Crónica política

De Bergoglio a Milani

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por Rogelio Alaniz

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“... El militar está armado, tiene el privilegio de estar armado en medio de ciudadanos desarmados”.

Carlos Pellegrini

Yo le pediría al señor Horacio Verbitsky o a la señora Estela Carlotto que las mismas exigencias que tuvieron para con el cardenal Jorge Bergoglio las tuvieran con el general César Milani. Ni una más ni una menos. A Francisco le analizaron hasta la saliva, indagaron sobre cada uno de los detalles de su vida pública y privada y, además, no le hicieron asco a las intrigas más sucias, repartiendo -por ejemplo- carpetas y expedientes entre los integrantes del Colegio Cardenalicio para que no lo votaran.

El mismo celo no lo tienen con Milani. Ni los informes del “Nunca más”, ni las declaraciones de testigos que lo involucran en acosos ilegales y desapariciones conmovieron la pundonorosa sensibilidad de este señor y esta señora. Haciendo gala de un admirable nivel de tolerancia y ecuanimidad, ambos admitieron que no se puede juzgar sin indicios e incluso se permitieron sostener que no se debe meter a todos los militares en la misma bolsa. ¡Increíble! El calor del oficialismo les ha permitido a Verbitsky y Carlotto descubrir las virtudes de la tolerancia y la amnesia. ¡Y después están los que se niegan a admitir que este gobierno no ha hecho verdaderos milagros!

Por lo tanto, Milani no será tratado con la misma vara que fue tratado Bergoglio. La diferencia con uno y con otro no proviene de la ética de los derechos humanos, sino de las exigencias de la política: Milani es un general que ha jurado en nombre de la causa nacional y popular, adhesión que lo lava automáticamente de pecados anteriores y lo habilita a disfrutar de los generosos beneficios que el kirchnerismo otorga a sus leales.

El comportamiento de Verbitsky y Carlotto es patético. Incluso han llegado a insinuar que para 1976 Milani era muy jovencito, algo así como una tierna criatura incapaz de matar una mosca. Ni a los abogados de Alfredo Astiz, quien para entonces también era muy jovencito, se les había ocurrido semejante coartada. Por esa línea de razonamiento, a nadie le debería extrañar que Carlotto y Verbitsky adhieran a la teoría de la obediencia debida.

Los beneficios del oficialismo suelen ser inspiradores de grandes gestos. Después de todo, si Milani hizo algo malo fue por cumplir órdenes. En todos los casos su neutralidad está fuera de discusión. La misma neutralidad que mantuvo con los “carapintadas”, durante todas y cada una de sus rebeliones. ¿O acaso Rico y Seineldín no han sido fieles exponentes de ese ejército nacional que con tanta elocuencia y desenfado defiende hoy el general Milani?

Prescindamos de todos modos de lo sucedido en 1976 y 1977. Olvidemos el pasado en aras de la causa nacional y popular. Admitamos que Milani es un buen muchacho y los familiares del conscripto Alberto Ledo son personas trastornadas por el dolor e impedidas de realizar una evaluación serena de lo sucedido. ¡Seamos amplios y tolerantes como Verbitsky y Carlotto!

El propio Milani lo ha dicho con palabras señeras: “Me persiguen porque no me perdonan que intente integrar a las fuerzas armadas en un proyecto nacional”. Impecable. Palabras más, palabras menos, son las que usó Uriburu en 1930, los nazi-fascistas de 1943 y cada una de las cortes golpistas que asolaron a la Argentina hasta 1983. Si algún logro trascendente tenía esta nueva etapa democrática era que después de más de medio siglo de intervenciones militares, se había logrado colocarlos en el lugar que les asigna la Constitución Nacional.

Pues bien, el kirchnerismo está intentando volver a los viejos tiempos. En el mejor estilo “fragotero” de los años cincuenta y sesenta, los muchachos han decidido golpear las puertas de los cuarteles para disponer de un militar providencial que los apoye. Esta vez la causa que los moviliza no es la de la seguridad nacional o la defensa del Occidente cristiano. Esta vez todo se hace en nombre de los valores nacionales y populares. ¿Cómo en Venezuela? Como en Venezuela.

La experiencia del pasado nos ha enseñado que cuando las puertas de los cuarteles se abren, después se hace muy difícil cerrarlas. También se hace difícil ponerle límites. Hoy el general de turno es nacional y popular, pero mañana podrá ser liberal o conservador o lo que se le ocurra. Al respecto, nunca se debe perder de vista que cuando los militares intervienen en política, el poder, al mejor estilo maoísta, nace del fusil y no de las urnas.

El aporte del kirchnerismo será entonces el de haber convocado a los militares. Hoy, a favor de ellos; mañana no lo sé. Cuando se cambian las reglas del juego se ingresa en el territorio de la incertidumbre y el vale todo. “Profesionalismo integrado”, calificó Isabel Perón a un intento parecido con Numa Laplane. De ese profesionalismo integrado nació Videla. Pero a los muchachos kirchneristas la experiencia que más les seduce es la del Operativo Dorrego, la movilización cívica y militar protagonizada por Montoneros y uniformados en 1973, donde el que se lució para la historia fue el general Albano Harguindeguy.

¿Milani representa un retorno a los setenta? A paso redoblado. Pero también puede ser el inicio del retorno a los sesenta de Onganía. O a los años cuarenta de los oficiales del GOU. Porque en todos los casos, una de las fantasías populistas más persistentes desde 1943 o desde 1930 a la fecha, fue la de contar con Fuerzas Armadas “nacionales”, con militares no subordinados a las leyes, sino al poder político del líder.

Las intenciones de los Kirchner son evidentes: prensa oficial, Justicia cortesana y militares “populares”. El proyecto se enriquece con el aporte de empresarios nacionales. Ya lo dijo con su habitual sutileza el señor Dante Gullo: “Ojalá haya cien Lázaro Báez”. ¡Ése es el modelo nunca desmentido de empresario schumpeteriano que propician los compañeros! Ahora hace falta que algún amigo de Gullo sustente con similar elocuencia que el modelo de funcionario popular se llama Ricardo Jaime. Y ya que estamos en tren de sincerarnos, ¿por qué no evaluar como arquetipo de dirigente político noble, leal y honrado al señor Amado Boudou?

Como se podrá apreciar, el futuro se abre con la inocencia y el perfume de un pétalo de rosa. A los militares y funcionarios populares se suman ahora las transnacionales populares. Chevron es el nombre de este nuevo militante de la causa. Con su ponderado buen gusto femenino, la señora ha comparado a quienes critican el acuerdo de Vaca Muerta con la Gata Flora. La metáfora no es mucho más delicada que la que empleara hace unas semanas recurriendo a la inventiva de ese otro aliado de la causa que se llama Maradona.

El kirchnerismo, en este sentido, es infatigable y desconcertante. Ayer, Él y Ella levantaron entusiasmados las manos para apoyar la privatización de YPF; luego, Ella, con el mismo entusiasmo, ponderó los beneficios de la estatización; y ahora, con idéntica pasión, descubre los aportes de Chevron al “relato”. ¡Caprichos de la historia! Chevron pertenece a la familia de la Standard Oil, la misma empresa con la que Perón en 1955 intentó acordar la explotación del petróleo y que dio lugar a que Arturo Frondizi hablara de la “marca física del vasallaje”. O que Adolfo Silenzi de Stagni dijera que “ningún jeque, califa o sultán de Medio Oriente ha entregado hasta ahora una concesión parecida”.

¡Maravillas del relato! Por gracia de Chevron, el kirchnerismo recupera, por si alguien tenía alguna duda, su más clara y resplandeciente identidad peronista. ¡Que nadie se asombre! Ser peronista, al final de cuentas, es una manera jubilosa de no creer en nada y estar dispuesto a hacer de todo.

Una de las fantasías populistas más persistentes desde 1943 o desde 1930 a la fecha, fue la de contar con Fuerzas Armadas “nacionales”, con militares no subordinados a las leyes, sino al poder político del líder.