A PROPÓSITO DE LA CELEBRACIÓN DEL FUTURO

De lo por venir a lo ya venido

Estanislao Giménez Corte

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‘¿Quién escribirá la historia de lo que pudo haber sido?’

Andrés Calamaro, 1999

“(...) alcanzar cierta sabiduría en la vejez, es todo falso. No soy más sabio, ni tengo más profundidad ni estoy más tranquilo. Hoy, cometería todos los mismos errores otra vez”. Woody Allen, 2006.

I

En un brindis de amigos, en una noche, quizás en verano, tarde aunque no demasiado, pueden escucharse desbarrancos varios, débiles chistes que por embrujo del momento suenan a destellos geniales, anécdotas cada vez más alejadas de un hecho pretérito que se desdibuja en la distancia y, cada tanto, alguna idea inesperada, una voz que rompe el discurrir sordo de las copas, una palabra que quizás en el momento preciso de ser dicha repercute como cualquier otra humorada, o como otro brindis, o como una de las tantas propuestas imposibles que se proyectan hacia adelante, pero que en particulares ocasiones impacta de particular manera en alguno de los presentes. Y queda, esa idea que corta la levedad colectiva, esa palabra que agrieta la liviandad del momento, como un halo que persigue a unos y otros hasta la mañana siguiente, borrosamente, como la memoria que destila lo dicho y hecho apenas horas atrás, tortuosamente, como la resaca que cargamos, a modo de cuenta a pagar en tanto reverso de lo vivido.

En una de esas ocasiones, por las que los santafesinos tenemos particular debilidad, alguien, como es habitual, deseó para sus coterráneos felicidades varias, auguró cosas buenas para el futuro -que viene ya, advirtió-. Y departió a los lados: pronosticó que lo mejor estaba por venir, que todo lo bueno que quisieran (que quisiéramos, yo estaba presente, lo confieso, lector) se hallaba en lo que venía; que hacia allí íbamos, munidos de fe y con algo de razón, con ímpetu y diría con esperanza, si este término no hubiese sido tan maltratado por los libros de autoayuda y los gurúes del optimismo. Todos brindaron entonces, todos brindamos, por enésima vez, presos de esa suerte de liquidez o imposibilidad de la percepción de la pesadez del tiempo que se da en un brindis, en una noche, quizás en verano.

II

Todos brindamos, sí, pero alguien quedó un poco detrás, en silencio, con cierto rictus disonante con el resto. Y dijo, desde fuera del círculo enardecido, algo así (sabrás lector que los recuerdos de esos momentos implican una compleja reconstrucción), dijo que, en verdad, ese brindis era poco menos que una tontería o una pantomima -no usó estos términos, lo imaginarás, lector, yo estaba ahí-, porque en realidad, aquel momento del futuro en que todos estaríamos mejor, encontraríamos nuestro destino, realizaríamos nuestros deseos, estaríamos cómodos, acordes con la vida que la imaginación alguna vez forjó, ya había pasado. Lo dijo sin gravedad, sin severidad, lo dijo irónicamente, graciosamente, con la ironía y la gracia, inclusive con el sarcasmo que a veces hay que ponerles a las cosas brutales o terribles. Dijo que en realidad “lo mejor” (yo entendí “lo mejor” de nuestras vidas) había pasado, que ese futuro al alcance de la mano pero nunca asido, por el que brindábamos cada año, no era eterno en duración ni interminable en su elasticidad y que, año tras año, nos perjurábamos brindis similares hacia un norte brillante por su ausencia; dijo que ese futuro no había llegado como tal, o que nosotros como tales no nos habíamos enterado, o que había llegado pero tan diferente a la imaginación que lo esperaba, tan otro, tan distinto, que entonces parecía como si no hubiese llegado; dijo que el crédito para brindar por él y esperarlo había pasado, se había agotado, y que cometíamos un terrible error, nosotros, ya adultos, en seguir replicando el brindis por el futuro que nos había pasado como de costado, lateralmente, tangencialmente, calladamente; dijo que ahora, de una vez, entendamos que sí, que eso pasó; dijo, finalmente, que la curva ya se había producido.

III

Dijo eso, que la curva se produjo, o que tomamos la curva, o que estábamos sobre la curva. Y entonces el resto, girando hacia él, disparó toda suerte de comentarios a pie. Comentarios más o menos risibles que, sin embargo, no abortaban lo trascendente, lo trascendente era en ese momento (yo estaba ahí) y fue después, que lo que decía tenía sus profundas raíces, un costado bastante intimidante. O que sonó como un cachetazo sobre todos, un cachetazo fuera de tempo y de lugar, pero un cachetazo al fin.

Todo el tiempo imaginamos el tiempo porvenir como una promesa optimista, prometedora, del presente. Aguardamos de alguna forma el instante en que las cosas sucedan, mejoren, se arreglen, cambien, evolucionen. Y en la niñez tal vez arrojamos esa tensión sobre la adolescencia, y luego ello se transfiere a la juventud y a la adultez, pero después ¿verdaderamente brindamos por ese futuro o más bien, silenciosamente, entendemos que ello es, como dijo mi amigo, una desesperación compartida pero innombrable, porque sabemos que no sabemos cómo, el tiempo por venir se nos filtró entre inconsciencias y preocupaciones menores, entre los dedos, y de repente despertamos a una adultez que no entendemos bien, ni sabemos bien qué significa ni qué cosas implica, como no sea el hecho de saberse definitivamente adultos y, como dijo alguien, que el tiempo empieza a correr “en contra” y nos hallamos impávidos en lo ya venido?

IV

Aquel comentario que alteró la cadencia de los brindis se percibe todavía en nosotros, cada vez que nos vemos y alguien destapa una botella. Levantamos las copas y todavía manoseamos el futuro porque es tan frágil, tan moldeable en su materia, tan permeable a la imposición de cosas deseadas, tan irresistible. Pero después del brindis, en el silencio, al regreso, quizás queda todavía en algunos una breve instancia de consciencia para preguntarnos en dónde y cuándo se produjo la curva y cómo fue que no la percibimos, si ello ya sucedió, en efecto, y cómo es que se supone que hay que digerir eso, y asumirlo, y procesarlo. Aún así, resiste en mí, todavía, un segundo antes del sueño, del desmayo, una pregunta más o menos así: ¿hay mejor manera de atravesar la curva, sea lo que fuere que ésta signifique, que en un brindis con amigos, pretendiendo que ésta no existe, o que ésta no es importante, o que sí lo es pero es bueno olvidarlo de vez en cuando?; ¿hay acaso otra cosa que hacer que volverla leve, atravesarla, ingerirla, pasarla de lado, minimizarla, abollarla, jugar que ella, sortearla, violentarla, sólo para aceptarla en la mañana siguiente, y seguir?