Mesa de café
Mesa de café
Pibe, vení, votá
Remo Erdosain
Estamos discutiendo desde hace más de una hora. En algún momento parece que nos vamos a poner de acuerdo, pero al momento siguiente todo vuelve a descompaginarse. El tema, por supuesto, es el voto de los adolescentes de dieciséis años, pero en la charla se cuela la reforma constitucional, la reelección indefinida, el rol de la oposición, y el mundo y sus alrededores, como corresponde a una charla de café.
Abel es el que está más abiertamente en contra de la iniciativa de hacer votar a los chicos.
-Es una barbaridad. Esos chicos no saben ni como se llaman y los quieren hacer votar.
-Mucho más bárbaro -replica José- es oponerse a que la democracia se amplíe.
-La democracia no se amplía haciendo votar a imberbes -digo.
-¿Y acaso se amplía con el voto calificado?
-¿Y se puede saber quién habló de voto calificado?
-Ustedes. No lo dicen abiertamente porque les da vergüenza, pero es lo que desean en el fondo.
-Sólo hablamos del voto a los dieciséis años. ¿De dónde deducís todos los disparates que estás diciendo? -pregunta Marcial.
-La Constitución dice -agrega Abel- que para ser presidente hay que tener determinada de edad. Según tu manera de pensar, esas serían medidas proscriptivas.
-Lo que ustedes no terminan de entender -intervengo- es que la Constitución establece, por diferentes razones, algunas proscripciones. Son reglas del juego que habilitan y prohíben, pero son reglas del juego para todos.
-Ya conozco los argumentos liberales -señala José- y también sé que esos han sido históricamente los argumentos de los gorilas para dejar afuera al pueblo.
-Llegó la hora de la pavada -murmura Marcial en voz baja pero audible.
-Llegó la hora del pueblo -responde José-, la hora de la liberación de los pueblos. Y llegó de la mano de Cristina.
-¿Vos te referís a la señora que desde que está en el poder multiplicó su fortuna, que tiene propiedades en Puerto Madero y a la que le fascinan los chicos lindos que viven en Puerto Madero?
-De Evita dijeron algo parecido.
-No me consta -reacciona Marcial.
-Estábamos hablando del voto de los adolescentes y terminamos en Evita -digo.
-Por algo será- le dice Marcial a Abel, mientras le guiña un ojo.
-Sobre este tema ya di mi posición: el voto construye ciudadanía -argumenta José.
-A mi me causa gracia y hasta me asombra -enfatiza Marcial- escuchar a un peronista troglodita como vos, hablar de construir ciudadanía y ampliar la democracia. Mi pregunta es la siguiente -agrega- ¿Por qué no se sacan la careta y dicen de una buena vez que quieren que voten los pibes porque según sus encuestas esa franja social los favorece?
-¿Vos le estás pidiendo a José que sea sincero, o escuché mal? -pregunto.
-Noà no me gusta pedir imposibles -chicanea Marcial-, simplemente le sugiero que se saquen la careta.
-Admitamos -responde José- que los jóvenes nos van a votar. ¿Esa verdad le quita consistencia al hecho cierto de que para una democracia es importante que haya cada vez más votantes? El otro día, sin ir más lejos, lo escuché a un historiador decir que uno de los problemas de la ley Sáenz Peña, sancionada en 1912, era que dejaba a muchos votantes afuera.
-¿Cómo ser? pregunta Abel.
-En primer lugar dejaba afuera a las mujeres, es decir a la mitad del padrón; después a los extranjeros, porque no se hizo nada para nacionalizarlos y, por último, a los habitantes de los territorios nacionales. O sea que votaba una minoría. Y ahora que queremos que se sumen más votantes ustedes ponen el grito en el cielo porque no les conviene electoralmente. Entonces, ¿quiénes son los electoralistas: nosotros que queremos que voten los pibes o ustedes que se oponen porque saben que los jóvenes no los votan ni en joda?
-No estés tan seguro -acota Marcial con su infalible sonrisa.
-Yo, en general -digo- no me opongo a que los chicos de dieciséis años voten. Lo que creo es que a estos temas no se los puede resolver de la mañana a la noche. Un país serio lo discute en todos los niveles, consulta a los padres, maestros, profesores, pedagogos, políticos, dirigentes sociales y, finalmente, se arriba a una conclusión que será independiente de cualquier especulación electoral.
-Así se deberían hacer las cosas -coincide Abel.
-Así se deberían hacer en Suecia o en Suiza, pero lamentablemente para ustedes vivimos en la Argentina y aquí las cosas se hacen de una manera más vital, más apasionada, acorde con nuestra manera de ser.
-¿Vos estás hablando en joda? -pregunta Marcial.
-Estoy hablando muy en serio.
-¿Y también son serios cuando defienden la pedagogía partidaria en los jardines de infantes o la manipulación de los presos condenados o el elogio de los barrabravas?’
-Así como lo presentás vos, parecería que somos los villanos de la película, los ogros feos y malvados.
-Yo los presento como ustedes son. No agrego, no saco ni pongo nada -puntualiza Marcial.
-Insisto -digo, mientras le hago señas a Quito para que repita la vuelta de café- no tengo problemas con que voten los chicos, pero tengo problemas con la metodología que utilizan.
-Ustedes los gorilas son muy delicados.
- Eso puede ser -responde Marcial- pero no te digo más nada, porque a esa delicadeza vos no la vas a entender nunca.
-Yo no sé si pedir que se respeten las reglas del juego previamente acordadas es ser delicado -respondo-, pero no jodamos, hasta en la AFA se procede correctamente en ese sentido. A nadie se le ocurriría un jueves -por ejemplo- cambiar el reglamento para el partido del domingo. A nadie se le ocurriría achicar los arcos, por ejemplo, porque el rival tiene buenos pateadores. Y a nadie se le ocurriría a la semana siguiente agrandarlos de nuevo, porque así le conviene a mi equipo.
-Lo fantástico de este país -observa Marcial- es que se respeta más el reglamento de la AFA que las normas de la Constitución Nacional.
-Que dicho sea de paso la quieren reformar para asegurar la reelección indefinida -apunta Abel.
-El voto a los dieciséis años va en la misma dirección -digo- suponen que van a sacar más votos y, por lo tanto, suman más diputados constituyentes.
-Igual no les va alcanzar -sentencia Abel.
-Lo que no alcance -observa Marcial- se arregla con la chequera o el apriete. Ellos saben muy bien cómo hacer esas cosas.
-Lo que nosotros sabemos es gobernar -afirma José-, y para saber gobernar hay que saber decidir y entender al pueblo, exigencia que ustedes ignoran.
-No comparto -digo.