Crónica política

Si Belgrano viviera ¿sería kirchnerista?

“Estetizar la historia es una de las operaciones preferidas del fascismo”. Walter Benjamin

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por Rogelio Alaniz

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Es habitual que los políticos se inspiren en los grandes personajes de la historia. Mientras la invocación al pasado sea prudente no está mal que se empleen estos recursos. Una nación es, entre otras cosas, una galería de próceres que los contemporáneos honran a través de las más diversas manifestaciones. Bartolomé Mitre, en su momento, escribió dos grandes monumentos historiográficos que fueron las historias de San Martín y Belgrano. A través de ellas logró constituir una identidad para una nación que la reclamaba. Mitre pensó una historia para una nación que la necesitaba. De lo que no tengo conocimiento es que se haya valido de la historia para ganar la presidencia, o que se le haya ocurrido que si San Martín y Belgrano vivieran serían mitristas. Un mínimo de decoro, una dosis de honestidad intelectual y una pizca de vergüenza le hubieran impedido dar semejante paso.

Las mismas precauciones y escrúpulos han tenido todos los presidentes argentinos. Todos. El ego de Sarmiento era robusto, pero ni por las tapas se le ocurrió pensar, por ejemplo, que San Martín hubiera sido sarmientista. Julio Argentino Roca tenía sus delirios de grandeza, pero a los próceres los honraba y en todo caso no se dejaba impresionar por ellos. Hipólito Yrigoyen poseía una vigorosa mística política, suponía que su deber en el mundo era cumplir con una misión trascendente, pero con los próceres no se metía. El narcisismo de Perón era desbordante, pero en estos temas tenía un límite. Al general le gustaba retratarse montado en un caballo blanco y en 1950 sus seguidores se ocuparon de decir que entre el general de 1950 y el general que había muerto en 1850, había vasos comunicantes, pero hasta allí llegó la euforia. Perón no vaciló en bautizar a escuelas, ciudades y provincias con su nombre y el de su mujer, pero a los próceres los dejó tranquilos.

A todos estos hombres, el poder los fascinaba. No eran ingenuos y estaban preocupados por la inmortalidad, pero un mínimo de vergüenza y un máximo de sentido del ridículo le imponían un límite a su ego. Esa vergüenza y ese sentido del ridículo son los que ahora se han perdido o, más precisamente, los ha perdido la señora. ¿Los habrá tenido alguna vez?

Apelando a mi memoria, recuerdo a dos mandatarios aficionados a manipular el pasado. Uno se llama Abdulá Bucaram y fue presidente de Ecuador; el otro, Hugo Chávez y fue presidente de Venezuela. Uno está muerto y el otro fue depuesto por insanía mental. Dicho con otras palabras, no son ejemplos como para inspirarse.

Stalin tenía el delirio de creer que era una reencarnación de Pedro el Grande, pero no sé si alguna vez creyó en serio en esa fantasía. Fidel Castro se remitía a Martí pero le daba al César lo que era del César y a Dios lo que es de Dios. Además, Fidel siempre estuvo convencido de que él era más importante que Martí.

Después, lo que hay son invocaciones a los protagonistas de un pasado. Kennedy decía inspirarse en Lincoln, Clinton en Roosevelt, Kissinger en Metternicht, De Gaulle en Juana de Arco, Alan García en Haya de la Torre. Cualquiera de estas puestas en escena se distinguían por su sobriedad y recato, entre otras cosas porque sólo así eran efectivas.

No fueron éstas las consideraciones de la señora. Lo sucedido el Día de la Bandera en Rosario así lo confirma. Como bien se sabe, en política está permitido ir y volver, lo que no se puede es retornar del ridículo. Del ridículo y sus variantes: lo patético y lo grotesco. Ese paso, ese empecinamiento por cruzar la línea que separa la tragedia de la comedia, la historia de la histeria, es lo que hizo la señora.

A Maquiavelo se le atribuye haber dicho que un príncipe debe suscitar amor o miedo o las dos cosas a la vez, pero en todas las circunstancias debe preocuparse por no caer en la charca del ridículo. Esa preocupación es la que la señora decidió no tener en cuenta. Confieso, en mi caso, que los Kirchner jamás me provocaron miedo y mucho menos amor. En todo caso me preocuparon y me siguen preocupando. Pero ahora la preocupación ha devenido en un infinito y oceánico sentimiento de vergüenza. ¿Como con Menem? Como con Menem. Pero con una diferencia, el riojano fue un payaso corrupto, pero nunca pretendió ser otra cosa. Alguna vez intentó a través de las patillas y la melena alborotada sugerir que era algo así como la reencarnación de Facundo Quiroga. El entusiasmo no le duró mucho, entre otras cosas porque Facundo era un tigre y Carlos Saúl nunca dejó de ser una comadreja, la comadreja de Anillaco.

Los Kirchner, a diferencia de Menem, han pretendido jugar con valores más trascendentes. Han hablado de liberación, justicia, derechos humanos y sociedades igualitarias, para después desayunarnos con que su única pasión perdurable, trascendente y empecinada ha sido y es la que emana del poder y el dinero.

Se me ocurre innecesario probar que los Kirchner no tienen nada que ver con Belgrano, y si alguna relación hay es la que se puede establecer entre los opuestos. Asimismo, estimo que entraría en el territorio de lo delirante imaginar a Belgrano asistiendo a los actos presididos por ella o formando parte del coro servil de aplaudidores. Lo que sí importa observar es su insistencia en recurrir a la historia para legitimarse. Hoy es Belgrano, pero ayer fueron Mariano Moreno y La Gaceta. Justamente Moreno, que jugó su prestigio para ponerle un límite a Saavedra y su esposa, cuando Atanasio Duarte, el bisabuelo de los actuales aplaudidores, decidió coronar a Saavedra y a su esposa como emperadores de América.

En el interín, la señora no tuvo pudores en citar a Salvador Allende, el presidente chileno que ofrendó su vida por defender sus convicciones. Genio y figura. Comparar su rechazo al fallo de la Corte Suprema con la defensa de la Casa de la Moneda. O apropiarse del Manifiesto de la Reforma Universitaria de 1918, una gesta estudiantil que el peronismo combatió desde 1943 hasta la fecha.

La desmesura suele ser uno de los rasgos distintivos de la señora, esa desmesura que, al decir de Talleyrand, nunca debe ser tomada en serio porque es insignificante por naturaleza y, por qué no, persistentemente ridícula. Es también la desmesura la que la lleva a hablar de los dolores que le produjo el fallo de la Corte, cuando en realidad lo que debería dolerle a una presidenta que merezca ese nombre son los muertos en Once y en Castelar. Pertenece al exclusivo universo de la desmesura preocuparse por la edad de Carlos Fayt y no decir una palabra acerca de la vocación del señor Zaffaroni para jurar cargos y ascensos ante regímenes militares. Pero la señora está afligida porque Carlos Fayt tiene más de noventa años.

La señora se enoja con Lorenzetti, porque decide no ser un sirviente suyo, pero no se enoja con Oyarbide. Le ordena a sus mastines que vigilen y controlen a los jubilados que compran dólares, pero no mueve un dedo para investigar las valijas de dólares y euros de Lázaro Báez. Y lo que vale para ella, vale para sus colaboradores. El señor Aníbal Fernández se siente avergonzado por el reciente fallo de la Corte, pero su condición moral de barra brava no le mueve un pelo, como tampoco le mueve el amperímetro su condición de desfachatado comodín político.

De todos modos, nadie está en condiciones de afirmar cuál será el juicio que pronuncie la historia acerca de Ella y Él. Es probable que algunos méritos se les reconozcan, pero muy, muy por debajo de los que ellos creen ser merecedores. El futuro sigue siendo una nebulosa, pero entre tanto sabemos que las autoridades del Club Crucero del Norte, de la localidad misionera de Garupá, han decidido bautizar el estadio con el nombre de Ella. Como le gustaba decir a la amiga de mi tía: “Algo es algo”.

Los Kirchner han hablado de liberación, justicia, derechos humanos y sociedades igualitarias, para después desayunarnos con que su única pasión perdurable, trascendente y empecinada ha sido y es la que emana del poder y el dinero.