La vuelta al mundo

Putin y Rusia

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El ex KGB agarrado siempre al poder, aun en lo gestual. foto: efe

Rogelio Alaniz

Del señor Vladimir Putin se pueden decir muchas cosas, menos que disimule su pensamiento y sus intenciones. El viernes pasado más de cien mil personas manifestaron en las calles de San Petesburgo y a él lo único que se le ocurrió decir es que los manifestantes son ‘monos charlatanes financiados por el extranjero‘. ¿Casualidad? No lo creo. Es lo único que le enseñaron a decir sus maestros de la KGB. También le enseñaron otras cosas, pero esas ‘habilidades‘ ya no pertenecen al terreno del lenguaje.

Desde hace doce años, Putin es el hombre fuerte de Rusia y, atendiendo a sus actos, pretende seguir siéndolo por doce años más por lo menos. Sabe cómo se maneja el poder y no le tiembla el pulso para tomar las decisiones más brutales. Sin embargo, se equivocan los que suponen que esa inescrupulosidad, esa prepotencia, ese cinismo crispado e impiadoso fueron lecciones que aprendió en estos años. Putin se forjó políticamente en las usinas del comunismo y en las más duras y siniestras. Como la mayoría de sus colaboradores y asistentes, y como la mayoría de los protagonistas políticos y económicos del capitalismo mafioso y salvaje que domina en Rusia, y del cual él es uno de sus sostenedores mas convencidos.

Putin aprendió todo lo que tenia que saber en el comunismo. El comunismo le enseñó a intrigar, el comunismo lo ejercitó en el arte de la conspiración, el comunismo lo dotó de una personalidad paranoica y el comunismo lo preparó para matar en nombre de la historia, la causa o su propio y exclusivo interés. Él y sus colaboradores no son los sepultureros del régimen sino sus sobrevivientes. Como dice Alexander Solzhenitsyn: ‘El reloj del comunismo ha dejado de funcionar. Sin embargo, su construcción concreta aún no ha llegado a caer, por esa razón debemos tratar de salvarnos de ser aplastados por sus escombros‘.

Puede que alguna vez el comunismo en Rusia haya sido un ideal o una inspiración virtuosa. Alguna vez, allá lejos y hace tiempo, porque desde Stalin en adelante el comunismo en Rusia no fue otra cosa que una maquinaria salvaje de muerte, explotación y sometimiento.

La historia del siglo veinte no le debe nada a esa pesadilla macabra. Sus aportes a la humanización del hombre y los hombres han sido nulos. Ni poetas, ni pintores, ni músicos, ni científicos. Los que se destacaron, pronto estuvieron sumados a las filas de la disidencia o condenados a los campos de concentración y trabajos forzados o recluidos en el silencio. Sin embargo, en ese escenario arrasado por el totalitarismo, las únicas disciplinas que crecieron y florecieron fueron las del espionaje, la delación policial y los armamentos sofisticados. No es casualidad entonces que quienes liberalizaron el sistema o precipitaron su derrumbe hayan salido de las cuevas de los servicios de espionaje e inteligencia. Gorbachov, Yeltsin, Putin pertenecen a esta dinastía. No son los únicos pero son los más conocidos.

Se podrá decir que es injusto calificarlo a Putin de comunista, porque hoy expresa exactamente lo opuesto. No estoy de acuerdo. Si al comunismo lo calificaríamos como un ideal solidario, una práctica social e histórica orientada a liberar la humanidad, queda claro que Putin no tiene nada que ver con eso, pero la pregunta hacernos en estos casos es la siguiente: ¿La URSS de los tiempos de Stalin y Brezhnev expresa ese comunismo ideal? La respuesta es negativa. La experiencia de la URSS no fue más que una experiencia totalitaria que ofrendó al siglo veinte alrededor de cien millones de muertos en nombre de una retórica que en las últimas décadas los primeros en no creer en ella fueron sus dirigentes.

Gorbachov no inició la Perestroika porque era un muchachito bueno y dulce. La inició porque no le quedaba otra alternativa; la Perestroika fue una de las salidas posibles a un régimen que estaba condenado a muerte. En efecto, para 1990 la URSS no sólo había perdido ante el capitalismo la carrera miliar y económica, sino que también había perdido la carrera moral, es decir la batalla cultural. El capitalismo derrota al comunismo en todo el sentido de la palabra, pero la derrota fundamental se produce cuando los principales dirigentes del comunismo soviético dejaron de creer en los valores que decían defender. ¿Cuándo ocurrió ello? No es fácil establecer una fecha precisa porque fue un proceso histórico, pero lo seguro es que desde la segunda mitad del siglo veinte los burócratas del Kremlin sólo creían en el poder y en el poder en sus versiones más brutales.

A personajes como Putin, Surkov o Petroshenco no les representó una ruptura importante a sus convicciones pasar del comunismo al capitalismo. Ninguno de los burócratas del PCUS sintió que en ese momento estaba traicionando algún ideal cuando decidieron tomar por asalto las empresas públicas y transformarse de la noche a la mañana en multimillonarios. La llamada mafia rusa nació de las entrañas del comunismo, pero lo que hay que decir es que todo lo que había que saber para comportarse como un gangster ya lo habían aprendido en el PCUS.

Precisamente en estos días se cumplen veinte años del derrumbe del comunismo, el acontecimiento histórico más importante del siglo veinte y, para más de un historiador, el acontecimiento que da por concluido el siglo veinte. Justamente, con motivo de las movilizaciones populares de diciembre en contra del fraude electoral perpetrado por el actual gobierno, un Gorbachov de más de ochenta años declaró que le aconsejaría a Putin que ‘se vaya ahora; dos períodos como presidente y uno como primer ministro ya son suficientes. Es hora de retirarse y dejarle el lugar a otra gente‘.

Decirle eso a un burócrata formado en la escuela de Stalin y ganarse un enemigo para siempre, es más o menos lo mismo. Por mucho menos, la periodista Anna Politkovskaya fue asesinada sin que hasta la fecha haya un dato que permita saber quienes fueron los verdugos. También por mucho menos el disidente Alekander Litvinenko corrió suerte parecida. Ajustar cuentas con Gorbachov no le resultará sencillo a un tiburón como Putin, pero en principio las declaraciones de su principal colaborador no dejan lugar a dudas de lo que piensan estos caballeros. ‘Un ex líder de un país inmenso al que en realidad él llevó a la quiebra, propone que renuncie otra persona que salvó a Rusia de ese destino‘.

Más claro echarle agua. Putin, y sus secuaces están decididos a quedarse hasta que las velas no ardan. Una vez más de lo que se trata es de defender a la Rusia imperial de todos los tiempos. La de Pedro el Grande, la de los zares y la de Stalin, ¿Y el comunismo? ¿Y el capitalismo? preguntarán los más ideológicos. ‘Señores, por favor, no pregunten tonterías, estamos hablando en serio‘, será la respuesta.

Las elecciones nacionales para elegir presidente en Rusia están previstas para el 4 de marzo. No hay indicios de que estas puedan celebrarse normalmente. Las multitudes están en la calle y reclaman que se anulen los comicios parlamentarios del 4 de diciembre, que se democratice el estado y que se vayan los que tiene que irse. ¿Quiénes son los que están en la calle? Estudiantes, intelectuales, disidentes políticos, las anémicas clases medias. Putin contempla el espectáculo callejero esperando que las movilizaciones pierdan consistencia para pasar a la ofensiva. A esta altura del partido nada lo sorprende y nada lo emociona. Convoca a elecciones, pero no cree en ellas, nunca creyó. De vez en cuando se le escapa la palabra democracia, pero sus convicciones en estos temas son las mismas que tenia respecto del comunismo. No cree en la democracia, pero sabe que en este país de 140 millones de habitantes, la Rusia profunda lo apoya. Es la misma Rusia que en su momento apoyó a Brezhnev y durante décadas sostuvo a Stalin. Quienes lo apoyan no les importa haber sido hambreados, fusilados, ellos y sus parientes, condenados a ser a mano de obra esclava. No importa. Aman y añoran el silbido del látigo. El mismo látigo que los sometió con los zares, con Stalin y ahora con Putin.

¿Pero no hay diferencias entre todos ellos? Las hay y mucha. Pero ya se sabe que Rusia siempre convivió entre las luces de la ilustración y las tinieblas de la barbarie asiática. Tolstoi escribió bellas y conmovedoras páginas evocando esa contradicción, En otro tono, algo parecido escribió Solzheitsyn: ‘Para nosotros el comunismo es un perro muerto, pero en Occidente es un perro que vive‘. Es que Rusia fue una incógnita en el pasado y lo sigue siendo ahora. ‘Todo es posible, menos que Rusia cambie‘, dijo hace más de cien años Oscar Wilde. ‘Rusia es una adivinanza envuelto en un misterio dentro de un enigma‘, dijo con su habitual ingenio Winston Churchill.