La raíz del odio y sus consecuencias

La raíz del odio y sus consecuencias

 

 

Laura Osti

En “Tenemos que hablar de Kevin”, de la directora escocesa Lynne Ramsay, la historia, los personajes, el ambiente, la imagen, la forma en que está narrada y el montaje, son un todo articulado, una unidad de sentido que muestra pero no explica por qué a veces suceden cosas que van más allá de lo previsible o de lo considerado normal.

El film se centra en la relación madre-hijo, entre una joven madre primeriza, Eva (Tilda Swinton) y Kevin (Ezra Miller) su primogénito, un niño raro.

El relato no sigue un discurso lineal, se va desplegando a la manera de un rompecabezas en el que las piezas van cayendo de manera caótica, dislocada en el tiempo y el espacio. El tono de tragedia se respira desde el primer plano y se mantiene en altos niveles durante toda la película hasta el final, y sumerge al espectador en un estado de inquietud, a veces de rechazo. Esos sentimientos son los que manifiesta Eva hacia su hijo, incluso desde antes del parto. Ambos mantienen una relación tensa, de mutua agresividad, fría y a menudo perversa.

El padre, Franklin (John C. Reilly), es apenas una figura secundaria que suele poner un poco de equilibrio, funcionando a veces como el factor que aparece para descomprimir la siempre alterada relación de la madre con el hijo.

Ramsay apela también al uso de íconos y símbolos, que refuerzan el mensaje de disfuncionalidad que afecta a la familia, a la que se agregará, años después, otra hija, una niña de conducta más normal, pero que será una de las primeras víctimas de la violencia de su hermano mayor.

Frialdad, un orden maníaco, ausencia de alegría, sentimientos de furia reprimida, son las características del hogar, aun cuando Franklin, un mediocre y simplón, trata de poner a veces un toque de sentido común. Pero es evidente que ni entiende demasiado lo que está pasando en el seno de su familia ni se hace cargo tampoco de la gravedad de lo que se está gestando, de modo que cuando todo estalla finalmente, sucumbirá también como el resto de las víctimas del joven.

Porque hay que decir que lo que intenta Ramsay, a partir de la recreación de la novela de Lionel Shriver, es escudriñar el entorno familiar del protagonista de una matanza en un colegio secundario de Estados Unidos. La idea dominante es que el problema quizás tenga el origen en la falta de sentimientos maternales de esa mujer escuálida y gélida. La cuestión es que Kevin crece de una manera diferente al resto de los niños, tiene dificultades para incorporar el lenguaje, dificultades para controlar esfínteres, dificultades para expresarse, pero se revela como un frío y calculador manipulador, que se va de las manos de sus progenitores y de todo el sistema, provocando una tragedia que nadie supo prevenir a tiempo.

Olla a presión

La película parece pensada a la medida de la capacidad histriónica de Tilda Swinton, que construye el personaje exacto que la historia requiere, y también es de destacar la interpretación de Ezra Miller, con su adolescente terriblemente perturbador y hasta por momentos, repulsivo.

Sin atenuantes, finalmente madre e hijo se enfrentan cara a cara y se hacen cargo de su mutua desgracia, sin atisbos de redención, dejando la impresión de que esa olla a presión que son esos indescifrables sentimientos que los unen pueda volver a estallar en cualquier momento. El punto de vista es despojado y no toma partido por ninguno de los personajes, simplemente muestra lo que quizás nadie quiera ver.


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MUY BUENA

Tenemos que hablar d e Kevin

We need to talk about Kevin, Estados Unidos, Francia e Inglaterra, 2011. Dirección: Lynne Ramsay. Guión: Lynne Ramsay y Rory Kinnear, a partir de la novela de Lionel Shriver. Fotografía: Seamus McGarvey. Montaje: Joe Bini. Música: Jonny Greenwood. Intérpretes: Tilda Swinton, John C. Reilly, Ezra Miller, Jasper Newell, Rocky Duer. Apta para mayores de 18 años. Duración 112 min. Se exhibe en el América.