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“El silencio y la palabra contra los excesos de comunicación”

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“Time and Relative dimensions” (2001), de Mark Wallinger.

Vimos en el caos sonoro, en el caos comunicacional, en todas partes “se impone una canilla musical, como si el silencio se volviera obsceno y peligroso para la identidad personal y la interioridad. Callarse es impensable en el mundo de la comunicación”. Sobre este acoso sonoro y sobre el valor de la palabra y el silencio, los filósofos y antropólogos Philippe Breton y David Le Breton construyen un largo diálogo que conforma El silencio y la palabra contra los excesos de la comunicación, que acaba de publicar Nueva Visión.

Como dice Le Breton, en este mundo de la comunicación “hay que hablar, más vale la insignificancia que el silencio. Se lo ve sobre todo en la televisión o en la radio, donde un centenar de clones, a quienes llaman celebridades, se pasan la semana saturando las cadenas de televisión o de radio para dar su opinión sobre todo, mostrando muy aplicadamente que no se toman en serio... Las celebridades se convierten en nuestro ambiente sonoro y nuestra calidad de pensamiento. Son elegidos como modelos exitosos”.

Breton, a su vez, plantea el problema del silencio: “No sé si el mundo del silencio, con toda la carga de humanidad de que es portador, en particular desde San Agustín y sobre todo del Renacimiento, está en vías de desaparecer. Haré más bien la hipótesis de un desplazamiento hacia territorios que no identificamos todavía con claridad. Me acuerdo de estas palabras de Marco Aurelio, quien respondía implícitamente a Tácito diciendo que no es necesario retirarse a los bosques par hacer un retiro respecto del mundo, ya que los espacios interiores del ser lo permiten mucho mejor. El estoicismo nos enseñó mucho sobre esa capacidad para seguir siendo uno mismo en medio de los otros. En ese mundo donde el ruido, el lugar común, la repetición maquillada de las apariencias de la novedad, son particularmente invasores, el imperativo existencial por excelencia es el del mantenimiento de la interioridad como último espacio privado”.

La conclusión es de alguna manera resumida por Breton: “En este diálogo en el que hemos arrastrado al lector, tú [por Le Breton] jugaste tu parte, la del silencio, que es en el fondo el lugar de una palabra fuerte, si no su matriz. Yo jugué la mía, la del optimismo de la palabra, que no es nada sin la interioridad. Pero nuestras voces se unen, creo, para llamar a cada uno a la afirmación de los valores que preservarán al mundo de ese ruido del que, como yo, tú huyes y que, en el sentido fuerte, nos impide oírnos”.