Crónica política

¿Todo vale?

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Evita enferma votando. La campaña publicitaria fue tan intensa que hasta el día de la fecha la gente común está absolutamente convencida de que el voto femenino lo logró Evita. La realidad fue muy diferente. Foto: Archivo El Litoral

Rogelio Alaniz

Se dice que Arthur Rimbaud había revolucionado la poesía antes de los dieciocho años. No es el único ejemplo para probar que a los dieciséis, por ejemplo, se está en condiciones de hacer cosas muy importantes, incluso votar. Es más, si en 1912 la ley Sáenz Peña previó que a los dieciocho años un joven estaba autorizado a votar, cien años después no es descabellado extender ese derecho a quienes cumplieron dieciséis.

Si yo fuera legislador, aprobaría esa iniciativa sin temor a pecar de irresponsable o ingenuo. Irresponsable por otorgarles el voto a unos imberbes; o ingenuo por ignorar que el peronismo propone esta iniciativa no por un inesperado brote de juvenilia, sino porque supone que esa franja del electorado lo va a votar.

Especulaciones al margen, insisto en que un chico de dieciséis años puede votar. Alguien me podrá dar muchos ejemplos en contra y yo podría responderle con muchos más ejemplos a favor. Después de todo, es verdad que hay chicos o chicas que a esa edad recién están dejando de jugar con las muñecas o a las bolitas, pero conozco veteranos de treinta y de cuarenta que a juzgar por lo que piensan y hacen, no es que no se los debería haber dejado votar, sino que no se los debería haber dejado acercase a una urna.

Se supone no lo niego- que una persona mayor tiene experiencias y responsabilidades superiores a un adolescente. Se supone. La ley en este caso trabaja sobre supuestos y establece algunos términos medios operativos. En 1912, ese término medio eran los dieciocho años. No hay razones serias para oponerse a que ahora sean dieciséis.

El peronismo históricamente siempre ha estado atento a maniobras electorales. Así lo hizo con el voto de la mujer allá lejos y hace tiempo. Jamás en su vida sus principales dirigentes se habían interesado por los derechos de la mujer, pero en algún momento olfatearon que eso permitía obtener réditos electorales y ni lerdos ni perezosos se transformaron en inesperados agitadores feministas. La campaña publicitaria fue tan intensa que hasta el día de la fecha la gente común está absolutamente convencida de que el voto femenino lo logró Evita.

La realidad fue muy diferente. El voto femenino había sido aprobado por los legisladores en 1943 y la iniciativa no se pudo perfeccionar, porque el 4 de junio de ese año los militares dieron un golpe de estado que entre otras causas habrá de dar origen al peronismo.

Cuando en 1947 la iniciativa se presentó en el Congreso nadie votó en contra. La supuesta batalla por el voto de la mujer tuvo la originalidad de no contar con ningún adversario, no obstante ello el peronismo no vaciló en presentarlo como una extraordinaria conquista obtenida luego de una ardua batalla. Inútil recordar que en 1928 las mujeres habían votado en la provincia de San Juan;.inútil recordar que en el debate parlamentario de 1947 los legisladores de todas las bancadas evocaron a las mujeres que realmente lucharon por el voto de la mujer, motivo por el cual se mencionaron los nombres de Julieta Lanteri, Elvira Rawson, Alicia Moreau de Justo, Victoria Ocampo y, sugestivamente, el nombre de Evita estuvo ausente, no porque los políticos fueran desagradecidos con la jefa espiritual de la nación, sino porque en tiempos que las mujeres corrían riesgos para defender el sufragio femenino, las ocupaciones de Evita eran otras.

Se cuenta que después de las elecciones de 1951, Perón dijo en rueda de amigos que en 1946 había ganado las elecciones con los obreros, en 1951 con las mujeres y la próxima vez “se las voy a ganar con los chicos”. El Viejo tenia sentido del humor y le gustaban los pronósticos, pronósticos que en algunos casos acertaba, porque cuando Perón se refirió a su victoria futura con los chicos, estaba haciendo un chiste, pero cuando en 1973 ganó las elecciones con la juventud maravillosa, el chiste se hizo realidad y la realidad derivó en tragedia porque la juventud maravillosa devino en juventud terrorista y los pibes maravilla degradaron en imberbes.

El ajuste de cuentas se hizo a lo peronista. Es decir, de manera brutal y sin reparar en medios. Las Tres A fue la herramienta utilizada por Perón para poner las cosas en su lugar. El operativo fue tan ejemplar que cuando los militares llegaron en 1976, en muchos lugares la tarea ya estaba hecha. Sin ir más lejos, la UNL.

El peronismo siempre ha dispuesto de un singular talento para “robar” reivindicaciones o apropiarse de consignas en las que nunca creyó o que en algún momento estaban en las antípodas de sus creencias.

La tardía y oportunista reivindicación de los derechos humanos es una de ellas. Hay que decirlo de una buena vez: los muchachos jamás creyeron en semejante patraña liberal. Cuando los empezaron a meter presos y a torturar descubrieron que los habeas corpus, las garantías y las libertades, alguna importancia tenían. Al tema lo descubrieron tarde y nunca lo miraron más allá de sus narices, porque siempre creyeron, de una manera atávica, instintiva, que los derechos humanos eran para ellos, no para todos.

A nadie se le escapa que desde esa lógica hasta Atila está a favor de los derechos humanos porque, bueno es saberlo, a nadie le gusta que los torturen o lo maten, ni siquiera a Hitler, pero ese disgusto no lo convierte en un defensor de los derechos humanos, porque la defensa de estas garantías y libertades exigen, en primer lugar, universalidad y, en segundo lugar, un Estado de derecho que funcione, el mismo Estado de derecho que para los muchachos de Carta Abierta es la cristalización de los privilegios y el poder oligárquico. Sin esos dos requisitos no hay derechos humanos. Sin ellos, puede haber venganza, justicia por mano propia, pero no derechos humanos, tal como los entiende la modernidad.

Algo parecido ocurre con el tema de los homosexuales. El peronismo promovió a través de los Kirchner la legislación más atrevida en un campo donde sus posiciones siempre fueron ambiguas. Cuando en 1975 Pier Paolo Pasolini fue asesinado, la revista peronista “El caudillo” publicó una editorial con el sugestivo título: “La muerte de un maricón”. La nota decía más o menos así en uno de sus últimos párrafos. “Compañero peronista, si en el baño de una estación de trenes un puto lo molesta, métale un fierrazo en la cabeza y después pregúntele qué película dirigió”. Curiosamente, el autor de esa nota, el compañero Felipe Romeo, murió hace pocos años atacado por el sida.

O sea que atendiendo a todas estas consideraciones, el voto a los dieciséis años no me asusta. Lo único que se me ocurre al respecto es una observación antipática pero absolutamente lógica. Si los pibes de dieciséis años son responsables para votar, también lo son si violan y matan. No quiero ser aguafiestas, pero si compramos el paquete lo compramos con todo lo que hay adentro. Es decir, con los derechos que se otorgan y los deberes que se exigen.

Algunas consideraciones sobre los niños, es decir, los que asisten a la escuela primaria. No creo inventar la pólvora si digo que los chicos no pueden ser objeto de manipulación política partidaria. Esa verdad la aprendimos hace muchos años y creíamos que el aprendizaje era para siempre. Pues bien, la vida nos demuestra que en la historia nada es definitivo y que cada generación puede estar tentada a repetir las mismas barbaridades del pasado. La pedagogía militante a los niños se ha puesto a la orden del día y es defendida con argumentos de derecha y de izquierda. El libro de lectura “Alelí” y el texto canónico “La razón de mi vida”, tienen otros sucedáneos, pero el objetivo es el mismo, alinear a los chicos detrás de un conjunto de certezas partidarias consideradas como verdades de fe o revelaciones sagradas.

Se dirá que lo que se pretende hacer ahora no intenta ir tan lejos. No lo sé. La lógica que justifica todos los atropellos en nombre de una supuesta buena causa, ya ha sido activada. Yo no sé si se proponen transformar a los niños en pioneros rojos, como los soviéticos o “balillas” como los de Mussolini, pero lo que sé es que una vez que el plano inclinado se situó en la historia, se puede llegar casi de manera imperceptible al infierno totalitario.

Por último, algunas consideraciones ideológicas. Más de un amigo me dice que no es prudente remitir la experiencia de los Kirchner al peronismo histórico. ¿Por qué no?, es mi respuesta. Si efectivamente los Kirchner son peronistas, hay que admitir que sus decisiones se inspiran en esa tradición. Lo que hacen, bien o mal, no lo hacen porque son malos o buenos, lo hacen porque, desde un punto de vista estrictamente político son peronistas. Así de sencillo y así de difícil.


Si los pibes de dieciséis años son responsables para votar, también lo son si violan y matan. No quiero ser aguafiestas, pero si compramos el paquete lo compramos con todo.