EDITORIAL

El valor creciente del conocimiento

La empresa Apple fue cotizada recientemente en una suma superior a los seiscientos mil millones de dólares. El dato no debería llamar la atención a los observadores, porque desde hace unos cuantos años este tipo de empresas cotizan cifras superiores a, por ejemplo, las empresas petroleras y, en más de un caso, sus cifras superan o están a la altura del producto bruto anual de varios países, entre otros, el de la Argentina.

 

Desde hace algunas décadas se viene insistiendo en que la inteligencia aplicada se valoriza más que los recursos naturales en cualquiera de sus variantes: soja, petróleo, gas, hierro. Empresas como Apple generan riquezas superiores gracias al trabajo aplicado de científicos, técnicos, diseñadores y publicistas. Las transformaciones que promueven en la cultura y la economía son decisivas.

El dato no es nuevo. A decir verdad, las innovaciones científicas y la inteligencia aplicada son las que han promovido en la modernidad revoluciones más perdurables y trascendentes que las operadas en el plano político.

Se podrá decir que, en el caso de los Estados Unidos, la combinación de inteligencia aplicada y recursos naturales fue la clave de su desarrollo. Puede ser. Pero los ejemplos de Suiza, Corea del Sur y Japón, nos demuestran que no es indispensable una naturaleza pródiga para lograr niveles óptimos de desarrollo con sus consecuencias en materia de calidad de vida y movilidad social. Es más, los estudios históricos y sociológicos expresan que fue la carencia de recursos naturales lo que alentó la cultura del trabajo y la creatividad.

Sería deseable por lo tanto, que nuestra clase dirigente se ponga a pensar en serio cuales son las alternativas a mediano y largo plazo para lograr “el milagro” del desarrollo. No se trata de renegar de nuestros recursos naturales, sino de aprovecharlos mucho más, pero para ello es indispensable promover reformas educativas, políticas y jurídicas que a los argentinos pareciera costarles mucho asumir, ya que todas estas cuestiones suelen ser aceptadas de la boca para afuera, pero es casi un lugar común que luego se obre de modo contrario a lo que se dice.

Sin embargo, a pesar de todo, no es imposible que la Argentina en algún momento decida orientarse en esa dirección. Disponemos de excelentes recursos humanos y, por lo tanto, de lo que se trata es de crear condiciones jurídicas y políticas para que ciertas metas puedan alcanzarse. Seguridad jurídica, inversiones, apertura al mundo y reformas educativas constituyen la clave del cambio.

Nuestro país para ello necesita superar el mito de que una buena cosecha con precios altos nos salva de la pobreza. Más allá de que en términos coyunturales esta realidad nos haya permitido salir, por ejemplo, del pozo en que nos hundimos en el 2001/02, es necesario asumir que la diferencia entre el simple crecimiento y el desarrollo reside en la calidad y cantidad de la inteligencia aplicada o, dicho de otro modo, en la acumulación de capital intelectual.