Contrapunto

Elisa Carrió: “Fue una década robada por una banda de delincuentes”

Rogelio Alaniz

—Se suele decir que todos los gobiernos son corruptos, algunos más algunos menos, pero que ello es inevitable en el mundo que vivimos. En ese sentido, ¿el kirchnerismo es un gobierno más o marca alguna diferencia?

—El kirchnerismo es corrupto y el menemismo también lo fue, pero la matriz de saqueo menemista fue la típica de los países latinoamericanos: negocios o negociados con empresas locales o extranjeras y una jugosa coima que se suele cobrar a través de las consultoras; es el caso de Siemens o IBM. El modelo de Kirchner sustituye la coima por la compra de las empresas donde son socios o dueños: el juego o el petróleo son los dos casos típicos.

—¿Y qué son entonces?

—Se trata de una suerte de privatización al interior mafioso del poder. Se trata del mayor latrocinio cometido en la historia del país por esta asociación ilícita. Sacando cuentas, la fortuna de Cristina gira alrededor de los diez mil millones de euros, una cifra tentativa, porque nunca me olvido cuando Eurnekian me dijo en voz baja: “Y te quedaste corta”.

—Compartirá conmigo que la única responsable no es Cristina.

—Por supuesto que no lo es. En la Argentina mantiene vigencia un viejo sistema corporativo integrado por partidos políticos, sindicatos y establishment económico cuya expresión fue en su momento el Pacto de Olivos.

—Donde usted participó como constituyente.

—Fui constituyente, pero critiqué el pacto. Le quiero decir, además, que mi crítica a las corporaciones no incluye a mucha gente que milita honestamente.

—¿Qué significan a su juicio los diez años de kirchnerismo?

—Se trata de una década robada por una banda de delincuentes.

—¿No le reconoce nada bueno a este gobierno?

—Absolutamente nada. A mí no me gusta reconocerle virtudes a los ladrones, sobre todo cuando le roban a los pobres.

—Si miramos hacia nuestro pasado inmediato arribamos a la conclusión de que los pueblos no suelen castigar a los gobiernos corruptos, sobre todo si a cambio le aseguran consumos diversos.

—No estoy segura que sea tan así. Además, cuando la corrupción se transforma en saqueo, los pueblos pagan las consecuencias. El problema es que los dos grandes partidos históricos son cómplices y beneficiarios de esta realidad. En el caso del radicalismo lo que lo distingue es la impotencia y en el caso del peronismo, los excesos. La UCR le tiene miedo al peronismo y se sitúa en la posición de socio menor; por su parte, el peronismo cuando asume la totalidad del poder arrasa con las instituciones. El escenario que se abre a partir de allí está signado por la violencia. Así fue en 1973 y así parece ser ahora. La convocatoria a movilizar a los jóvenes de la Cámpora para controlar los precios es una convocatoria a la violencia.

–¿Y cómo se responde a eso?

—En principio, Cristina no tiene iniciativas, huye hacia adelante tirando del mantel y con su pánico arrasa con todas las instituciones. Frente a esa situación, yo insisto en la no violencia. La mejor estrategia es no confrontar, no hacerles el juego.

—Pero sus palabras son sumamente confrontativas.

—Una cosa es la palabra y otra muy diferente la violencia física. Yo estoy en la trinchera del discurso político, no me salgo de allí. Mi arma es la palabra, pero yo no estoy armada.

—¿No le parece que en el interior del kirchnerismo hay sectores moderados?

—No lo creo. El ejemplo de Carta Abierta es paradigmático. Empezaron queriendo limpiar el modelo y terminaron embarrados.

—En la Argentina se ha demostrado que existe una fuerte oposición social, pero parecería que esa oposición no logra traducirse en una oposición política. ¿Por qué?

—El objetivo de construir ciudadanía es muy complejo. Se trata de un proceso que no es lineal, que muchas veces se pone en marcha y otras veces se detiene y retrocede. Que Cristina haya obtenido el 54 por ciento de los votos y yo el uno, es parte de lo que le estoy diciendo. Atendiendo a esa realidad es que construimos el Movimiento de Resistencia Humanista (MRH), liderado en el orden nacional por Toti Flores. No es un partido político, es un movimiento orientado a resistir al régimen.

—¿Pero usted por quién va a ser candidata a diputada en las próximas elecciones?

—Por la Coalición Cívica, pero el MRH se propone otros objetivos, porque como diría el Papa Francisco, para gobernar a este país hace falta paciencia, mucha paciencia.

—¿Y cómo se expresaría esa resistencia?

—Con movilizaciones, creando ciudadanía política. Uno de los objetivos principales es contribuir a crear una nueva clase dirigente.

—¿La que existe no le gusta?

—Para nada. Esta oposición que hoy tenemos no sirve para anda. Son cobardes, no saben jugar contra los K o reciben coimas por debajo de la mesa. No, por esta clase dirigente no doy ningún crédito.

—¿Todos son malos?

—No me refiero a los militantes sino a los dirigentes.

–¿Mario Barletta por ejemplo? Se trata del actual presidente de la UCR y usted alguna vez habló muy bien de él, además de recordar que eran parientes.

—Yo a Mario lo quiero mucho, pero sus prácticas políticas no son muy diferentes a las que critica. Peor que él, son sus asesores, algunos de ellos responsables directos de la destrucción de la UCR.

—Con usted no se salva nadie, Lilita. Binner, tengo entendido, también cayó en la volteada.

—Yo nunca dije que Binner era corrupto, como se repitió por allí. Lo que dije es que en una provincia donde Cristóbal López abre los casinos, los gobiernos reciben una coima.

—¿No le parece que para hacer política hay que ensuciarse las manos, como le gustaba decir a Sartre?

—Yo creo que efectivamente hay que estar en el barro, porque la política es el barro; pero el político profesional es el que está en el barro sin ensuciarse. No soy perfecta, soy la imperfección caminando gracias Dios, pero rechazo la hipocresía. A mí no me moviliza la envidia o el egoísmo, pero le tengo un particular asco a la mediocridad, a la enorme mediocridad de los dirigentes opositores.

—Por ese camino corre el riesgo cierto de quedarse sola.

—Una nace sola, una es sola. El coraje asusta a los demás.

—O sea que no habrá acuerdo con los socialistas.

—Depende. En Capital vamos a ir juntos. Le recuerdo que con ellos acordamos en diferentes momentos. En 2007, Giustiniani me acompañó en la fórmula. Los socialistas gracias a ese acuerdo obtuvieron muchas bancas. Después Binner ordenó romper el interbloque. No sólo ordenó romper el interbloque, sino que durante la campaña electoral ordenó a sus afiliados cortar boletas.

—¿Por qué hizo eso?

–Él es un hombre muy difícil, muy tortuoso, pero además, tengo motivos para creer que esa maniobra la perpetró en acuerdo con Cristina

—Muchos dicen que a usted hay que votarla para legisladora pero no para presidente.

—Que digan lo que quieran. Si con el 1,8 por ciento me las arreglé para seguir defendiéndolos, quiere decir que puedo defenderlos desde cualquier lugar.

—No me dijo nada de Macri.

—¿Qué puedo decir de él? Nada, nada... es un horror.

Estuvo en nuestra ciudad con motivo del aniversario de la Constituyente de 1994. Polémica, inteligente, subjetiva sin disimulos, cada una de sus opiniones justificaría un reportaje exclusivo. Sus críticas al kirchnerismo son duras y, en algún punto, despiadadas, pero algo parecido puede decirse de sus críticas a los opositores. Confronta sin evaluar los riesgos y sin importarle quedarse sola. Esa puede ser su virtud, pero es también su defecto. En la actualidad Carrió es candidata a diputada por La Capital. Las encuestas la favorecen en toda la línea, el electorado porteño siempre le ha sido leal y ya es un lugar casi común admitir que a la hora de controlar al poder, Carrió es una de las dirigentes, o la dirigente, con mayor personalidad política de la Argentina.

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La dirigente de la Coalición Cívica, en los festejos del Club del Orden. Foto: Gentileza Club del Orden