Ropa de ocasión

Las vacaciones son un tiempo diferente a todos, un no tiempo, un tiempo hermoso, breve, inasible, irreal casi- en el que somos otros, hacemos cosas diferentes, comemos otros platos y nos vestimos de otra manera. Lo malo o bueno es que vos querés después traer a tu vida y tu lugar cotidianos, algo de todo eso. Esta es una nota ligera. Y me la llevo puesta.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO. [email protected]. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI. [email protected].

Ropa de ocasión

El primer síntoma visible es el corte de pelo. Decime vos si acá en Santa Fe vas a andar con esas trencitas simpáticas rematadas con cintas de colores brillantes o con rastas. Allá, donde quieras que pudiste o te dejaran ir, nadie te observa con ojos críticos y no desentonás en absoluto. Pero acá, con las chicas de la secundaria, sobre todo la estirada de María Marta, no resistís la primera mirada reprobatoria. Y si escuchás el comentario malicioso de “che, pero qué hermosas trencitas”, directamente tenés que arremeter contra la María Martita esa e intentar clavarle el tenedor de postre en la yugular arrugada de esa yegua o estamparle un canapé en el ojo izquierdoà

Pero la ropa es una tentación irrefrenable: más discreta que el peinado o el tatuaje del caballito de mar, vos podés combinar tiempo y espacio de manera episódica y acá no ha pasado nada: volviendo al ejemplo anterior, un pareo (es común que en zona de apareo vacaciones- uno se traiga un pareo) puede ser destrozado con la mirada inquisidora de María Marta, pero vos tenés la opción de no llevarlo nada a esa reunión (pero ya estás actuando de otro modo, diferente del andar despreocupado que tenías hace un par de días, nomás, allá, en el inolvidable pero ya lejano más alláà), de ponértelo en el barrio o cuando vas a la quinta de unos amigos.

Lo común sin embargo es que uno se traiga una serie de objetos relacionados con la moda ropa, calzado, sombreros- que son y serán veraniegos: tenían sentido en su lugar de origen, pero desentonan con el lugar al que viniste y sobre todo con la persona que intenta en vano portarlos aquí. Básicamente porque son dos personas distintas: una sos vos en vacaciones y otra son vos llevando a los chicos al colegio, peleando a pura seducción carnal un pedazo de marucha buena al carnicero, haciendo mandados o reuniéndote con la jodida de María Marta.

Así que la ropa debería dividirse drásticamente en “de vacaciones” y “de todos los días”. Puede ocurrir que donde vayas además con cierta pulsión gastadora, con menos control sobre los frenos inhibitorios consumistas- encuentres ropa que se mimetice naturalmente con tu guardarropas habitual y en consecuencia a esa ropa la vas a usar sin problemas en el día a día. Pero no es ya no es- ropa de vacaciones.

Acá nos referimos a los dos pareos que te trajiste, al sombrero de ala ancha, de paja, rosado y con flores enormes; al par de vestiditos cortos, coloridos, juveniles, baratos y de dudosa confección que le compraste regateando a un señor en la playa; a las ojotas playeras con destapador; al par de cintitas trenzadas tobilleras; a las remeras con una foca, una palmera o un cucú, que empiezan a ser tan horribles como son ni bien te vas de al lado de la foca, la palmera o el cucú. Nos referimos también al pulóver de lana de merino que te compraste en el frío sur, cuando vos vivís en el tórrido norte. O a la guayabera (¡cuándo corno usaste o usarás vos una guayabera!). O a las botas tejanas: ¡cuarenta grados todo el tiempo acá y vos traés unas gruesas botas de cuero! Hablamos desde luego del chalequito rompevientos que te pareció tan chic y ahora es tan chicoà Nos referimos a esos suecos o sandalias de cuarenta y dos centímetros de plataforma un portaaviones, un edificio multicolor- que te trajiste aun contra la opinión (des)autorizada de tu marido, que atinó a decir un preventivo “¿no son muy altos?”. Y vos lo fulminaste con un “Te parecés a María Marta, vos”.

En fin, mis chiquitas y chiquitos, ya saben de qué hablo. Está esa ropa que nos obligó a comprar otra valija o bolso y a hacer fuerza y malabares para que todo entre en el auto (curioso: vamos a aligerarnos y a estar más distendidos y frescos y volvemos con más cosas, más pesados, más otra vez nosotros mismosà) y que luego se irá desapegando de nosotros hasta terminar confinada en el último rincón de placard, hasta que una o dos o tres temporadas después queda en manos de tu sobrina de trece años, que sí va a usarla. Y me voy yendo o volviendo a casa. Estoy desesperado por usar una camisa hawaiana verde, azul y amarilla que me compré hace diez años y que va a quedar bárbaro para entrevistar al embajador de Suazilandia, ni bien venga por estos pagos. Y vos, callate, María Marta.