El pueblo en la calle

El pueblo en la calle

Manifestación. Columnas procedentes de distintas zonas de la ciudad de Buenos Aires convergieron en la histórica plaza de Mayo para hacer escuchar sus reclamos frente a la Casa de Gobierno. Foto: Dyn

Rogelio Alaniz

“Lo espontáneo es el embrión de lo conciente”. León Trotski

La presidente pidió que le tengan un poquito de miedo y la respuesta de la ciudadanía fue salir a la calle. Así debe ser en democracia. A los mandatarios se los respeta, se los quiere, pero no se les tiene miedo. Salvo a los déspotas. O a los aspirantes a déspotas, que sueñan con un pueblo intimidado y miedoso.

La movilización del jueves sorprendió a todos. Es lo que suele pasar con los movimientos sociales genuinos. Políticos, periodistas, funcionarios, manifestaron su sorpresa y su asombro. El gobierno, su contrariedad. Conspirativo y algo paranoico, el oficialismo se pregunta quién está detrás de todo esto. La respuesta no debería ser diferente a la que Picasso les dio a los nazis cuando le preguntaron quién era el responsable del ‘Guernica‘. Picasso les contestó sin vacilar: ‘Ustedes‘.

Así de sencillo. Las movilizaciones del jueves fueron alentadas, promovidas y estimuladas por la señora y sus colaboradores. Ellos fueron quienes militaron con más entusiasmo para que la gente saliera a la calle. Hicieron lo posible y lo imposible. No se privaron de nada y se dieron todos los gustos. Fueron cuidadosos en las cosas importantes y exigentes en los detalles.

Ella, desde la cadena nacional, hizo su aporte inestimable. Su relato acerca de las bondades de su gobierno permitiría hablar de ‘Cristina en el país de las maravillas‘, sobre todo por su insistencia en convencernos de que una familia puede almorzar y cenar con seis pesos diarios. También hizo su aporte notable Echegaray, con su talento para transformar a la AFIP en una espada justiciera y estaquearnos a los argentinos en un miserable cepo cambiario.

El vicepresidente y ahijado político de la señora, Amado Boudou, fue decisivo a la hora de estimular a la gente. Sus aportes morales a la transparencia ciudadana son notables, y su pasado combativo y militante sin duda lo convierte en el ídolo nacional y popular que la sociedad estaba reclamando para sentirse representada.

Es por ello que, atendiendo al desarrollo de los hechos, no habría que preguntarse por qué salió la gente a la calle este jueves, sino por qué no lo hizo antes. Sobre todo, en un país donde la inseguridad se ignora, la corrupción es impune y a la pobreza se la esconde debajo de la alfombra.

Contra todas estas plagas -y a pesar de ellas- la gente decidió salir a la calle. Contra los fascinerosos de ‘Vatayón militante‘, contra la propaganda oficialista en los partidos de fútbol, contra los operadores de una reforma constitucional tramposa, contra los manipuladores de conciencias juveniles, contra la inseguridad, contra un cepo cambiario que transforma la intención de viajar al extranjero en una excursión cargada de acechanzas y peligros, contra la inflación que todos padecemos, pero para el gobierno no existe.

Las clases medias salieron a la calle sin conducciones políticas o gremiales, sin choripanes ni cajitas de vino, sin promesas de cargos públicos o recompensas parecidas. Salieron a la calle porque estaban hartos y, cumplido el objetivo, regresaron temprano a sus casas porque, como ocurre con la gente decente, al otro día debía trabajar y atender las responsabilidades cotidianas.

Semejante comportamiento, claro está, autoriza a que se los trate de gorilas, residuos de la dictadura, excrecencia social y humana. Esos fueron más o menos los términos empleados por el ‘Niño‘ Abal Medina, quien no se privó de proferir un rosario de invectivas contra la clase media, como si él fuera un sufrido obrero del soviet de Avellaneda. Y, no conforme con ello, redujo el objetivo de las movilizaciones al afán de querer viajar a Miami, una referencia turística curiosa, porque en las últimas elecciones los argentinos residentes en esa ciudad votaron masivamente a la señora.

De todos modos, no deja de llamar la atención que ataquen a la clase media consumista los funcionarios de un gobierno que ha demostrado una sorprendente pulsión por invertir en Puerto Madero, un gobierno cuyo canciller organiza una fiesta multimillonaria en Punta del Este para celebrar el casamiento de su hija, un gobierno cuyos colaboradores inmediatos han adquirido mansiones y cascos de estancias que exhiben con la indecencia del nuevo rico vulgar y prepotente, un gobierno cuyos funcionarios han multiplicado en escala geométrica su patrimonio personal, empezando por sus máximos titulares.

Ese doble discurso, esa impostura cínica, esa retórica tramposa, fue lo que empujó a la gente a salir a la calle. ¡Curiosa capacidad de valoración de este gobierno! Se enoja y se fastidia por la supuesta riqueza y vida holgada de los manifestantes, pero no dice una palabra de la fortuna de ellos. A la señora le molesta que las manifestantes usen collares, anillos, carteras y zapatos caros, pero pareciera no utilizar la misma vara para evaluar su propio vestuario. Le molesta que quieran viajar a Estados Unidos, pero ella manda a su hija a estudiar cine en Nueva York.

Tal como el gobierno presenta los hechos, pareciera que ser de clase media, pertenecer a ese universo democrático y representativo de la inclusión y la movilidad social, es ser de derecha, mientras que nada tendría que ver con la derecha enriquecerse como jeques orientales y corromperse sin culpas.

Ironías al margen, lo sucedido es una seria advertencia para el gobierno y un llamado de atención para los dirigentes opositores. Lo que estuvo en la calle el jueves a la noche fue un sector de la sociedad reclamando por derechos que, suponen, les fueron conculcados. ¿Predominó la clase media, la clase media alta, los sectores urbanos tradicionalmente reacios al relato populista? Y si así fuera ¿qué tiene de malo? ¿o pertenecer a una clase o sector social priva de legitimidad?

El relato populista necesita inventar enemigos y transformar a la política en un campo de batalla. Esa versión rudimentaria, grosera y manipuladora de la lucha de clases conduce a la fractura nacional. Por ese camino se exacerban los odios. Los argentinos ya vivimos esa experiencia y padecimos sus resultados. ¿Otra vez volveremos a tropezar con la misma piedra?

Los Kirchner suponen que representan a una mayoría que es al mismo tiempo popular y nacional. Ese supuesto el jueves a la noche fue puesto en tela de juicio. Los Kirchner son, en el mejor de los casos, una primera minoría. No es poco para gobernar en democracia, pero es nada para alentar fantasías cesaristas.

Que el gobierno no se llame a engaño. La gente salió a la calle y de ahora en adelante lo va hacer cuantas veces lo crea necesario. A las puertas y a las rejas cuesta abrirlas la primera vez, pero una vez abiertas difícilmente vuelvan a cerrarse. No está mal que sea así. La democracia necesita canales de expresión amplios. La presencia de la gente en la calle es uno de ellos. A esa presencia se la puede criticar o alabar, pero lo que no se puede hacer es desconocerla.

Se trata de una oposición social aguerrida y consistente, una oposición social que todavía no tiene articulación política, pero por ese camino no tardará en tenerla si los dirigentes opositores deciden ponerse las pilas y representarlos en serio. Hasta ahora no lo han hecho o lo han hecho mal. Ahora se abre una oportunidad para la oposición. Pero que no se confunda, al soberano no se lo representa por decreto. Esa tarea exige lucidez, coraje civil y sabiduría. También saber adónde se quiere ir.

El pasado jueves la oposición social estuvo en la calle. Fueron muchos, pero no todos. Eso también hay que saberlo, porque a la Argentina hay que hacerla con todos. O con casi todos. La gente no sale desde el 2008. Entonces lo hizo y derrotó al gobierno en la calle, en las pantallas y en el Parlamento. Fue una paliza social que no pudo traducirse en triunfo político. Cuatro años después, el gobierno tiene la oportunidad de demostrar que aprendió la lección. ¿Es lo que está haciendo? Lo dudo. Las declaraciones de sus principales funcionarios dicen exactamente lo contrario.

El ataque del gobierno a las clases medias es más que un error, es una torpeza. A esta altura del partido debería saber que se puede gobernar sin ellas, pero no se puede gobernar contra de ellas. La fobia contra las clases medias es tan perniciosa como la fobia contra la clase obrera. Quienes se internan en esos callejones, tarde o temprano concluyen en el fascismo. Los Kirchner condenan a las clases medias que nunca los quisieron, en nombre de los intereses de los trabajadores que nunca terminaron de representar, pero por ese atajo se va quedar sin clase media y sin trabajadores. Las lecciones de la historia, en este sentido, son inapelables.