Crónica política

Moyano y Cristina, una identidad profunda

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Rogelio Alaniz

“Esa vocación totalitaria, típica de los populismos, de ocupar todos los espacios y comprimir el pluralismo mediante la invocación de la homogeneidad del pueblo”.

Loris Zanatta

La pelea no es nueva, pero adquirió estado público esta semana con la convocatoria de Moyano en la Plaza de Mayo. No es un tema menor para un país con una oposición mutilada e impotente. La señora debería haberlo sabido: la protesta de alguna manera se va a expresar. Lo hará a través de los partidos tradicionales o de las corporaciones, pero lo hará. Serán los propietarios rurales, los sindicatos o las señoras de barrio Norte con sus cacerolas, pero por algún lado la disconformidad con el actual régimen se hará presente. La pretensión de unanimidad nunca podrá realizarse porque va a contramano de la historia y con las modalidades de las actuales sociedades de masas. Cristina debería haberlo sabido. O alguien debería habérselo dicho.

A nueve meses de obtener el cincuenta y cuatro por ciento de los votos, el gobierno recibe la primera manifestación de protesta. Y la recibe en la Plaza de Mayo, el ruinoso y percudido Coliseo donde el populismo criollo monta sus habituales puestas en escena. Se sabe que para la cultura populista la plaza posee un valor mítico: allí se expresa la voluntad del pueblo, allí se celebra la sórdida ceremonia con un pueblo que aclama al líder que, desde el balcón o la tribuna, los arenga sin que ello le impida presentar a esa grosera operación demagógica como asamblea popular.

A los interesados en indagar sobre estos procedimientos les sugiero que investiguen sobre aquel 17 de octubre de 1952 en Plaza de Mayo, cuando Juan Domingo Perón y su amigo del alma, Anastasio Somoza, competían desde los balcones de la Casa Rosa para decidir quién excitaba más a la “masa” con sus consignas. Dijo entonces Anastasio “Tacho” Somoza: ”Yo quisiera que la oposición a Perón, si es que existe, porque lo dudo, porque no creo que pueda haber oposición al general Perón en la Argentina, se acercara a él, conversara con él, para que se contagie de eso que yo estoy contagiado, ese peronismo sincero. Argentinos: rodead a Perón, pensad que Perón es la reencarnación de la patria”. Somoza sabia de lo que hablaba. “Ese peronismo sincero”, tanto lo sabía, que hoy, sesenta años después, sus frases -sustituyendo a Perón por Cristina- podrían pronunciarlas sin ruborizarse personajes como Gabriel Mariotto, Aníbal Fernández o Héctor Timermann, el mismo que anuncia imposibles golpes de Estado, cuando en realidad, la vez que tuvo que pronunciarse en contra de uno real, corrió solícito a ofrecer sus servicios a los dictadores de turno, con la misma obsequiosidad que emplea ahora con la señora.

Lo cierto es que la masa en la plaza es el gran mito del populismo. Poco importa que ese pueblo sean 50.000 o 60.000 personas en un país de cuarenta millones de habitantes. La imagen populista es eso, una imagen, una imagen que representa a una multitud con banderas y consignas, una multitud uniformada y sumisa con sus jefes. Convocatorias como estas inspiraron a Borges y Bioy Casares para escribir uno de sus mejores relatos: “La fiesta del monstruo”. Monstruosa o no, esa multitud puede ser ruidosa, luminosa o sombría, pero no alcanza a representar al pueblo, aunque lo intenta. Como se dice en estos casos: cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.

Volvamos a la señora y a Moyano. Inútil discutir quién ganó la pulseada. Lo mas prudente en este caso es decir que hubo un empate o que nadie salió derrotado. Por el momento. Para quienes festejan la victoria de la señora o el burócrata, habría que advertirles que la refriega que acaban de presenciar no es el final sino el principio. Como se suele decir: el partido recién empieza.

¿Quiénes son los jugadores? Al respecto no hay que llamarse a engaño. Por el momento, de uno y otro lado hay peronistas. Ella y Moyano son peronistas. Discurrir quién es más o menos peronista es un ejercicio innecesario y bizantino. Peronistas son los dos. Pero también la “masa” en la Plaza de Mayo es peronista. Como se dijera en su momento, en esa plaza el noventa y cinco por ciento de los presentes votó por Cristina hace nueve meses.

Puede que diferentes sectores de la oposición hayan simpatizado con Moyano en esta coyuntura. Lo siento por ellos. El propio Moyano se encargó de advertirles que ellos pueden simpatizar con él, pero él no está dispuesto a simpatizar con ellos. Como se dice en estos casos: Moyano hizo y hace la suya. Lo demás es cartón pintado. El acto, por lo tanto, fue de Moyano: él movilizó, él convocó y él hizo uso de la palabra. Diestro en el arte de la maniobra, la media palabra y la retórica ampulosa, habilidoso para la trampa, sonriente cuando las circunstancias lo exigen, violento siempre, no podía darse el lujo de compartir el escenario con oradores que lo corrieran por izquierda o por derecha. Uno de los ejes de su discurso -deshilachado, deshilvanado, pobre- fue la invocación al diálogo. ¡Extraña palabra en boca de alguien a quien nunca se le ocurrió practicar semejante virtud. Ni en el sindicato donde su voz es la única y exclusiva, ni en la CGT y, mucho menos, con sus adversarios políticos.

No nos engañemos. Moyano reclama el diálogo porque alguien que tiene más poder que él se lo ha negado, pero el diálogo al que se refiere no tiene nada que ver con el diálogo que exigiría cualquier democracia republicana. Moyano, a decir verdad, no quiere el diálogo, quiere la componenda, la transa. Es lo que sabe hacer, lo que le gusta y le rinde beneficios. Se enoja porque la señora designa con el dedo al sindicalista que más le conviene. Es decir, se enoja porque la señora hace lo mismo que en su momento ella y su marido hicieron con él, cuando lo transformaron en el interlocutor privilegiado del movimiento obrero a cambio de componendas y negocios, de movilizaciones y silencios.

¿Por qué se pelean Moyano y Cristina? Se pelean no porque son diferentes, sino porque se parecen. Curioso. En estos días se infligieron las acusaciones más duras, pero a la hora de pasarlas en limpio uno descubre que los dos tienen razón. Él es un burócrata sindical “patotero” y ella es una “farsante”. Él es autoritario y ella es soberbia; él apuntó con el dedo a infiltrados y zurdos y ella se escondió en la Patagonia cuando llegaron los militares. Él se enriqueció con el sindicato y ella se enriqueció con la política. El practicó el apriete y ella y su marido la usura. Él habla del diálogo, pero no cree en ello, y ella habla de los derechos humanos y el progresismo, cuando su pasión es la plata y las ropas caras.

Ella no tiene la menor idea acerca de lo que necesita un hombre o una mujer del pueblo para vivir; sus consumos son los de una multimillonaria, aunque no tiene empacho en recomendar comer carne de cerdo o asegurar que una persona que gana seis mil pesos por mes, es rica. El reclama contra el impuesto a las ganancias, pero no dice una palabra de la plata que se les roba a los trabajadores con las cuotas sindicales obligatorias y los descuentos para las obras sociales.

Los dos son unos maestros en desentenderse de sus acciones o mirar para otro lado. Él se olvida de su pasado cortesano con el poder y ella se olvida de sus compromisos con las provincias. Ella recaudó y gastó a manos llenas, pero a la hora de pagar la fiesta los que deben hacerse cargo son los gobernadores. Él habla de la solidaridad con los trabajadores, pero vive y gasta como un patrón.

Lo dos son multimillonarios. Y hay buenos motivos para suponer que sus fortunas más importantes no son las que figuran en sus declaraciones juradas. Moyano habla como un matón de Roberto Arlt y ella como una heroína de Manuel Puig. Insisto. Se trata de una riña entre peronistas con un probable desenlace peronista. En el camino, cada uno muestra la hilacha. O se muestra como es. Que la presidente decida retirarle la seguridad pública al acto convocado por Moyano, mientras asegura la presencia policial en la Casa Rosada, no es una anécdota, es una confesión: a la señora lo único que le importa es su seguridad, la de los otros es siempre un tema menor.

Moyano no va a mover un dedo para democratizar el Estado y ella no va a decir una palabra a favor de la democratización de los sindicatos. Ella sueña con que Máximo la herede, mientras le otorga a su hija el atributo de transmitir los símbolos del poder; él instituye la monarquía sindical nombrando a su hijo Pablo heredero, mientras inventa un sindicato para su hijo Facundo. Los dos pretenden eternizarse en el poder, aunque a la hora de elegir la prefiero a ella, por la sencilla y resignada razón de que es mas fácil removerla a ella con el voto popular que sacarlo a él del sindicato.