la ciudad una década después

Se cerró la brecha pero no la herida

Lía Masjoan

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Hace 10 años, el río Salado buscó su cauce desesperadamente. Desbocado, desbordado, cargado de agua por las intensas lluvias que se venían registrando en la alta cuenca, no pudo contenerse. Encontró una brecha abierta a la altura de calle Gorostiaga, donde está el Hipódromo, y arrolló todo lo que encontró a su paso. La ciudad había avanzado sobre su territorio y pretendió protegerse con defensas. Una obra que inauguró inconclusa, con un tramo abierto, el ex gobernador Carlos Reutemann.

Días antes, mientras se realizaban elecciones presidenciales, el Salado había comenzado a inundar localidades ubicadas al norte de la capital provincial y los barrios del noroeste. Pero allí, su avance fue más lento que en el suroeste, donde ingresó con furia, provocó muertes y cubrió los barrios con 2,46 metros de agua más de los que había en el curso del río. La defensa actuó como un dique y no permitió que el agua se retirara. Por eso fue necesario abrir brechas en el terraplén.

A partir de ahí, reinó el caos. Y perduró por meses. Desesperación. Tristeza. Angustia. Miedo. Confusión. Desolación. Bronca. Impotencia. Todas esas palabras juntas no alcanzan para transmitir lo que sufrió la ciudad desde aquel 29 de abril de 2003.

Las avenidas cercanas a los barrios en emergencia fueron escenario de un verdadero éxodo de personas. Predominaban los rostros desencajados, las miradas perdidas. Durante la mañana, se las vio salir con el agua literalmente hasta el cuello; cargando hijos y bultos sobre los hombros, en busca de un cantero o una vereda seca, la casa de un familiar, o un albergue improvisado. Pero a la siesta todo salió de control. El río avanzó más y recostó su orilla casi en avenida Freyre, o en López y Planes más al norte. De allí hacia el oeste, todo quedó bajo agua. Incluso el nuevo Hospital de Niños y el viejo Vera Candioti.

Los vecinos que no alcanzaron a salir, o no quisieron dejar sus casas solas, se refugiaron en los techos. Y allí permanecieron durante los más de 20 días que el agua estuvo adentro de la ciudad.

Los centros de evacuados se multiplicaron por decenas. Las escuelas se transformaron en refugios y no hubo clases durante más de un mes. Las cifras nunca fueron claras y aún hoy cuesta reconstruir la información con precisión. Recién el 6 de mayo de 2003 un organismo oficial difundió la cantidad de albergues que alojaban personas afectadas. El Ministerio de Salud provincial informó que eran 475 los centros de evacuados en Santa Fe, Recreo y Monte Vera, con un total de 62.488 personas censadas. A su vez, la Asociación Trabajadores del Estado (ATE) daba cuenta de que en la ciudad capital había 53.312 autoevacuados, pero que los afectados sumaban más de 130 mil, un tercio del total de población que en ese momento tenía la ciudad. Tal era el caos, que una semana después había 1.753 personas desencontradas.

La vuelta a casa fue otro de los capítulos desgarradores de esta historia. Cuando el agua se fue, poco quedó en pie. Los olores propios de cada hogar, los rincones preferidos, los juguetes de los chicos, las fotos, los DNI... la historia familiar se fue con el Salado. Y ahí comenzó la ardua y costosa tarea de la reconstrucción; material y personal. Algunos pudieron. En otros, la herida sigue abierta.

Diez años después, queda una enorme tarea por hacer. Se terminó la Circunvalación Oeste, un terraplén que defiende a la ciudad de norte a sur, con una recurrencia estimada en 1.000 años. Por lo que los expertos aseguran que es casi nula la posibilidad de que el Salado vuelva a ingresar a la ciudad. Y se triplicó la luz del puente sobre la autopista Santa Fe -Rosario.

El principal desafío es, entonces, preparar a la ciudad para afrontar lluvias intensas porque el terreno es plano y la defensa actúa como contención impidiendo que el agua escurra por gravedad. Y porque en 2007, los barrios del oeste volvieron a inundarse. No a causa del Salado, sino porque cayeron más de 400 milímetros en tres días y medio.

Ahora la limpieza de desagües es un trabajo de rutina, se amplió la capacidad de bombeo, se profundizaron los reservorios y hay puntos de encuentro para los que deben evacuar.

La gran deuda sigue siendo avanzar, con paso decidido y mayor celeridad, con las obras de desagües que trazó el Instituto Nacional del Agua en el Plan Director. Recién ahí la ciudad va a estar bien preparada.

Se cerró la brecha pero no la herida

La solidaridad fue la contracara de la tragedia. Los santafesinos que no se inundaron se turnaron para ayudar a los evacuados. Y toneladas de donaciones llegaron a la ciudad.