Crónica política

Un mundo feliz

Un mundo feliz

por Rogelio Alaniz

“El futuro pertenece a las masas. O a quien se lo sepa explicar”. Daniel Bell

Martín Insaurralde y Sergio Massa se parecen hasta en los detalles. Sus biografías son similares y su manera de entender la política también. Encontrar una diferencia significativa entre ellos es una tarea que ni Mandrake el Mago se animaría a asumir. Que uno sea el candidato del oficialismo y el otro de la oposición, es apenas una circunstancia. Podrían invertirse los roles y el resultado sería el mismo. Lo único que los diferencia son las expectativas acerca de los beneficios del poder. Después, como diría el Jefe, “peronistas somos todos”. Y lo son los candidatos y la claque que se acomoda detrás de ellos.

Nunca se sabrá a ciencia cierta si Daniel Scioli es kirchnerista o si Massa ha decidido pasar a la oposición en serio, o si Insaurralde es conservador o nac&pop. Lo seguro, en todo caso, es la identidad peronista de los personajes. No los une el amor ni la lealtad a la señora, los une el peronismo. Lo demás son circunstancias tácticas de una misma estrategia. Yo no sé si Massa cuando llegue al poder hará algo diferente de lo que hizo la señora. De lo que estoy seguro es de que los que estarán a cargo de esa tarea serán los mismos que desde las sombras trabajaron antes de ayer para Menem, ayer para Duhalde y hoy para los Kirchner.

Volvamos a Insaurralde y Massa. La declaración política más compleja que han elaborado es la siguiente: “Gobernar es solucionar los problemas de la gente”. Scioli piensa más o menos lo mismo. Y Macri también. El titular de una ONG podría decir algo parecido sin necesidad de candidatearse a nada. Años, décadas de desarrollo de la teoría política, de estudios acerca de la factibilidad de los sistemas y las estructuras; años y décadas debatiendo sobre las relaciones entre el Estado, la sociedad y el mercado, para arribar a la conclusión de que gobernar es solucionar los problemas de la gente.

Del poeta Giuseppe Ungaretti se afirmaba que disponía del talento de cargar a seis palabras con una intensidad poética capaz de hacer vibrar el universo. Con el perdón de Ungaretti, algo parecido podría decirse de estos caballeros. “Gobernar es solucionar los problemas de la gente”. ¡Qué fácil que había sido! Daniel Bell, conservador y liberal, y más de una vez situado a la derecha de su tiempo, admitía que la peor derecha que le podía tocar en suerte a un país era la que prometía gobernar sin ideas. Scioli, Massa o Insaurralde no lo saben o no quieren saberlo, pero es la experiencia histórica la que ha enseñado que reducir la política a la gestión o la administración de las cosas, ha sido una de las utopías más frustrantes. Utopía tramposa, si se quiere, porque lo que ellos presentan como una conclusión es apenas un punto de partida. Y a veces ni siquiera eso.

El peronismo se prepara para sucederse a sí mismo. Lo hace con desparpajo ante la mirada impotente de la oposición y la atonía de la opinión pública. Julio Bárbaro, sin ir más lejos, presenta a un Juan Domingo Perón tan tolerante, pluralista y republicano, que a su lado Lisandro de la Torre es un demagogo irresponsable y Arturo Illia un déspota oriental. De todos modos, la historia de los últimos veinte años ha sido aleccionadora. A Menem lo sucedió Kirchner, “el gobernador más obsecuente que he tenido durante diez años”, dijo el riojano. Después se pelearon por las tajadas del poder y ahora se volvieron a amigar. A veces los dividían las “Veinte verdades”, otras veces las interpretaciones acerca de algunos artículos del Código Penal. Como se sabe, la sumisión de Kirchner al Menem de otros tiempos ha derivado en la sumisión de Menem a los Kirchner de ahora. Como se dice en estos casos: una mano lava a la otra, y entre las dos nos lavamos la cara. O como reza la “marchita”: “Todos unidos triunfaremos”. En todos los casos, a este culebrón de complicidades y refriegas, a veces divertidas, a veces mafiosas, el filósofo peronista José Pablo Feinmann ha decidido calificarlo como “la persistencia de una obstinación argentina”.

Nos gusten o no, éstos son los tiempos que nos han tocado en suerte. Tan singulares son las circunstancias, tan novedosas y desconcertantes, que por primera vez en muchos años el discurso del Papa está cómodo a la izquierda de los caciques políticos. He aquí un hombre al que jamás se le ocurriría decir que gobernar es resolver los problemas de la gente; o que la política, en el sentido más trascendente de la palabra, no debe diferenciarse demasiado de lo que hace una ONG.

Con el olfato infalible de quien está entrenada para correr detrás de las modas, la señora comparó a Néstor con Francisco. Y ahora viaja presurosa a Brasil para que el Papa los bendiga a ella y a Insaurralde. Resulta innecesario recordarle a la señora las miserabilidades patéticas del pasado en su relación con Bergoglio. Aunque no estaría de más advertirle las condenas del Sumo Pontífice a la corrupción y a los abusos del poder. Es que, como dijera un cronista, el Papa seguramente usó el mate que le regaló la señora, pero a juzgar por sus actos, esta buena mujer no ha leído el documento de Aparecida que le obsequió el Papa.

Quien se ha llamado a silencio sobre estos temas es el señor Horacio Verbitsky, el mismo que desplegó una actividad febril para comprometer a Bergoglio con el terrorismo de Estado. Pero el silencio de Verbitsky no sólo se redujo a no mencionar al Papa en sus escritos, también se extendió de manera estruendosa respecto de los antecedentes del general César Milani.

Hace un mes, o algo más, el titular del Cels defendió la promoción de Milani. No sólo lo defendió, sino que descalificó a quienes osaron decir que su protegido podía estar vinculado con la desaparición de personas. Esta semana, el Cels admitió que, efectivamente, Milani no era trigo limpio. Algunos colegas ponderaron la actitud de Verbitsky. Yo no comparto tanto entusiasmo. Que el máximo titular del Cels, por miserables especulaciones de poder, se quede callado durante un mes, es una imputación política ilevantable. Así planteadas las cosas, hay buenas razones para creer que la reciente respuesta de Verbitsky contra Milani no proviene de la lealtad a un ideal sino de la conveniencia o de las presiones ejercidas por los propios militantes del Cels.

Pero admitiendo que efectivamente se hayan confundido con Milani, lo que queda pendiente es el empecinamiento de Verbitsky y los operadores del oficialismo en politizar a las Fuerzas Armadas, en transformarlas no en el brazo armado del Estado, sino en el brazo armado del gobierno. ¿Lo podrán hacer? No lo creo, pero sí creo que están tratando de hacerlo. En esa persistencia, el peronismo no hace más que ser leal a una tradición forjada desde sus orígenes. Sesenta años de historia política nos demuestran que el peronismo en el poder somete al Poder Judicial, se propone perpetuarse en el gobierno, persigue a la prensa que lo critica e intenta partidizar a las Fuerzas Armadas. Es lo que intentó hacer en su primer gobierno, algo parecido quiso hacer Cámpora con Carcagno, e Isabel con Numa Laplane y, como para no perder la costumbre, es lo que ahora hacen con el general Milani.

Que este señor viva en una residencia millonaria y esté sospechado de vínculos con la represión ilegal, para el gobierno de la señora son datos menores, anécdotas irrelevantes. Ya lo dijo esa otra aliada leal y bien retribuida del oficialismo que es la señora Estela de Carlotto: “No todos los militares que están en el ‘Nunca más’ son genocidas”. ¡Impecable! Impecable y muy coherente.

Con el olfato infalible de quien está entrenada para correr detrás de las modas, la señora comparó a Néstor con Francisco. Y ahora viaja presurosa a Brasil para que el Papa los bendiga a ella y a Insaurralde.