SOBRE EL LIBRO “BAJO EL CIELO DE ITALIA”

El viajero cuenta las palpitaciones del lugar

Se presentó el último libro de Gustavo Vittori, periodista y miembro del Consejo de Dirección de El Litoral. Aquí palabras del escritor Enrique Butti sobre la obra y del mismo autor, quien expone sus miradas.

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Enrique Butti (escritor y prologuista del libro)

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Exceptuando a la Hormiguita Viajera de Constancio Vigil y a Manuelita la tortuga, los otros animales del orbe no practican el turismo, una de las actividades más raras de la especie humana.

Para algunos, entre quienes me incluyo, el gran valor del turismo estriba en recordarnos que siempre puede haber algo peor que la miserable rutina. Los imprevistos, que son un componente esencial de los viajes, pueden enloquecernos. Las demoras en las partidas, las esperas en lugares inhóspitos, las reservas que nos cuidamos de confirmar diez veces y que no están hechas, todos los hoteles atiborrados, de huelga la ciudad en la que caemos, o en el Ramadán cuando nadie te ofrece ni un vaso de agua, sin un kiosco abierto, la fortuna que nos cobran por una bidú cola... Con el tiempo, a esos paseos por los círculos del infierno los llamaremos aventuras, y puede que hasta lleguemos a creernos nosotros mismos la felicidad de esas fotos en las que aparecemos sonriendo abrazados a esos nativos tan simpáticos, un minuto antes de descubrir que nos robaron la billetera y el pasaporte.

En verdad, el turismo, tal como lo vivimos hoy tiene poco que ver con el viaje en su esencia más alta, que es la de la exploración, del descubrimiento y del conocimiento. Paul Bowles diferencia entre el turista, que es quien se apresura a regresar al cabo de unas semanas a su casa, y el viajero, en cambio, que se desplaza suspendido en el tiempo. Si en su periplo resulta que vuelve a su casa, sigue viajando, porque el viaje lo ha transformado.

Ya descubiertos, hollados, contaminados todos los rincones del planeta, para muchos de nuestra generación, el viaje conquistó la fuerza de un recorrido interior. Uno de los más célebres poemas sobre este tema, “El viaje”, de Charles Baudelaire, empieza así: Para el niño enamorado de láminas y mapas/ el universo es igual que su hambre ilimitada./ ¡Ah, qué grande es el mundo a la luz de la lámpara!/ ¡Y qué pequeño el mundo para los ojos de la memoria!

Y así es, en general, una pequeña memoria, unas fotos con las que aburrimos a los amigos, alguna desventura que queda como una buena anécdota para repetir mil veces.

Por eso, son admirables los viajeros que han estado adonde han estado con una presencia vívida, curiosa, estudiosa, capaz de recuperar el pasado a través de los vestigios y de las huellas. Por eso, escuchamos con estupor y envidia al viajero que estuvo donde estuvo con una presencia capaz de absorber las palpitaciones de un lugar. Gustavo Vittori es uno de esos envidiables viajeros, y este libro es el testimonio de su lúcida y estudiosa curiosidad.

El viajero cuenta las palpitaciones del lugar

La presentación del libro se concretó en la Bolsa de Comercio; al finalizar, el autor recibió el saludo de la soprano santafesina Virginia Tola, desde Italia. Foto: LUIS CETRARO

Confluencia de los tiempos

Descubrir a Italia es también un descubrimiento de identidad, ya que somos Italia. Somos Italia porque allí nace la civilización que nos sostiene, y también porque Italia es Grecia, y es la puerta al Oriente, y porque todos los caminos siguen conduciendo a Roma.

La más admirable de las fantasías de Borges, la del Aleph, esa esfera en la que se concentran en un mismo instante todos los espacios del mundo, existe, es Italia para quien sepa mirarla, con el agregado además de una vertiginosa confluencia de los tiempos. Uno de los mayores logros de este libro es describirnos plácidamente ese vértigo temporal.

A su capacidad de instalarse en el presente, Gustavo Vittori suma la perspicacia de su mirada (por eso sus fotos son mucho más que una postal), una mirada “humanista” en el sentido que no deja de señalarnos la fuerza, la verdad y la carnadura de esos grandes hermanos lejanos que hicieron lo que fueron capaces de hacer, y que ahora nos sorprenden con sus testimonios de esfuerzo y creatividad, a pesar de haber estado sumidos no menos (quizás más) que nosotros en el vendaval de las pasiones, de la violencia política y de la inseguridad. Y sin la tecnología que hoy nos aliviana de tantos pesos y ejecuta con rapidez, pero que también amenaza devorarnos.

Vittori suma también su sensibilidad ante la belleza, la divina armonía de un arte de milenios que lleva implícita una imprevista carga dramática para nosotros, el drama de reconocer que su inspiración parece inexorablemente vedada a nuestra época.

Y finalmente suma algo que revela su inclinación periodística: el estudio de los datos certeros o la reflexión ante los datos inciertos.

La mayor parte de estos textos fue publicada en el diario El Litoral, como notas de viaje, entre los años 1996 y 2003, e incluye una inédita y extensa parte final dedicada a Roma.

Las crónicas de viajes suelen catalogarse como un subgénero literario o un subgénero periodístico. Sin embargo, y para remitirnos siempre a Italia, las crónicas de Goethe, Stendhal o Henry James nos han dado algunas de sus mejores páginas. Las de este libro se inscriben en esa alta tradición, quizás porque en primer lugar tienen la capacidad de encantar el lector, de guiarlo como un amistoso cicerone. Como sobrevolando, cómodamente instalados en una alfombra mágica.

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Enrique Butti destacó como uno de los mayores logros del libro “describirnos plácidamente ese vértigo temporal”, esa vertiginosa confluencia de los tiempos que tiene Italia. Foto: LUIS CETRARO