Eichmann en la Argentina (II)

Secuestro, juicio y muerte de un asesino

Rogelio Alaniz

¿Cómo se enteraron los judíos que Eichmann vivía en la Argentina? Según parece, Nicolás, el hijo mayor del nazi, se puso de novio con una chica que supuestamente era de ascendencia alemana. Fanfarrón, prepotente, irresponsable, se jactaba de la faena desarrollada por su padre y se lamentaba de que “por un pelito” no se había logrado exterminar a todos los judíos.

A los nazis les pasan esas cosas: repiten hasta el cansancio que el mundo está manejado por los judíos, pero cuando tienen que ser cuidadosos y desconfiar en serio no se les ocurre nada mejor que jactarse de sus hazañas. Es lo que le pasó a Eichmann junior. Creyó que hablaba con su novia alemana y tarde descubrió que la señorita era judía. Fue ella la que habló con su padre y éste se preocupó por comunicarse con sus paisanos en Europa.

Hasta ese momento no se sabía de la identidad del papá del chico, hasta que entró a tallar Simón Wiesenthal y entonces para Eichmann empezó la cuenta regresiva. La soberbia y la casualidad se dieron la mano para descubrir a uno de los criminales de guerra más feroces del régimen nacional-socialista. Wiesenthal se comunicó con Ben Gurión y éste movilizó al Mossad.

Se sabe que las autoridades de Israel descartaron la sugerencia de ejecutarlo en la calle. La propuesta de Gurión fue la de llevarlo a Jerusalén y juzgarlo. No le resultó sencillo al fundador del Estado de Israel imponer su punto de vista, aunque por su prestigio finalmente lo logró. ¿Cómo traerlo? Fue la segunda dificultad a resolver. Se pensó en iniciar gestiones legales con el presidente Arturo Frondizi. Se sabía que era un político de impecable foja democrática y que en su momento había militado en instituciones de derechos humanos que condenaban expresamente el antisemitismo. El problema, sin embargo, no era Frondizi, sino los militares argentinos, el poder real detrás del trono, y muy en particular aquellos uniformados de reconocida filiación nazi-fascista.

El tema estaba sometido a discusión, cuando en noviembre de 1959 un fallo judicial de los tribunales porteños impidió la extradición de Josef Mengele, el profesional que había realizado experimentos con niños y mujeres y era el responsable de cientos de miles de muertes. Ese carnicero, ese hombre cuyo apellido era sinónimo de sadismo y muerte, fue protegido por ciertos factores de poder y logró eludir la acción de la Justicia. Mengele no sólo no pudo ser extraditado, sino que advertido de la persecución logró escabullirse y desaparecer de los lugares que solía frecuentar. Tiempo después se supo que estaba viviendo en Brasil, donde habría de morir muchos años después.

Ese antecedente gravitó a la hora de decidir el secuestro. Durante unas cuantas semanas, los agentes del Mossad hicieron un estricto seguimiento. Ubicaron la casa donde vivía, la fábrica donde trabajaba y cuáles eran sus hábitos de vida. Fue un trabajo de inteligencia eficaz y prolijo. Los agentes disponían de recursos económicos, pero debían tomar precauciones, no sólo ante Eichmann, sino ante las fuerzas de seguridad de Argentina, una precaución que luego se reveló innecesaria, porque en 1960 éstas estaban más dedicadas a la represión interna que a eventuales conspiraciones promovidas por los judíos.

Por lo pronto, la clandestinidad y las precauciones fueron absolutas. Se alquilaron algunas viviendas al contado, para no dejar nombres, se compraron autos a nombre de terceros pagando precios superiores a los del mercado, y se dedicaron a seguir a Eichmann noche y día. Finalmente se acordó secuestrarlo el miércoles 11 de mayo de 1960. Para ese momento se había decidido trasladarlo en avión, aprovechando la presencia de la delegación diplomática de Israel con motivo de las fiestas del sesquicentenario de la revolución de Mayo. Fue la única alternativa que se consideró válida. Alguien había sugerido trasladarlo en barco, pero la iniciativa fue descartada.

El operativo fue preparado minuciosamente. Se sabía que Eichmann descendería de la línea 203 en una esquina y que caminaría unas cuadras. Un auto estaría estacionado cerca de la parada con el capó levantado simulando una descompostura. Otro auto, en la misma situación, estaría a dos cuadras. Cuando Eichmann pasara por ese lugar, uno de los supuestos conductores se acercaría a él para preguntarle algo y allí lo dominarían y lo trasladarían a una casa donde sería sometido al primer interrogatorio.

El 11 de mayo amaneció lluvioso y así estuvo hasta la noche. Los agentes consideraron que la llovizna era un buen auspicio porque habría menos gente en la calle. Pero como suele ocurrir con esta clase de operativos, siempre se presenta un imponderable. Eichmann no llegó en el colectivo que estaba previsto, pero mucho más grave fue la presencia de un ciclista anónimo que se detuvo al lado del auto ofreciéndose para ayudar. Con toda la paciencia del mundo intentaron explicarle que la ayuda no era necesaria, pero el hombre insistía. Finalmente lograron sacárselo de encima, casi en el momento en que Eichmann descendía del colectivo.

Uno de los secuestradores se le acercó y pronunció la única frase que aprendió en español: “Un momento señor, ¿puedo preguntarle algo?”. Eichmann se detuvo y en ese momento dos hombres se abalanzaron sobre él. No hubo mayores problemas en reducirlo. “Era un hombre suave y pequeño, algo patético y normal, no tenía la apariencia de haber matado a millones de los nuestros, pero él organizó la matanza”, dirá uno de los agentes del Mossad.

Eichmann estuvo detenido en una casa anónima durante ocho días. Nadie pareció hacerse cargo de la noticia, nadie dijo nada ni protestó por nada. Eichmann admito rápidamente su situación y consintió en firmar una declaración donde reconocía que abandonaba Argentina por decisión propia. El traslado se hizo con un Eichmann adormecido, empapado en alcohol y vestido como un operario de la empresa de aviones. La nave despegó de Ezeiza el 20 de mayo y llegó al otro día a Haifa.

La noticia del secuestro provocó un escándalo en la Argentina. El canciller de Frondizi, Mario Amadeo, puso el grito en el cielo y presentó una denuncia formal en las Naciones Unidas. Israel se lavó las manos. Dijo que no tenía nada que ver con el asunto. La misma posición sostuvieron sus autoridades hasta 2005, año en el finalmente admitió su responsabilidad.

El intelectual judío Erich Fromm, se sumó a las protestas diciendo que los judíos estaban pagando con la misma moneda que los nazis. El que terció en el debate fue Ernesto Sábato: “En lugar de protestar por este acto, la Argentina debería protestar porque la gente que se llevó al criminal de guerra le salvó la vida y ahora le da la oportunidad de defenderse, derecho que él nunca le otorgó a sus víctimas”, dijo.

Palabras más, palabras menos, lo cierto es que Eichmann había ingresado a la Argentina con un documento falso y con un apellido que no era el suyo. La posibilidad de deportarlo legalmente después de lo Mengele se había mostrado inviable. ¿Hicieron bien o mal? Cada uno puede darle a este interrogante la respuesta que mejor le parezca, pero en principio los hechos fueron como fueron.

Eichmann fue juzgado en Jerusalén. El presidente del tribunal fue Moshe Landau; el fiscal, Guideón Hausner y el defensor, Robert Servatius. El juicio duró cuatro meses. La defensa no refutó las acusaciones, pero argumentó que los jueces judíos no eran imparciales, que el imputado había sido secuestrado y llevado a Israel contra su voluntad y que iba a ser juzgado por leyes que habían entrado en vigencia después de los crímenes que se le imputaban, crímenes que por otra parte había cometido en su país.

Un dato obvio no se debe perder de vista. Eichmann era el efectivo responsable de la muerte de millones de judíos. Fue secuestrado, pero el juicio cumplió con las formalidades del caso. Israel podría haberlo ejecutado en silencio, pero optó por juzgarlo. El fallo lo declaró culpable. Eichmann fue ejecutado en la prisión de Ramla la madrugada del 1º de junio de 1962. Sus restos fueron luego esparcidos en el Mediterráneo con la presencia de sobrevivientes de los campos de concentración.

¿Qué más se puede decir? Una solitaria declaración de Porfirio Calderón en defensa de los nazis. Calderón era vecino de Eichmann y el dueño de un taller mecánico que se llamaba “El Líder”. El hombre había sido suboficial del Ejército y participado en el levantamiento del general Valle en 1956. Entrevistado por los periodistas dijo que sus vecinos eran excelentes personas. “Él y sus hijos eran peronistas”, afirmó orgulloso. Alguien le recordó que se trataba de un criminal de guerra. “Esa es la historia que escribieron los que ganaron”, respondió muy suelto de cuerpo, una respuesta que seguramente a Pacho O’Donell o a Felipe Pigna no les hubiera disgustado. Años después, Calderón fue guardaespaldas de Cámpora, Lastiri, Perón e Isabel.

Secuestro, juicio y muerte de un asesino

Eichmann, flanqueado por policías israelíes, asiste dentro de un cubículo de seguridad, al desarrollo de su juicio por el exterminio de judíos en la ciudad de Jerusalén. foto: archivo el litoral