La presencia del Señor

Solemnidad del Corpus Christi

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En la solemnidad del Corpus Christi celebramos la presencia viva de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía, sostiene el arzobispo santafesino. Ante una multitud, ayer se rezó la misa frente a la Catedral. Foto: Luis Cetraro

Mons. José María Arancedo

Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz

En el diálogo de Dios con el hombre Jesucristo es, de parte de Dios, la Palabra definitiva que nos ha dejado. Si bien esta Palabra fue dicha y vivió en un tiempo y lugar determinado, siempre es actual. Este es el fruto de la Resurrección que se nos comunica como gracia por el Espíritu Santo. Pascua y Pentecostés son la fuente de su presencia, en la que se cumple su promesa: “Estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (cfr. Mt. 28, 20).

Esto significa que hoy puedo comunicarme y encontrarme con él. No recordamos la doctrina de un personaje de la historia, sino que nos encontramos con alguien vivo. La primera consecuencia de esto es que la fe cristiana no es recuerdo de un pasado, sino la celebración de un acontecimiento en el que se actualiza la presencia de Jesucristo. En la solemnidad del Corpus Christi celebramos la presencia viva de Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía.

Hay una única presencia de Jesucristo que se nos comunica por su Palabra y los Sacramentos. Podemos distinguir palabra y sacramento, pero no separarlos, porque son el mismo Jesucristo. El relato de Emaús nos habla de esta realidad que es nuestra mayor riqueza, cuando nos dice que Jesús: “les explicó las Escrituras y les partió el Pan” (cfr. Lc. 24). En este gesto los discípulos reconocieron las palabras de la última cena, en las que el Señor les dejó el sacramento de su presencia.

Este acontecimiento se convertirá en el centro de la vida de la Iglesia. San Pablo, enviado a predicar y formar comunidades cristianas, fundamenta su ministerio en esta única verdad: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he trasmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía” (1 Cor. 11, 23). Esta presencia del Señor es lo que hoy celebramos.

La celebración pública del Corpus Christi es un acto de gratitud a Dios y un testimonio de nuestra fe. Creo que en esta doble dimensión de gratitud y de testimonio, se expresa una fe madura. La gratitud es conciencia del don que hemos recibido, el testimonio, al tiempo que es un acto de alabanza a Dios es, también, un comprender que Jesucristo nos es un don privado para mí, sino la Palabra de Dios hecha Sacramento, alimento para todos. La fe eucarística es, por lo mismo, un acto de responsabilidad apostólica. No comprendemos la Eucaristía sino la vivimos en su dimensión misionera.

En cuanto alimento, pan del peregrino, no es un lujo sino una necesidad. Siempre recuerdo aquel: “no podemos vivir sin la Misa, sin la Eucaristía, del Domingo” de los primeros cristianos. Ellos habían comprendido plenamente el significado de la celebración dominical. Señor, que sepamos descubrir y vivir este diálogo que has iniciado con nosotros a través de tu Hijo, Jesucristo, en la celebración de la Santa Misa.

Deseando que la celebración del Corpus Christi nos ayude a profundizar nuestra fe en la presencia actual y real de Jesucristo, les hago llegar junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.