“Cuando te mueras del todo”

Desopilante y desamparada familia

Desopilante y desamparada familia

Un decadente “glamour” más el aceitado desempeño de un afiatado elenco en la propuesta dirigida por Marisa Oroño. Desde el inicio, la muerte dice presente.

Foto: Pablo Aguirre

Roberto Schneider

Cuando la mentira, el disparate o la negación de los hechos se instalan en una familia, es muy difícil erradicarlos. En el hogar de los protagonistas de “Cuando te mueras del todo”, de Daniel Dalmaroni, que el Grupo La Puerta estrenó en la Sala Marechal del Teatro Municipal es precisamente eso lo que sucede. Los integrantes de esa familia constituyen en apariencia una familia normal, y sin embargo no lo son. Tampoco son raros, se mueven mediante el absurdo de una cotidianeidad que va creando un universo propio: el de la hipocresía, la dejadez y la provocación.

Están acostumbrados a vivir del otro, a que los “otros” los sirvan, los provean de lo que necesitan y el abuso es una de las “armas” que emplean para molestar, irritar y hasta ofuscar a los que por lástima o culpa los ayudan. El vivir de la caridad del otro es un tema caro a la sociedad argentina y los personajes construidos por Dalmaroni reflejan ese dato de una manera corrosiva, absurda, con mucho humor negro, con impunidad y afán de llamar la atención. Hay en todos ellos una divertídisima cuota de exhibicionismo, de sostener un “glamour” decadente y barrial.

Esa familia tal vez vivió tiempos mejores, pero en el momento en que el público toma contacto con ellos, parecen inmersos en una crisis que no tiene fin, hasta que la muerte se hace presente, desde el vamos y de manera sumamente absurda y risueña. Así el espectador puede observar a esos seres desamparados, en un escenario tan real como familiar.

Desde la dirección del espectáculo, Marisa Oroño construye una puesta en escena en la que el espacio escénico y la escenografía de la misma Oroño junto a Ariel González más las luces de Mario Pascullo son el marco ideal de una propuesta basada en el afiatado comportamiento de su elenco de actores. Sobresalen por experiencia y calidad Roberto Trucco y Juan Müller, pero se entregan con igual dosis de delirio Gustavo Palacio Pilo, con un personaje difícil que resuelve con genuinos recursos, y Milagros Gómez, Celina Vigetti y Nelda González, todos entregados al juego propuesto por la directora con sólidos resultados.

Oroño destaca los diálogos que se apoyan más en los recursos actorales en una obra que hereda en parte la tradición de esas familias teatrales argentinas, por las que se filtra un estilo grotesco y absurdo que invita a la risa, y sin embargo detrás de esa fachada se esconden la miseria y el temor típico de aquellos que no quieren ser abandonados. La totalidad diseña un entramado de sólidos recursos escénicos en los que se definen con claridad las particularidades de cada personaje y permite el lucimiento del elenco de actores.

La puesta en escena de Oroño sabe desentrañar los matices más sutiles de los personajes evitando considerarlos “buenos” o “malos” de manera lineal. Los humaniza y los define como seres humanos vulnerables que encuentran el infierno en sus propios fantasmas, con una dosis de equilibrado humor.