Convenciones, comodidades y rupturas. Un relato

De lugares no comunes

Estanislao Giménez Corte

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I. El conferencista

Le dan pie, después de la presentación acostumbrada. Habla. Dice más o menos “buenas tardes ¿cómo están?”, dice más o menos “gracias por la invitación”, dice una humorada leve. Dice que “...las autoridades”, y que “...la humedad del día” y que “....la derrota de la selección”. Algunas palabras consiguen esforzadamente, apenas dichas, saltar el foso entre él, el presentado, y ellos, los anónimos del otro lado. Otras caen en medio, estériles en vuelo interrumpido, sin llegar a cumplir su destino de acariciar los cómodos oídos apoltronados por introducciones institucionales y exhortaciones de brindis de aniversarios. Todo está en perfecto orden.

Habla. Con envidiable seguridad habla, con una entonación similar a la de una publicidad -grave, diáfana, perfecta-, igual a cientos de miles, como un modo de expresarse serializado y algo homogéneo. Nunca un adjetivo a destiempo. Nunca una “erre” arrastrada ni un “digamos” repetido como muletilla. Jamás un balbuceo ni una mirada al vacío. Inimaginable un vaso tirado por un gesto brusco ni el saco con alguna mancha. Habla y lo acompaña el gesto un poco lejano del que vende algo ajeno, del que dice algo ajeno y distante, algo que no está en él, algo que está en un contrato al que alguna vez le puso su trazo y que, como si fuera una fórmula, repite con idéntica y desesperante similitud. Pragmatismo puro: nunca anteponer su cuerpo aseado y su palabra perfumada, nunca darle carnadura o ronquera a la palabra, imposible en él ceder a la intervención alguna de originalidad o sentimentalismo.

Habla, pero. Sabe que detrás de su apariencia de suficiencia, que debajo de sus pergaminos, que aplastado por todo un curriculum vitae como para adornar una habitación mediana, está, no el miedo, no es eso, no el terror -el terror de esa situación en la que se encuentra ahora mismo- sino, cómo decirlo, la vacuidad de todo, la insoportable levedad de la situación a la que se enfrenta casi a diario, lo otro (sea lo que fuere ello, si es que existe) que no está en esta convención, en estos gestos, en estos aplausos famélicos, en estas palabras que proferirá como quien da sus datos en un trámite bancario.

Lo presentaron elogiosamente; él hablará fluidamente. Traerá algunas etimologías, citará a cuatro o cinco nombres ilustres, intercalará la pesadez natural de un discurso oral con digresiones y algunas humoradas. Todo insertado como con variables matemáticas, todo tan calculado, tan lejos de lo aleatorio y lo accidental, tan cronometrado y ensayado, todo tan dispuesto que se podría ver el futuro antes de cada presentación.

Hará todo eficientemente, profesionalmente. En tiempo y con excelente dicción. Sentirá alguna satisfacción cuando todo concluya. Saludará a propios y extraños. Firmará su cheque. Escrutará el rostro de alguna señorita procurando detectar alguna señal o sugerencia. Pero. Detrás, debajo, sentirá corroerse lentamente, como tantas otras veces, la base de lo que sus pies pisan, como si una imperceptible lava erosionara el concreto en que repiquetean sus mocasines posmodernos al pulsar las filminas de su power point. Una grieta sorda que siente que, tarde o temprano, va a abrirse. No ahora que lo saludan y aplauden. No ahora, no. Pero va a abrirse. Después, allá. No se trata de la amenaza de eventuales u ocasionales competidores, no hay enemigos que pudieran alterar su anquilosada carrera de conferencista de fuste. No, no es eso. Es él mismo que, ya de regreso al hotel -admiradas sus palabras, elogiados sus giros discursivos, festejada su presencia-, aparece en el espejo -tomada la cuarta cerveza, sucedidas las cosas e impedido por ahora el sueño- aparece él, en toda su expansión, en el espejo. Esa sensación, esa seductora propuesta en ciernes, ese desafío que viene cuando todo ha terminado a decirle que aún no ha terminado.

II. El conferencista sueña

Resuena, en el sueño del conferencista, ya tarde, liberados dentro de su cuerpo los efectos anestésicos del alcohol, del cansancio, un sonido mecánico y obsesivo que dice más o menos esto: “sí, pero; sí, pero; sí pero”. ¿Qué es, se pregunta?. Despierta y abre ese sonido, lo desmenuza como las entrañas de un animal. Toma su manual de Gramática, que lleva consigo aunque le resulte soporífero y hartante. “Sí” es un adverbio de afirmación -piensa, lee-; “pero” es un nexo adversativo pero... . Una posible traducción de su sueño es ésta: “tengo trabajo, tengo una vida, hago algo que relativamente me gusta, gano relativamente buen dinero, satisfago mi ego relativamente de buena manera pero....”. “Sí” (trad.): vivir de una forma posible acorde a los requerimientos establecidos por los patrones sociales. “Pero” (trad): en alguna parte, quizás muy cerca, hay otra cosa que espera...

III. El conferencista habla

Otro día. Otro lugar. Otra gente. El conferencista se muestra pletórico. A diferencia de las cientos de cientos de ocasiones anteriores, no expondrá alegremente en su tono acostumbrado. Va a leer. Toma de entre sus ropas unos papeles escritos a mano en su letra imposible y lee, hundiendo la voz en las palabras, como el que se interna en un sitio oscuro pero fascinante. Y a tientas, entre el miedo y la fascinación, siente en sí la posibilidad del descubrimiento al alcance de su mano, de su mano que no ve, extraviada ésta en la oscuridad. Lee. “Ayer, a bajas horas de la noche, sentí subir por mí, a la tristeza. Trepó como un perro torpe desde mis pies hasta mi plexo; siguió por las extremidades, chupando la carne, corroyéndolo todo, pinchándome con el pelaje la piel, los poros, metiéndose, saliéndose por ellos. La tristeza me dijo ayer: huye del lugar común, huye de los sitios acostumbrados, huye de la comodidad; trata, aunque no salga, de hacer otra cosa, desafía a tus oyentes, no los conformes, no seas en su vida un módico espectáculo de la tarde, abofetéalos, sacúdelos, inmólate. A cada frase categórica, a cada lema que se te pretenda imponer, a cada consejo, a cada fórmula, a cada desfallecimiento para el regreso a los lugares de la comodidad, a cada emblema, a cada sitio conocido, a cada lugar de rutina, a cada día parecido, a cada momento de aburrimiento, a cada jornada un poco triste, sucédela con el extraordinario efecto de demolición que tiene para lo antedicho, con la ruptura que produce, con ese silencio seco que abre toda la paleta de posibilidades, la palabra ‘pero’”.

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