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“Imaginario del Paraíso”

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“El Jardín de las Delicias”, de El Bosco.

 

Adolfo Colombres en Imaginario del Paraíso (subtitulado Ensayos de interpretación) confronta, bajo una perspectiva pasible de situarse en una antropología del imaginario, los paraísos concebidos a lo largo de la historia. Nos lleva así a recorrer los Jardines de Oriente, el Paraíso Perdido europeo, los muertos que no se van en el África Negra, la Tierra sin Mal de América y las islas lejanas.

En primer lugar estudia la Epopeya de Gilgamesh, los jardines de Babilonia (esos “jardines de los comienzos, sin barreras entre lo sagrado y lo humano”), los geométricos jardines persas, las miniaturas persas (“La descripción que el Corán hace del paraíso puede de algún modo asimilarse a estas pinturas, pero eso no terminaría de probar una voluntad explícita por parte de ellas de ilustrar este texto, que irrumpió mucho tiempo después en una tradición ya firmemente establecida”), la India antigua y el oscuro paraíso vedado, el hinduismo y la abolición del deseo, Tantra o el deseo que crea su objeto, y continúa hasta llegar a los verdaderos ápices de las concepciones de la inmortalidad en la Antigüedad, como el Egipto antiguo, El Libro de los Muertos tibetano, los jardines del Islam, China, Japón...

La segunda parte se centra en las representaciones etruscas y griegas del paraíso, los Campos Elíseos y las Islas Afortunadas, el Jardín de las Hespérides (que custodian las manzanas de oro de la inmortalidad), Roma y el reinado de Saturno (que Ovidio describe como la edad gloriosa en la que no existían leyes ni castigos, “ni jueces que juzgaran los excesos. Hombres y dioses vivían juntos, sin mayor preocupaciones, actuando según los dictados de su conciencia, iluminada por la buena fe y la virtud. No había armas ni ejércitos, tampoco fortificaciones ni navegación. Los hombres, seguros y tranquilos, gozaban de una primavera eterna”), el paraíso de Odín en la mitología escandinava, el Edén en la tradición hebrea, el Paraíso Terrenal y la expulsión.

La literatura y el arte tienen una importancia capital en esta sección. La Biblia, La Ciudad de Dios, de San Agustín, Tomás Moro y su Utopía las pinturas del Bosco, de Cranach el Viejo, de Miguel Ángel materializan las ideas y fantasmagorías que despertaron los jardines del Paraíso. Apartados especiales merecen Dante y Milton. “El tema de la ascensión mística está en otras religiones (en verdad, en menos de las que se supone), pero el cristianismo le asigna una particular importancia, como lo prueba La Divina Comedia, obra enteramente fundada en este simbolismo, en el deseo imperioso de ascender, de ir más arriba. Dante considera que la raza humana ha nacido con el único fin de subir al cielo, tal como se dice en el ‘Purgatorio’. Afirma también en ella que somos gusanos nacidos para transformarnos en mariposas”. En Milton, al aceptar someterse a la tentación de Satanás, Eva sintió efectos que eran contrarios a la idea de muerte: “Su vista se torna más penetrante, su corazón se colma de nuevos goces y esperanzas, de una dulzura diferente, ante la cual palidecían, convertidas en ásperas o insípidas, las que conociera hasta entonces... Todo fue como si recién al perder el paraíso las cosas adquirieran su sentido verdadero, y lo anterior hubiera sido sólo un simulacro o una sombra de la vida”.

La comunicación continua entre el reino de los vivos y de los muertos en el África negra, y las concepciones de inmortalidad en la américa precolombina cierran el panorama histórico, donde encontramos, por ejemplo la Tierra sin Mal de los guaraníes, el regreso a una edad de oro en la que no existen el fin ni la vejez, y que merece este comentario del autor: “Su búsqueda de la Tierra sin Mal es una apuesta a la vida en su máxima expresión, cifrada en un sueño de gran sensualidad y poesía, no una forma de negarla, de escapar de ella. Se trata de una tierra prometida situada en esta misma tierra”.

La última parte está dedicada a los mitos y experiencias referidas a las islas del Pacífico, a través de los testimonios de los viajeros, escritores y pintores. Melville y Gauguin en las islas de los Mares del Sur, Stevenson en la isla de Upala, London, Conrad y sus virajes hacia las brumas tropicales. Publicó Colihue.