Editorial

La Argentina, país violento

Luego de haber dejado atrás la pesadilla vivida durante los años de guerrillas y terrorismo de Estado, la Argentina vuelve a dar preocupantes señales de inmersión en un nuevo tiempo de generalizada violencia.

Agresiones contra maestros en las escuelas, feroces peleas de alumnos, toma de rehenes por parte de delincuentes comunes, multiplicación de los arrebatos, los asaltos y los asesinatos en ocasión de robo, brutales duelos de hinchadas en el fútbol de los fines de semana, batallas campales en los sitios de diversión nocturna, incremento de la violencia de género y de los abusos contra menores, creciente agresividad verbal en el escenario político, división política de la sociedad como no se veía desde hace décadas, son algunas de las manifestaciones de fenómenos que surgen de las profundidades de una sociedad en ebullición.

A más de diez años del estallido de la Convertibilidad, la protesta social en las calles de las ciudades y en las rutas del país se ha vuelto crónica y patológica, y además de afectar el sistema nervioso de los argentinos, perjudica la productividad del país a causa de la extraordinaria pérdida de horas de trabajo y los atrasos en la circulación de bienes que producen los atascos de cada día.

La Argentina es hoy un país trabado en sus movimientos y con fracturas sociales, políticas e ideológicas en constante aumento. El recelo y la bronca de unos contra otros crece al compás de los conflictos y al calor de un discurso presidencial que estimula el enfrentamiento y siembra la división. En este sentido, los eslóganes publicitarios oficiales que convocan a la unidad y ponderan la pluralidad de cuarenta millones de buenos argentinos, choca contra la dura realidad de la cotidiana discriminación y persecusión que sufren muchos ciudadanos que se atreven a disentir o a criticar los rumbos de gobierno y la conducta de muchos funcionarios.

La violencia comienza a desbordar todas las barreras de contención de la convivencia social. En el ejercicio del poder, las instituciones son forzadas mediante interpretaciones de ocasión que se convierten en precedentes de futuros atropellos. La violencia moral crece con cada índice adulterado y con los aumentos de las retribuciones políticas, que luego de quedar represadas durante años, recuperan de un salto su atraso en el crítico momento de las discusiones paritarias.

El mapa de estos desencuentros, al que se podrían agregar otras muchas situaciones de tensión, no se corresponde en absoluto con el delineado por la presidente en su reciente mensaje a la Asamblea Legislativa en base a importantes cifras de crecimiento e inclusión que no condicen con la experiencia cotidiana de los ciudadanos de a pie.

Las cosas no están bien, y señalarlo es un deber cívico, máxime cuando los números de la economía mundial -incluidos los de China y Brasil, dos países clave para la Argentina- expresan serios problemas de los que no se saldrá de un día para el otro, y cuyo impacto ya se siente entre nosotros.