Bergoglio, el Papa argentino

Rogelio Alaniz

Cierto orgullo nacional en estos días a los argentinos nos debería estar permitido. Orgullo o alegría, para el caso da lo mismo. Un Papa argentino no es una novedad menor para un país que necesitaba mejorar su autoestima. Se sabe que los cardenales no privilegian la nacionalidad a la hora de elegir un Papa. Por lo menos no es la principal consideración. Francisco será el Papa de todos los católicos del mundo y su condición de argentino será un dato más, y ni siquiera el más importante, pero para nosotros siempre será el Papa argentino.

Los diarios de Europa lo presentan casi como un sucesor de Juan XXIII, hablan del Papa humilde, el Papa sencillo y bueno y del posible reformador que la iglesia católica necesita en estos tiempos. Atendiendo a los antecedentes históricos, creo que se puede afirmar con escaso margen de error que el hombre que eligieron los cardenales sabrá estar a la altura de las circunstancias.

Sobre el carácter de esas circunstancias no va a ser tan fácil ponerse de acuerdo, pero sí estamos en condiciones de conocer en líneas generales la identidad de Jorge Bergoglio. En primer lugar, podemos decir que se trata de un sacerdote a quien ninguna responsabilidad jerárquica lo tentó para olvidar esa condición básica y esencial. Yo no lo calificaría de humilde, entre otras cosas porque no sé que quiere decir esa palabra que se usa demasiado y nunca se explicita, pero me gusta más pensarlo como un hombre comprometido, comprometido con su vocación y su destino, un hombre que atendiendo a su conducta y a sus propios escritos, siempre dio la sensación de ser alguien que va al fondo de las cosas, alguien que no se resigna a quedarse en la superficie, en ese espacio donde transitan las vanidades, los caprichos y las ostentaciones.

Las biografías que ahora están circulando dicen que nació en el barrio porteño de Flores, que le gusta el tango y es hincha de San Lorenzo, el club fundado por ese otro cura popular que se llamó Lorenzo Massa. No es un mal punto de partida forjarse en las culturas populares y provenir de un hogar de gente trabajadora cuyos ingresos modestos no le impidieron esforzarse para que el hijo estudiara en la universidad y en algún momento descubriera su vocación religiosa.

Con casi medio siglo de sacerdocio y haber ocupado en el país las más altas dignidades eclesiásticas, Bergoglio nunca se dejó atrapar por las burocracias y las tentaciones del boato. Por vocación, por perspicacia, pero fundamentalmente para ser leal a sus creencias más íntimas, siempre estuvo atento a las enseñanzas de la universidad de la calle. Tal vez fue esa sensibilidad la que lo motivó a estar en el acto al lado de las víctimas de Cromagnón y Plaza Once, un “detalle” que los Kirchner no supieron tener en cuenta. También es probable que haya sido esa sensibilidad la que lo impulsó a acompañar al obispo Jerónimo Podestá en sus últimas horas.

Ni autos oficiales, ni protocolos principescos que lo alejen de la gente. Las indumentarias de la jerarquía de obispo o cardenal solo usarlas en caso de necesidad, porque nada es más valioso e importante que la sencilla sotana o el discreto traje del sacerdote. No confundirse. La prudencia de Bergoglio, su estilo austero, discreto, reservado, nunca estuvieron en contradicción con su talento para el ejercicio real y efectivo del poder. Hoy no sería Papa si así no hubiera sido. Al poder -se sabe- se lo puede ejercer desde la prepotencia, la soberbia, la vanidad o desde la discreción, la modestia y el perfil bajo. Demás está decir que la opción de Bergoglio fue esta última. Como diría San Agustín: “Para vosotros obispo, con vosotros cristiano”.

Su sensibilidad “callejera” no está reñida con su pasión por los libros. Es un lector atento y sistemático, un hombre que se siente cómodo en una biblioteca acompañado de la presencia silenciosa y sugestiva de los libros. Sus alumnos de la Inmaculada recordaban que una de sus sanciones preferidas a los traviesos no eran ni las amonestaciones y mucho menos los castigos, sino la lectura de un libro y el posterior comentario en clase acerca de su contenido. Ese estilo lo mantiene. Prefiere persuadir a imponer, premiar a castigar, alentar la inteligencia que estimular la barbarie. Como todo hombre de talento, es conciente de sus límites y no tiene complejos en admitir lo que no sabe o interesarse por lo que no entiende. Su relación con el arte, la cultura y el saber es la de un hombre sensible y curioso. En su biblioteca están Borges, Marechal y Chesterton. No son malas compañías para un cura.

A su inteligencia afilada y perspicaz, le suma una probada vocación de gestión, un inusual talento para la negociación y una excepcional muñeca política. Como todo hombre que ejerce el poder y asume responsabilidades efectivas, el flamante Papa no se deja dominar por los impulsos inmediatos, reflexiona sobre el alcance de cada una de sus decisiones y es cuidadoso, muy cuidadoso en el empleo de las palabras y el ejercicio de los silencios. Sabe mandar y sabe hacerse obedecer sin levantar la voz. Por sobre todas las cosas, sabe ganarse el respeto de todos, de amigos y adversarios.

Como todo hombre religioso, su relación con la política fue y es complicada. Los Kirchner no lo quieren porque no se sumó al juego de ellos y en temas como el matrimonio igualitario los enfrentó con palabras claras y terminantes, aunque al respecto habría que decir que también fue duro contra los sectores conservadores y recalcitrantes de la iglesia. Bergoglio no compartía el matrimonio igualitario, pero estaba dispuesto a dialogar acerca de los beneficios de una asociación civil, diálogo que, por supuesto, nunca se concretó.

Los Kirchner no le perdonan su solidaridad con la movilización del campo en el 2008. En realidad, sus críticas al gobierno en esa coyuntura fueron no tanto por los errores de su política impositiva, como por su obstinación a negarse al diálogo. Siempre gestionó entrevistas con el presidente o la presidente, pero nunca fue escuchado como merecía. Es verdad que fue muy crítico de los Kirchner, pero jamás se hubiera atrevido a decirles lo que debían hacer o cómo debían gobernar, atrevimiento que sí cometió la señora cuando en lugar de felicitarlo por una responsabilidad que honra a los argentinos, se dedicó a darle una clase de “maestra ciruela” acerca de lo que tenía que hacer como Papa.

Bergoglio nunca fue kirchnerista, pero tampoco fue un opositor necio y obstinado. Visto en perspectiva, podría decirse que los Kirchner fueron más opositores de Bergoglio que Bergoglio de ellos. Así fue antes y así es ahora. De los actuales mandatarios argentinos él no aceptó su prepotencia. El hombre que conocía mucho más que Néstor y Cristina el mundo de la pobreza, no se dejó seducir por los cantos de sirena de quienes invocaban causas en las que no creían y mucho menos practicaban. Para un cura austero, la corrupción de los círculos oficiales del poder le debe haber molestado en extremo, como también la práctica sistemática de la mentira, entre otras, la de denunciarlo como verdugo de la dictadura militar. De todos modos, que los Kirchner se queden tranquilos. Francisco de aquí en más tendrá preocupaciones mucho más amplias y tal vez más complejas que dedicarse a intrigar contra los Kirchner.

¿Un Papa conservador o reformista? Como Juan XXIII podría ser las dos cosas. Por lo pronto, está claro que desde el punto de vista teológico, Bergoglio es conservador como lo son todos los cardenales que participaron de su elección. ¿Hay otra manera de ser cardenal? Hasta ahora no la conozco. En ese sentido no hay que llamarse a engaño ni alentar ilusiones livianas. En la iglesia no hay revoluciones ni cambios drásticos. Es demasiado vieja y demasiado sabia como para darse esos lujos.

Bergoglio es conservador en materia teológica, pero crítico en materia social. ¿Entrarán en contradicción estas dos variantes? No lo sabemos. De todos modos, temas como el ecumenismo, la paz y la crítica a la pobreza se mantendrán y es posible que se amplíen. Con respecto a la pedofilia y la corrupción financiera hay razones para creer que su consigna en estos temas será la de tolerancia cero. Seguramente habrá algunos cambios en el interior de la curia romana, se promoverán algunas iniciativas descentralizadoras y no sería nada raro que le ajusten las clavijas a los lefevristas, quienes a pesar de los gestos de apertura siguen empecinados en desconocer el Concilio y negar el Holocausto.

Temas como el celibato, optativo, la promoción de las mujeres o le sacramento a los divorciados serán atendidos, pero es muy difícil que haya novedades como las que esperan los reformistas. De todos modos, en estas cuestiones no conviene decir la última palabra. Al respecto, nunca hay que olvidar que el Papa Francisco es un jesuita y, según se comenta en los pasillos del Vaticano, Dios hace rato que ha renunciado a saber qué es lo que piensa un jesuita.

Francisco será el Papa de todos los católicos del mundo y su condición de argentino será un dato más, y ni siquiera el más importante, pero para nosotros siempre será el Papa argentino.

Bergoglio, el Papa argentino