Mirada carioca sobre una de las mayores preocupaciones ciudadanas

“El Estado tiene que proveer seguridad”

Pedro Strozenberg considera clave revalorizar el papel de la policía para reducir los niveles de violencia de toda sociedad. También aconseja tener bien informada a la población.

“El Estado tiene que proveer seguridad”

“En Río, estamos mejor que años anteriores pero todavía tenemos mucho por mejorar”.

Foto: Luis Cetraro

 

Mario Cáffaro

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Pedro Strozenberg fue funcionario durante dos años en el Estado de Río de Janeiro y hoy colabora en temas de seguridad desde el Instituto de Estudios de Religión en una ciudad que tiene como desafío bajar sus niveles de violencia para defender una de las principales fuentes de ingreso como es el turismo, pero también por tres grandes acontecimientos que la tienen como protagonista: la visita del Papa Francisco al encuentro mundial de la juventud en julio; el Mundial de Fútbol el año próximo y al siguiente los Juegos Olímpicos.

Licenciado en Ciencias Políticas vino a Santa Fe invitado a exponer su experiencia ante funcionarios de gobierno y también en el foro convocado por el Cemupro.

—En los últimos años han bajado los índices de criminalidad en Río; ha bajado su cultura de seguridad si bien todavía está en tasas altas, pero es la que más baja en Brasil en temas como violencia del Estado, violencia policial, violencia institucional. Estamos mejor que en los últimos años.

—¿Por qué ha bajado?

—Es la combinación de algunas acciones: entrenamiento de la policía; una política basada en metas, indicadores, monitoreo de la violencia; una renovación de la policía ya que es tan importante para disminuir la violencia como para acrecentarla, es un arma de doble filo y, una cultura de bajar la confrontación. Río trató el tema de las favelas, de la violencia, de la presencia de armas. La cultura de enfrentamiento de la policía ya no prevalece.

—Supongo que influyó mucho la droga, especialmente en las favelas.

—No diría que la droga avanza más fácilmente en las favelas; la droga está en todas las ciudades, sí allí había una combinación entre la presencia de armas y de drogas que llamaba mucho la atención y destacaba el problema. Son dos acciones combinadas, pero no necesariamente van en la misma dirección. En las favelas, hay una cierto prejuicio de la sociedad, de los medios que insistían en vincular pobreza-violencia y pobreza-droga. La droga llega a las favelas de manos de grandes distribuidores y allí se hacía el menudeo. Ganaba más presencia por los medios y los prejuicios sociales.

—¿El Estado ha entrado a las favelas?

—Sí, la venta de drogas ha cambiando, existe pero no asociada al control del territorio y al control armado. Hay un proceso de presencia de los servicios públicos y una oportunidad para buscar salud, asistencia y tener alternativas para el tratamiento de droga, además ha crecido el número de personas en cárceles, especialmente por venta de drogas. Nacionalmente, hay una política de encarcelamiento de personas pobres por vender droga.

—¿Usted es partidario de la legalización de la droga?

—No diría partidario de la legalización, pero sí partidario de una política más innovadora, transformadora, que pueda llegar inclusive a la legalización. Personalmente, soy partidario, pero no el Instituto al que pertenezco que defiende una política de drogas que sea más participativa, con mayor atención sanitaria, con menos caracterización de seguridad pero con una mirada sistémica sobre políticas sociales, de seguridad, que se combinen.

—¿El crecimiento económico de Brasil ayuda a bajar los índices de violencia?

—Creo que sí. El factor de violencia tiene efectos muy directos con la cuestión económica. Hoy, hay alternativas para los que buscan tener empleo, trabajo sostenible. Hoy es menos rentable comercializar drogas en las favelas que en los últimos años. El propio traficante gana menos y, por otro lado, si tenés alternativa económica, es un factor muy importante.

—Santa Fe y Rosario tienen altos grados de homicidios. ¿Qué mirada tiene y qué aconseja?

—Es difícil para mí mirar a las dos ciudades con altos índices de violencia si las comparo con ciudades de Brasil. Nosotros llegamos a cifras más altas. Me llama la atención que los moradores tienen una percepción de que el problema de la seguridad es el número uno. Más que los índices hay que tratar esta sensación de inseguridad que la población está percibiendo. Los índices tienen que tener una inteligencia, hacer un mapeo de dónde están, cómo tratar específicamente los casos. Hoy en la provincia y en las ciudades se puede hacer un trabajo de inteligencia para mapear y controlar esto. Lo otro es cómo la población percibe el tema de la inseguridad y hay que hacer campañas, charlas: mejor equipamiento, entrenamiento y mejor sueldo a la policía. No hay soluciones no conocidas. El problema no son las ideas; el problema, el desafío de la seguridad en todo el mundo, es la capacidad del Estado de ponerlas en práctica.

—Todos tenemos a nuestro alrededor víctimas de hechos delictivos, pequeños, pero hechos al fin.

—Admito que ven que la violencia o la inseguridad está próxima. Hay una percepción de que en un momento te va a llegar. Hay que ver el problema del desarme, droga, policía y hacer un trabajo duro y por otro lado mantener a la población informada, monitoreada, crear la conciencia de que la población se organice no para enfrentar a la violencia pero sí para conocerla y conocer cómo manejarla. Es equivocado transferir a la población la responsabilidad por su seguridad, la seguridad es una responsabilidad del Estado, el Estado tiene que proveerla pero para hacerlo hay que mantener a la población informada, educada, consciente. Es una doble acción, intervención y pedagogía.

—¿No hay soluciones mágicas?

—Hay algunas inmediatas y otras a mayor plazo. Las personas se quedan más tranquilas si tienen un policía en la esquina. Hay necesidad de distribución de policías de manera inteligente, equiparlos, darles movilidad. El Estado tiene que tranquilizar a la población transmitiendo una sensación más fuerte de seguridad y tiene otras medidas estructurales: ingreso a la policía, entrenamiento, sueldo, Justicia que no sólo juzgue sino que monitoree a la propia policía; la justicia es fundamental para transmitir a la población que vale la pena aplicar la ley. Si la Justicia no hace, entonces la Policía tampoco hace y la población no va a creer en el sistema. El sistema tiene que tener pesos y contrapesos.

—En nuestra provincia, cuesta encontrar vocación policial ya que parece más una salida laboral.

—Nosotros no tenemos ese problema. Tal vez acá tiene que ver con los espejos que la sociedad tiene de la propia policía. Depende mucho de la visión que la sociedad y la prensa tienen de la fuerza. Para tener una buena seguridad es necesario que la población valorice la actividad policial, sino es un juego de cartas marcadas donde los malos, los que no consiguen otra cosa, buscan la policía. Si queremos buenos policías, hay que tener buenos sueldos, buenos trabajos.

“El Estado tiene que proveer seguridad”

Strozenberg advierte que el otro tema sobre el que se debe trabajar es la pasión y la violencia.

Foto: EFE

Pasiones y violencia

Como la mayoría de los brasileños, Strozenberg es futbolero, simpatizante del Vasco Da Gama e intercambia chanzas con el cronista acerca de las perspectivas de cada país en el próximo Mundial que Brasil pretende darse el gusto de ganar como país organizador. En su visita a la provincia, tuvo ocasión de asistir el partido entre Newells y River en el estadio del Parque Independencia donde le llamó la atención la poca cantidad de mujeres entre la parcialidad de River y una mezcla entre los locales. “Es una lástima porque el deporte es un espacio de convivencia plurisexual”, acotó.

—¿Se ha tornado difícil la violencia en el fútbol?

—Es una pena. En Brasil, hay avances pero también exige un control muy fuerte del Estado. La tensión está puesta, pero el Estado está manejando el tema con inteligencia: salidas diferentes para las “torcidas”; hinchas que son productores de violencia son condenados y no quedan en la cárcel, pero en los horarios de los partidos deben ir a la comisaría. Son soluciones inteligentes y más efectivas pero vivimos problemas también de violencia en los estadios.

Es increíble, porque la pasión es un tema para la seguridad. Hay mucha violencia que se mueve por la pasión. Hay casos de violencia doméstica, de parejas. También en las canchas porque es un tema de seguridad pública que mueve grupos. La pasión debe ser tema de estudios de los policía, no está alejado del contexto.

—¿También tienen problemas de violencia de género?

—Sí, claro, demasiados. Hay estudios, pero sigue siendo un tema del cual la policía no sabe tratar bien. Muchas veces la policía no sabe si entrar o no en discusiones de parejas. Hay avances pero todavía es un tema que sigue con poca respuesta efectiva.

Desequilibrio

El visitante entiende que el gran desafío de Río de Janeiro es equilibrar los indicadores de violencia y para ello se necesita un trabajo más efectivo de la propia policía.

“Hay zonas más peligrosas que otras. Copacabana tiene los riesgos de Francia mientras que Costa Baja o Santa Cruz tienen riesgos como El Salvador. Hoy, (la seguridad) está mejor en todos los sitios, pero mucho mejor en Copacabana que en otros lugares. La mejora no produjo uniformidad, siguen las desigualdades. En el 2004, en Copacabana hubo 14 muertes violentas y en otras zonas llegaron a 614. El desafío es hacer un esfuerzo para equilibrar los indicadores hacia abajo”.

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