El Evangelio de la “esposa” de Jesús (II)

Jesús y las mujeres

Juan Carlos Alby (*)

Tanto los evangelios canónicos como los gnósticos revelan una relación libre y cordial entre Jesús y las mujeres. Así, por ejemplo, en aquel encuentro con la samaritana que registra el Evangelio de Juan se advierte la perplejidad de los discípulos por haberlo encontrado hablando a solas con una mujer, conducta que era considerada indigna en la época por tratarse de un rabí: “En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: “¿Qué quieres?” o “¿Qué hablas con ella?” (Juan 4, 27). Por otra parte, es de inmenso valor una información recogida en el llamado Evangelio de María, escrito gnóstico que no integra la colección de Nag Hammadi, sino que forma parte del Papiro gnóstico de Berlín 8502. Se refiere a María Magdalena y se presenta a la manera de un diálogo entre Jesús y esta mujer que representa la intérprete privilegiada de las enseñanzas del Salvador, frente a los celos de Pedro, quien tipifica el bando excluyente de los varones. Según el relato, los discípulos se encuentran entristecidos por la despedida del Resucitado y entonces, “María se levantó, los abrazó [o besó] (aspázesthai) a todos y dijo a sus hermanos: ‘No os lamentéis ni aflijáis y tampoco dudéis, pues su gracia estará con vosotros y os defenderá...’. Cuando María dijo esto, sus corazones retornaron hacia lo Bueno y comenzaron a ejercitarse en las palabras del Salvador. Pedro dijo a María: ‘Hermana, sabemos que el Salvador te ama más que a las otras mujeres. Dinos palabras del Salvador que recuerdes, que tú conoces y nosotros no y ni siquiera las hemos escuchado’. María respondió y dijo: ‘Lo que os está oculto os lo comunicaré...’” (Evangelio de María 9, 6-10, 24). En la misma tradición se inscribe un pasaje del Diálogo del Salvador, documento perteneciente al códice III de Nag Hammadi. Este libro reconoce la pertenencia de María Magdalena a un trío de discípulos que se presentan por sus nombres: Mateo, Judas y María, y es distinguida por Jesús en estos términos: “Habló y pronunció estas palabras como mujer que ha comprendido completamente” (Sentencia 53). La tradición gnóstica del primer cristianismo expone sin reparos la preferencia de Jesús por la Magdalena en el discipulado, pero siempre en un plano de comprensión espiritual que trasciende cualquier interpretación de naturaleza carnal y temporal. Veamos, por ejemplo, el profundo simbolismo del beso que se hace presente en el Evangelio de Felipe: “La sabiduría denominada ‘estéril’ es la madre de los ángeles. Y la compañera del Salvador es María Magdalena. El Salvador la amaba más que a todos los discípulos, y la besaba frecuentemente en la boca. Los demás discípulos se acercaron a ella para preguntar: ‘¿Por qué la amas más que a todos nosotros?’. El Salvador respondió y les dijo: ‘¿Por qué no os amo a vosotros como a ella?’. Un ciego y un vidente estando a oscuras, no se diferencian entre sí. Cuando llega la luz, entonces el vidente verá la luz y el que es ciego permanecerá a oscuras” (Evangelio de Felipe 63 al final y 64). El simbolismo del beso se relaciona con el renacimiento espiritual en el ámbito de la perfección divina al que estos cristianos denominaban “Pleroma”. Así lo demuestran otros dos textos de Nag Hammadi: “Las emisiones divinas besaron al Padre en verdad con una potencia perfecta que las une con el Padre” (Evangelio de la Verdad 26, 28-32). “Porque cada una ama la Verdad, puesto que la Verdad es la boca del Padre y su lengua es el Espíritu Santo. El que se une a la Verdad se une a la boca del Padre por su lengua, cuando llegue a recibir el Espíritu Santo, puesto que tal es la manifestación del Padre y su revelación a sus Eones (atributos o miembros eternos)” (Tratado Tripartito I, 3 y I, 5).

Según el simbolismo trinitario que se desprende de estos elocuentes pasajes, la boca se identifica con la Verdad (el Hijo), la lengua con el Espíritu Santo (la Madre) y la figura que es besada, con el Padre. Este complejo de figuras eróticas que transmiten la idea de una unión superior a la sexual por su carácter de indeclinable, representan un crecimiento de la interpretación de Cantar de los Cantares 1, 2: “¡Que me bese con los besos de su boca!”, y de otros himnos cristianos antiguos, como las Odas de Salomón 28, 7-8: “Y la vida inmortal me abrazó y me besó. Y a partir de esta vida es el Espíritu Santo que está dentro de mí. Y no puede morir, porque es vida”.

En este elenco de textos no podemos dejar de mencionar la Pistis Sophía (Fe Sabiduría), escrito perteneciente al Codex Askewianus, traducido del griego al copto sahídico en la segunda mitad del siglo IV. Contiene los supuestos diálogos de Jesús con un grupo de discípulos sobre el Monte de los Olivos, acerca de los misterios más profundos relacionados con los momentos experimentados por Fe Sabiduría en su tránsito que incluye la caída y posterior liberación. El centro del grupo de seguidores, masculinos y femeninos, lo ocupa María Magdalena, quien formula más preguntas y revela mayor entendimiento que los demás. En el transcurso del diálogo surge una vez más la animadversión de Pedro hacia la Magdalena: “Pedro saltó hacia adelante y dijo a Jesús: ‘Señor, no podemos soportar a esta mujer que ocupa nuestra oportunidad y no nos deja hablar a ninguno de nosotros. Ella, en cambio, habla a menudo’” (Fe Sabiduría I, 58, 13; IV, 37). Finalmente, es muy esclarecedor el testimonio del Primer Apocalipsis de Santiago, en que el Salvador dice: “Te he indicado esto, Santiago, hermano mío, porque no te llamo por azar hermano mío... Tú no eres mi hermano de acuerdo con la materia... Yo, sin embargo, soy antes que tú. Ya que has preguntado sobre la feminidad. Existía la feminidad, pero no era anterior a la Feminidad” (24, 1-9).

Jesús y Santiago son hermanos pleromáticos, en la plenitud divina, como también se dice de María Magdalena. Por lo tanto, si existe una fraternidad que antecede y es diversa a la de la materia, lo mismo puede decirse de la feminidad terrestre que es precedida y superada por la Feminidad. El término “mujer” suele reservarse, en relación con el Salvador, a la Sabiduría caída o Achamot: “Le dirás: ‘No son totalmente ajenas, sino que son de Achamot, que es la Mujer. Y estas cosas las ha producido cuando hizo descender a esta generación que procede del Preexistente’”. Como puede apreciarse una vez más, se trata de una doctrina que va más allá de la sexualidad procreativa y se remonta a la complementación pleromática de los géneros masculino/femenino, varón/mujer.

Hemos podido comprobar a través de estas lecturas que cuando los textos gnósticos se refieren a la relación de Jesús con María Magdalena, jamás se la llama “su mujer (esposa)”, sino “su compañera”: “Tres mujeres caminaban siempre con el Señor: María, su madre; la hermana de ésta; y María Magdalena, que es denominada su compañera. Así, pues, María es su hermana, y su madre, y su compañera” (Evangelio de Felipe 59, 8-10).

La palabra griega para “compañera” es koinonós, y su traducción al copto es por medio del vocablo kenonos. De ahí que la expresión “mi esposa” (tahime) que aparece en el fragmento de papiro, resulta totalmente extraña al vocabulario de los gnósticos, lo que constituye, a nuestro parecer, la prueba más contundente de su falta de autenticidad.

Sobre el celibato de Jesús

Con respecto a la pregunta acerca de si Jesús era casado, ni los evangelios canónicos ni los gnósticos permiten abonar esa idea. La cuestión ya era debatida a finales del siglo I, en que se había afianzado en el ámbito cristiano cierto encratismo (rechazo al matrimonio por el contacto carnal) que obedecía a una doble influencia. Por una parte, cierto judaísmo de la época del segundo templo alentaba el celibato, según lo atestiguan autores que vivieron en ese siglo, tales como Flavio Josefo (Las Guerras Judías 2, 8, 2 y 120-21; Antigüedades de los judíos 18, 1, 5 y 18-20) y Filón de Alejandría, quien nos informa sobre un grupo de “terapeutas” (esenios de Qumrán) que vivían en celibato (De vita contemplativa). Asimismo, Plinio el Viejo menciona el celibato de los esenios (Historia natural V, 73, 1-3). Por otro lado, la fuerte influencia de Pablo de Tarso en los principales centros cristianos como los de Efeso y Roma, pudo difundir su rechazo al matrimonio manifestado en 1 Corintios 7. Su formación como fariseo en la escuela de Gammaliel, nieto del prestigioso Hillel, quien fuera fundador de una de las dos escuelas rabínicas más importante de su tiempo, le permitió captar los elementos encratitas presentes en una literatura judía que se estudiaba en aquella escuela y que sin duda llegó a sus manos, a saber, el Testamento de los doce patriarcas. El encratismo se difundió entre los cristianos del siglo II a través de Taciano de Siria, discípulo de Justino Mártir.

Resulta por demás interesante el testimonio de Clemente, uno de los cristianos más cultos que han existido, perteneciente a la escuela catequética de Alejandría en el siglo III: “Además, hay algunos que definen el matrimonio sin rodeos como prostitución, y opinan que ha sido establecido y enseñado por el diablo. Jactándose, ellos dicen que imitan al Señor, quien no se casó...” (Strómata III, VI, 49, 1).

En conclusión, el papiro que fue anunciado al mundo como una posible prueba de que Jesús estuvo casado, perece tratarse de una composición a partir de fragmentos sueltos de los evangelios gnósticos de Tomás y de Felipe, pero con un desconocimiento importante del léxico teosófico alegórico que aquellos cristianos sustentaban, de modo tal que podemos afirmar sin audacia que no es necesario esperar los resultados de la prueba de tinta para señalar su carácter espurio.

(*) Doctor en Filosofía. Prof. Titular Ordinario de Filosofía medieval y renacentista en la FHUC de la UNL. Prof. Titular de Historia de la Filosofía medieval en la UCSF.

Jesús y las mujeres

Jesús y la mujer samaritana en el pozo.