Preludio de tango

“Mala suerte”

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Julio Sosa hace la mejor versión de “Mala suerte”. Lo que marca diferencia al cantar es la interpretación de Sosa, esa manera de expresarse como si fuera el real protagonista de la historia.

Foto: Archivo El Litoral

Manuel Adet

 

Es uno de los grandes tangos escritos por uno de los grandes poetas del género. La mejor versión para mi gusto es la de Julio Sosa. Con Francisco Rotundo en 1954 o con Leopoldo Federico siete años después, porque lo que vale, lo que marca al diferencia, es la interpretación de Sosa, esa manera de expresarse como si fuera el real protagonista de la historia. Cuando dice: “Y cerré fuerte los ojos y apreté fuerte los labios pa’no verte, pa’no hablarte, pa’no gritarte un adiós, y tranqueando despacito me fui al bar que está en la esquina, para ahogar con cuatro tragos lo que pudo ser mi amor”, es como si uno lo estuviera viendo a Sosa caminar por la calle del barrio rumbo al bar, solo, algo desganado, algo indiferente, dolorido pero íntegro.

El tango fue escrito por Francisco Froilán Gorrindo, el autor de “Las cuarenta” y “Paciencia”. Gorrindo sabe mucho de hombres solos caminando por la calle, regresando o saliendo del barrio cavilosos, meditativos, sabios. Gorrindo vivió en Quilmes y todos los días bajaba del tren y volvía a su casa caminando por las calles del barrio, siempre de saco y moñito, siempre solo.

Los personajes de Gorrindo vuelven al barrio o vuelven al bar. Siempre vuelven. También intentan regresar al amor perdido como en “Paciencia”, uno de los grandes tangos interpretado por Agustín Magaldi o por Alberto Echagüe con la orquesta de Juan D’Arienzo, autor, dicho sea de paso, de la música. En todos los casos, a estos hombres los aguarda el fracaso, la derrota, una verdad que se les presenta como una revelación, como un juego o una trampa del destino.

A su calidad literaria, “Mala suerte” suma otro mérito: no es un tango machista. Hay fracaso, pero no hay resentimiento, no hay odio. La mujer es reivindicada. Lo es desde un lugar muy especial, desde un hombre que admite que no puede con su destino, con un destino tejido en la calle con los amigos, en el café, en la noche y en la milonga.

“Se acabó nuestro cariño me dijiste fríamente, yo pensé pa’ mis adentros puede que tengas razón, lo pensé y te dejé sola, sola y dueña de tu vida, mientras yo con mi conciencia me jugaba el corazón”. El poema podría concluir con esta estrofa y sería también un gran poema. Allí está todo: las palabras definitivas de la mujer y la resignación de él, la resignación de un hombre que tiene la grandeza de admitir que la mujer tiene razón y decide, sin decir una palabra ajustar cuentas con él mismo, con sus propios sentimientos.

Cualquier lector tiene derecho a preguntarse por qué la mujer lo deja al hombre. Gorrindo no lo dice, pero todo tanguero sabe, sabe muy bien, por qué una mujer dice en estos casos las fatales y definitivas palabras: “Se acabó nuestro cariño”.

Hay algo fatalista y algo heroico en ese hombre que reconoce -tal vez muy a pesar suyo- que no puede cambiar, que no puede con su suerte, con su destino o con lo que sea. También hay algo trágico en esa decisión de renunciar al amor. ¿Y en nombre de qué valores, de qué creencias, sostiene un hombre esa renuncia? ¿Cuál ha sido su elección de vida? Lo dice con pocas palabras: “Yo no pude prometerte cambiar la vida que llevo, porque nací calavera y así me habré de morir, a mí me tira la farra, el café, la muchachada y donde haya una milonga yo no puedo estar sin ir”.

Para un joven o una mujer puede sonar algo frívolo, algo superficial o algo machista, ese tipo de confesión. Sin embargo, uno de los grandes mitos del tango y uno de los grandes mitos masculinos es el hombre que renuncia a la mujer y a los deberes del amor, y celebra la ceremonia de la amistad, la noche, la disipación y el vértigo de la calle con sus cuotas de experiencia y sabiduría.

“Bien sabés cómo yo he sido, bien sabés cómo he pensado -le dice él a ella- de mis locas inquietudes de mi afán de callejear”. Aquí hay algo más que un Isidorito Cañones o un niño bien “pretencioso y engrupido”. Aquí hay una elección de vida, en donde el culto a la amistad masculina, a la amistad entre hombres, no alcanza a disimular la soledad, la sensación de haber fracasado o la certeza de saber que nunca podrá ser feliz, que nunca podrá amar y ser amado. Y el excelente final de esa estrofa: “Mala suerte si te pierdo, mala suerte si ando solo, el culpable soy de todo ya que no puedo cambiar”.

“No puedo cambiar”. A los grandes personajes del tango les ocurre precisamente eso: no pueden cambiar. Esa fatalidad no los alegra, no los satisface, pero es así. Nada se puede hacer contra ese mandato de la vida o de la sangre. El desenlace es la pérdida del amor, del amor de la mujer buena o la mujer justa. La última estrofa del poema refuerza ese punto de vista. “He tenido mala suerte, pero hablando francamente, yo te estoy agradecido, has sido novia y mujer, si la vida ha de apurarme con rigores algún día, ya podés estar segura que de vos me acordaré”.

¡Cuántos mitos del tango se han construido con estos versos! Acordarse a la hora de la derrota, del dolor, de la vejez o de la muerte, de la mujer amada y perdida para siempre. En este poema de Gorrindo no hay reproches a la mujer. Por el contrario hay una extraña y valiosa reivindicación: “Has sido novia y mujer”. Tan clara, tan sobria, tan viril, que me animaría a decir que hasta una feminista militante la firmaría y no me extrañaría que más de una mujer le gustaría ser amada por un hombre como el que crea Gorrindo con su inspiración e interpreta Julio Sosa con su talento.

Decía que el tango “Mala suerte” fue escrito por Gorrindo en 1939 y la música pertenece a Francisco Lomuto. Fue precisamente la orquesta de éste la que lo estrenó ese año con la voz de Jorge Omar. Y poco tiempo después lo hizo Francisco Canaro y Ernesto Fama. Son aceptables versiones, pero no nos engañemos: ese tango fue escrito para que lo cante Julio Sosa.

Además de la versión del “Varón del tango”, merece mencionarse la de Claudio Bergé con arreglos y dirección de Luis Stazo. A mi criterio no está a la altura de Sosa, pero lo importante de esta grabación, lo que le otorga brillo y distinción, son las glosas de Julián Centeya. Hay que escucharlo al gran Centeya hablar de la mala suerte. Es el tono de voz justo para referirse a ella. Julián lo hace con pasión, con desesperanza, con dolor y con hombría.

A los iniciados en el tango no se les escapa que hay otro poema que se llama “Mala suerte”, grabado por Carlos Gardel en septiembre de 1930. Acompañan al Morocho las guitarras de Barbieri y Riverol. El poema pertenece a Eugenio Cárdenas y la música es del guitarrista de Gardel, José María Aguilar. El “Mala suerte” de Cárdenas no tiene nada que ver con el poema de Gorrindo, pero merece escucharse. Se trata de un valsecito con escenario campero. Dos gauchos quieren a la misma mujer y lo curioso es que en lugar de disputarse su amor con el cuchillo, lo juegan a la taba. “Todo fue un soplo pues quiso el destino, que amara a una criolla más linda que el sol, pero hubo otro gaucho del pago vecino que la idolatraba lo mismo que yo. De más, uno estaba, bien lo comprendimos, echamos la suerte para definir, el alma en la taba con ansia pusimos, yo estuve en la mala del juego y perdí”.

Acordarse a la hora de la derrota, del dolor, de la vejez o de la muerte, de la mujer amada y perdida para siempre. No hay reproches a la mujer. Por el contrario, hay una extraña y valiosa reivindicación: “Has sido novia y mujer”.

Aquí hay una elección de vida, en donde el culto a la amistad masculina, a la amistad entre hombres, no alcanza a disimular la soledad, la sensación de haber fracasado o la certeza de saber que nunca podrá ser feliz.