hispanoamérica. Aquí hay una gran tradición. Ahora, debemos preguntarnos de dónde vienen los nuevos periodistas: en algunos casos se trata de universidades e institutos que no dan lengua, entonces es como el cirujano sin bisturí. Hay una pobreza léxica, siempre he sostenido que ésta afecta la democracia, porque en la medida en que vos tengas matices para expresar tu pensamiento se enriquece el diálogo democrático. En su momento hicimos un convenio con Adepa, por el cual distribuimos un boletín para periodistas, tenemos difusión en los periódicos y Fundeu (Fundación del Español Urgente) elabora todos los días recomendaciones idiomáticas para periodistas, pero sería importante que los periodistas leyeran estas recomendaciones y mejoraran en estilo...

DARÍO Y LUGONES

—Usted es un reconocido especialista en Rubén Darío. ¿Puede asegurarse que fue el poeta en lengua española que tenía mejor oído que ningún otro, al menos en los últimos cien años?

—He escrito mucho sobre él, pero estoy cansado (de él) (risas). No quiero ser injusto, me dediqué mucho tiempo y me abrió muchas puertas. Tenía una oreja de tísico, como decimos en Entre Ríos, por los matices que pescaba. Pero Darío influyó más en la prosa que en la poesía: él generó toda la renovación de la crónica periodística, en rigor la generaron (José) Martí y Darío. Toda la prosa narrativa, el ensayo, lo renovaron ellos, lo que sucede es que es más reconocido por la poesía, por la eufonía que naturalmente le daba a sus textos...

—También ha trabajado mucho sobre Lugones...

Lugones está muy excluido de los programas de los profesores, por desconocimiento. La última etapa lo ensombrece (N. d. A: se refiere a su simpatía con el conservadurismo). Pero es importante señalar que cada vez que cambiaba de opinión lo decía, y que no negoció nunca con el Estado. Era un hombre éticamente serio. Además, hay que entender que el cuento fantástico en castellano empieza con su obra “Las Fuerzas Extrañas”, de 1906... Ahora estoy trabajando en la edición de su obra completa: son 53 tomos, espero que Dios me dé salud...


Perfil

Pedro Luis Barcia

nació en Gualeguaychú (Entre Ríos), en 1939. Es doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, lingüista, profesor e investigador. Ha sido galardonado como ‘el mayor dariista argentino’ por la Universidad de León (Nicaragua). Ejerció la docencia en la Universidad de La Plata y fue Director de Investigación y del Doctorado en Ciencias de la Información de la Universidad Austral. Es miembro correspondiente de la Real Academia Española (RAE). Actualmente es el presidente de la Academia Argentina de Letras (tercer período).

Entre sus muchas obras pueden mencionarse: “Fray Mocho desconocido” (1979), “Pedro Henríquez Ureña y la Argentina” (1994), “Edición crítica de la Marcha triunfal de Darío” (1995), “Shakespeare en la Argentina” (1996), “Historia de la historiografía literaria argentina” (1999) y “Diccionario fraseológico del habla argentina” (2010), con la colaboración de Gabriela Pauer. Ha prologado y escrito estudios preliminares a obras de Lugones, Bioy Casares, Marechal, Beatriz Guido, Darío y otros. Prepara en estos días las Obras Completas de Lugones.


En una entrevista dije que la lengua es una mujer golpeada. No se me hubiera ocurrido escribirlo. Lo dije en un momento en que se habían dado varios casos de mujeres golpeadas, y a propósito de que hay que considerar con mucho respeto a la lengua, que es mujer, y a la realidad, que también es mujer (...)

P. L. Barcia

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¿Qué respondería a alguien si me pregunta para qué sirve la Academia Argentina de Lengua? Bueno, sirve y trabaja para devolverle al pueblo lo que el pueblo genera, para que tenga consciencia de su poder creador, para afirmar su identidad. La Academia quiere ayudar al pueblo: ayudarlo a expresarse, para que sea capaz de decir lo que piensa, para que el argentino no sea un obturado mental, para que no sea un minusválido de la lengua y pueda generar un diálogo”.

P. L. Barcia

Explica el entrevistado: “Mi mayor fuente de trabajo han sido los diarios, que me han dado el alimento necesario para encontrar y publicar, por ejemplo, trabajos inéditos de Fray Mocho y tantos otros, muchos rescatados de las ‘sábanas’ de La Nación. Pero es un dirty work (trabajo sucio), los académicos prefieren las bibliotecas”. Foto: FLAVIO RAINA