ENTREVISTA CON JULIO ULLA, HERMANO DE UNO DE LOS FUSILADOS EN 1972

Trelew: tan lejos, tan cerca

A cuarenta años del fusilamiento de 16 presos políticos en el episodio de la base A. Zar, y mientras se desarrolla el juicio a cinco de los militares responsables, dialogamos con el Dr. Julio Ulla. Es hermano de Jorge Alejandro Ulla, integrante del ERP, asesinado a sus 27 años, tras la entrega de los fugados en el aeropuerto de la ciudad del sur del país.

 

Estanislao Giménez Corte

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Desde hace 40 años, para mucha gente, decir Trelew casi que obliga a anteponerle una dolorosa construcción: la masacre de. Trelew, además, suele recibir otro antecedente: la fuga de. Ambas se encuentran, lógicamente, en una sintonía doble: una es consecuencia de la otra. La insólita historia argentina, perdón, la terrible historia argentina, vuelve ahora sobre ello.

Tarde, tardísimo, el juicio a cinco militares se desarrolla en la ciudad del sur. Nunca es tarde, se me dirá. Se me dirá: lo saben perfectamente los familiares que, en estado de ardiente paciencia, como en el verso de Rimbaud, siguen las alternativas del juzgado, a cuatro décadas de lo ocurrido.

Trelew representa muchas cosas: la violencia política que iría in crescendo hasta el golpe del ‘76; el modo en que los gobiernos militares enfrentaron a los diversos grupos guerrilleros de los setenta -ERP, Montoneros-, los años de plomo, en síntesis. También fue Trelew una fuga: pensada brillantemente, ejecutada (casi) brillantemente que, sin embargo, acabó horrorosamente. Se podría decir que en el episodio se encuentran todos los elementos acordes para un thriller excepcional, a no ser porque detrás de ello, o más bien porque antes de ello, hubo muertos matados alevosamente y hay vidas que los piensan, todavía hoy.

Uno de los muertos, uno de los ejecutados aquella vez -ejecución famosísima que dio origen a libros, documentales, entrevistas-, fue Jorge Alejandro Ulla, santafesino de 27 años, militante del PRT-ERP. Cuarenta años después, su hermano, Julio -médico de nuestra ciudad, quien continúa paso a paso las instancias legales y lo recuerda- viajó a Trelew el pasado 7 de mayo y es protagonista y relator de una historia casi inverosímil: su hermano, militante, fue asesinado por militares, y su suegro, militar de intendencia, fue asesinado por un grupo guerrillero. Con una profunda reflexión, sin resentimientos ni odios, procurando el equilibrio en sus juicios y la precisión de su palabra, nos dejó su testimonio.

TRELEW 2012

“Cuando vuelvo de todas estas cosas (declaraciones, recuerdos, el juicio) me encuentro en soledad -dice Julio-, en la soledad de la familia. No pertenezco a ningún movimiento ni partido, (y esto) me hace volver para atrás (...)”.

—¿Qué sensaciones te produjo volver a Trelew cuarenta años después?

—Fui al lugar donde yo no quería estar pero donde debía estar. Es una representación que asumo en nombre de mi familia (mis hermanos, mis hijos) y de mi papá, que ya no está pero que hubiese estado. Cuando lo matan a Jorge, él inmediatamente saca una solicitada en El Litoral y otra en La Nación, acusando de todo lo sucedido a Lanusse (...) haciéndolo cargo (...) no era un tema menor. Por mucho menos que eso murió mucha gente en este país. Fue una actitud muy valiente, te diría que casi inconsciente. Porque él creía que nada le iba a pasar (...) cuando la democracia regresa, en el primer día de funcionamiento de las Cámaras, mi papá solicita que el tema sea tratado.

—¿Ustedes esperaban este juicio...?

—Sabíamos que se iba a llevar a cabo porque los habían citado (no detenido). Ya con la detención, prácticamente hay un ciclo que se había cumplido. Ahora falta que le coloquen la pena ¿qué importancia tiene, qué importa que le den quince días, cien años?; lo importante es que esté juzgado. Y que hayan estado presentes como reos, haciéndose cargo y poniendo la cara frente a la Justicia (...). Durante muchos años, la historia oficial fue que había sido un intento de fuga; bah, lo decía la dictadura. Eso perduró durante mucho tiempo, hasta que aparecieron los libros de Paco Urondo y Tomás Eloy Martínez (“La patria fusilada” y “La pasión según Trelew”) y la película “Trelew” de Mariana Arruti. Todo eso estaba escrito, pero nosotros supimos la verdad dos días después, porque los sobrevivientes contaron a los abogados lo que había pasado. Nosotros sabíamos que había sido una masacre...

—Además de asistir al juicio, fuiste al lugar donde los mataron...

—Cuando yo decidí viajar, me llaman de DD.HH. Para mí fue muy difícil, inclusive llegar. Pero bueno. Cuando llegué a Trelew, la primera sorpresa a la mañana es que me invitan a participar en un acto en la misma cárcel de Rawson, el pasado 7 de mayo. Ingresar a esa cárcel, donde había ingresado con un frío, con el amanecer, con la noche, con la pesquisa y las requisas en el ‘72, dos meses antes (de la muerte de su hermano), fue muy fuerte. Estos tipos nunca habían sido juzgados antes. Estaban sueltos, hasta que alguien toma la decisión. Hay sólo uno que no vino, que es Bravo, que está en Estados Unidos y no le dieron la extradición (...) esa mañana llego y entramos al mismo penal donde habían estado detenidos, en el salón central estaba lleno de gente, hijos, madres, el gobernador (...) cerca de ahí estaba el teatro donde se hacía el juzgamiento (...) nosotros no fuimos querellantes, porque fuimos comunicados un poco tarde, ni siquiera declaré como testigo (...) pero ahí estaban estos cinco tipos, con cara de viejitos, con cara de nada, con alguna sonrisa irónica o despectiva. Yo los miraba pensando que estos tipos habían tomado la decisión de ejecutar semejante matanza...

—¿Qué nos podés contar del juicio en sí?

—Se hizo primero un relato pormenorizado de lo que sucedió hasta que los matan. Después se dieron las imputaciones, las calificaciones. No había un sonido, ni se sentía la respiración, entonces el abogado -Germán Kesler- pide detención inmediata y cárcel común, (ahí) estalló el teatro... pero el juez no hizo lugar, por razones de la Justicia, no tengo por qué dudar (...) después me encontré con muchísima gente. Más tarde, gente de Córdoba nos pidió una declaración testimonial para un documental, entonces nos trasladamos al viejo aeropuerto, que está transformado en una suerte de museo. Esa imagen es impresionante, ese aeropuerto en el medio de la nada (...) ahí me avisan que tenemos permitido el ingreso a la base A. Zar. Fuimos hasta el preciso lugar donde los asesinaron. Eso está cerrado, porque hoy es una prueba para la justicia: se había destruido parcialmente, pero el diseño original fue reconstruido por ingenieros en construcción, se estudiaron los materiales, los tiempos, pero ahora con marcas con cinta (...) de eso se determina que todas las balas están impactadas en el fondo y ninguna del otro lado, como decía Sosa (...).

TRELEW 1972

Cuando recuerda a su hermano, a Julio le aflora la emoción por los poros. No cede, sin embargo, a golpes bajos ni a sensiblerías. Lo describe con una media sonrisa y un ligero cambio de tono en la voz. “El Ing. (Ricardo René) Haidar, uno de los compañeros (uno de los sobrevivientes), me dice que lo escuchó a Jorge, herido, que en la celda de al lado dijo: “Tirá, asesino hijo de puta”, después escuchó el estampido y cuando el cuerpo cae al piso....

—¿Cómo era Jorge?

—Era un muchacho agradable desde todo punto de vista. Era simpático, lindo, querible. Sus amigos lo adoraban, generaba atención alrededor de él por simpatía, porque era un notable deportista, ingenioso, de una extraordinaria sensibilidad (...). Yo no comprendía cuando llegaba a mi casa y lo encontraba escuchando poesías de Guillén, no podía comprender qué es lo que estaba haciendo. Jorge borroneaba poesías, versos; después empezó a pintar, a algunas cosas todavía las tenemos (...). Era un tipo querido por todos, un autodidacta con talento natural.

—¿Qué recordás de su ingreso al ERP y su militancia?

—Estaba estudiando Arquitectura en La Plata. Allá conoce la militancia, a Santucho y comienza su desarrollo político. Su vida fue extraordinaria. Lo denominaban “El hombre de las mil fugas”, fue herido en un brazo en Tucumán, rescatado de un hospital. Va tomando cada vez más responsabilidad dentro de la organización. Cuando pasa a la clandestinidad, en el ‘68, para nosotros fue una tragedia porque no comprendíamos qué pasaba. No lo vimos por un año, hasta que tuvimos algunas oportunidades de verlo. Y de aquél Jorge simpático, vimos un chico reflexivo, estudioso, con una serie de conocimientos adquiridos que lo habían llevado a una preocupación por el estudio.

—¿Estaba muy cambiado?

—Estaba más serio y reflexivo, pero siempre con su simpatía. Tuve una experiencia muy especial. Yo fui a jugar al rugby a Buenos Aires y paré en la casa de unos tíos. Allí lo encuentro: me dice “¿Me acompañás hasta mi casa?, vivo en Berazategui”. Entonces subimos a un tren (...) y me fue contando todos los problemas de las fábricas que íbamos pasando. Hasta que llegamos a una villa obrera, muy humilde; llegamos a una casa sumamente humilde (...) en la pieza tenía una colcha y una foto de mamá, nada más de él, todas las cosas de él, seguramente las había compartido. Me acompañó de regreso y me dice, ya sobre la 9 de Julio: “Yo estoy militando y la vida que nos va a tocar es una vida peligrosa, yo quiero que vos entiendas que es una decisión consciente, que es mi deseo, que lo hago con mucha alegría, que me siento feliz porque puedo ayudar, y vos ayudalo a papá a que entienda (...). En una revolución -me dijo-, se triunfa o se muere, y es posible que muchos de nosotros quedemos en el camino”. Mientras decía eso borroneaba y dibujaba. Cuando se va caminando entre la gente, tengo una profunda tristeza y la sensación de que no lo vuelvo a ver. Lo mismo me pasó la última vez que lo vi en Trelew, en 1972... él iba atravesando el patio, y llevaba un banco, entonces se da vuelta, levanta la mano y me tira un beso, tuve la sensación de que algo se terminaba (...).

Trelew: tan lejos, tan cerca Fijar posición

Julio Ulla, médico santafesino, se adentra en esta entrevista en una historia dolorosa y vívida, que involucra a varios miembros de su familia. Recuerda especialmente el gesto valiente de Nené Peralta Pino (su tía), que asumió en su momento la defensa de Jorge, a partir de su militancia en organismos de DD.HH. Por ello, nos cuenta, estuvo detenida varios años.

Foto: ARCHIVO

No creo de ninguna manera en ‘la teoría de los dos demonios’. Si no hubiésemos tenido el demonio de la dictadura durante tantos años, seguramente ni mi suegro ni mi hermano estarían muertos”.

Trelew: tan lejos, tan cerca Fijar posición

“Cuando nos entregan a Jorge nos vamos a una casa de sepelio. Jorge estaba desnudo, con las piedritas de haber sido arrastrado. Tenía un atado de Jockey y un cinto, todo lo demás se lo habían sacado. Tenía un balazo en el muslo que no era mortal y luego un disparo en la tetilla izquierda que fue a quemarropa, porque se veía el halo negro de la pólvora (el tatuaje de la pólvora)”, recuerda Julio Ulla. Foto: ARCHIVO

Trelew: tan lejos, tan cerca Fijar posición

Radiofoto de UPI distribuida el 23 de agosto de 1972. En el texto se lee:

“fotos tomadas ayer de la base aeronaval donde fueron muertos 15 terroristas y 4 heridos. El aeropuerto comercial fuertemente custodiado luego de los incidentes en la base aeronaval”.

Fuente: Archivo El Litoral

Alguna mente desquiciada, afiebrada, creía que hacer una revolución era matar a un hombre desarmado, por lo tanto la misma calificación le cabe”.

Fijar

posición

“(...) yo estoy contando una historia de seres humanos, a los cuales conocí y que tuve como ejemplos. Me preguntan mi opinión: la digo con respeto por el dolor, porque la muerte de un lado y del otro es exactamente igual. Lo que quizás nos separan son las diferentes historias. Así como nosotros recibimos la muerte de mi hermano, la familia de mi esposa tiene la muerte de mi suegro, el papá de mi esposa, don Esteban Dalla Fontana, que era militar de Intendencia. Fue un hombre bueno, querible, al cual yo quise mucho (...). Lo mata un supuesto comando guerrillero. La misma calificación que puedo poner para el asesino de mi hermano, la pongo para el asesino del padre de mi esposa. Alguna mente desquiciada, afiebrada, creía que hacer una revolución era matar a un hombre desarmado, por lo tanto la misma calificación le cabe. De todas maneras, y en esto fijo mi posición, no alcanza esta tristeza compartida entre familias para adscribirme a la ‘teoría de los dos demonios’. No creo que haya dos demonios, como tampoco hubo una generación de muchachos violentos. Hay que pensar que la violencia de los setenta viene de antes, del ‘55. Una generación toma la decisión de militar contra una dictadura que tiene un plan sistemático de destrucción política y económica, y se opone con violencia a una estructura de años de violencia. Pero los delitos cometidos por un Estado son delitos imprescriptibles. Los otros, cometidos por las deformaciones y aberraciones en el campo popular, deberían haber sido juzgados correctamente, pero a la dictadura no le interesaba juzgar, y lo que hizo fue matar, violar, robar, desaparecer, y tirar a gente de los aviones. Y eso no se explica desde una generación. Por eso, para una generación de gente noble, asumir la violencia debe haber sido terrible (...) Insisto: no creo de ninguna manera en la teoría de los dos demonios. Si no hubiésemos tenido el demonio de la dictadura durante tantos años, seguramente ni mi suegro ni mi hermano estarían muertos”. J.U.