Preludio de tango

“Nada”

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Julio Sosa hizo una inolvidable versión de “Nada”, en diciembre de 1963.

Foto: Archivo El Litoral

 

Manuel Adet

“Nada” es un tango que reitera con particular talento e inspiración poética el retorno del hombre a la casa del primer amor. La letra es de Horacio Sanguinetti, el autor entre otros éxitos de “Gitana rusa” con música de Juan Sánchez Gorio, “Moneda de cobre” con Carlos Viván, “Tristeza marina” con Dames o “Viejo cochero” con Eduardo Bonessi. La música de “Nada” la compuso José Dames, un exquisito compositor autor de, por ejemplo, “Tú” de José María Contursi y “Fuimos” de Homero Manzi.

El poema fue escrito en 1944 y se considera uno de los tangos más grabados por diferentes formaciones musicales. En lo personal, lo descubrí a través de la inolvidable versión de Julio Sosa de diciembre de 1963. Lo acompañó en la ocasión el gran Leopoldo Federico.

“Nada” fue interpretado, también, por Alberto Podestá, Roberto Goyeneche y María Graña. La “Negra” Mercedes Sosa se le animó en algún momento acompañada por Silvia Lallana. Algo parecido hicieron Juan Carlos Baglietto y Caetano Beloso. El poema daba para todos los tiempos y todos los tonos, y la música se complementa magistralmente con él.

Decía que el tango narra el retorno típico del hombre al barrio y, en este caso, a la casa. Hay excelentes poemas referidos a esta escena. Pensemos por ejemplo en “Las cuarenta”, “Tan sólo por verte”, “La casita de mis viejos”, “Vieja casa”, “Cuando era mía mi vieja”, por mencionar los que en este momento me dicta la memoria. Capítulo aparte son aquellos tangos en los que la que regresa al amor abandonado es la mujer. Valgan como ejemplos ilustrativos “Lo que vos te merecés”, de Abel Aznar y Carlos Olmedo ,“Volvió una noche” de Alfredo Le Pera y Carlos Gardel.

En el caso de “Nada” el retorno es el barrio, pero en particular a la casa de la primera novia. El regreso es el de un hombre vencido, derrotado, agobiado por la pena y los fracasos. Es un clásico en las letras de tango esta imagen del retorno. “Locuras juveniles, la falta de consejos”, dice Enrique Cadícamo.

“He llegado hasta tu casa, yo no sé cómo he podido, si me han dicho que no estás, que ya nunca volverás si me han dicho que te has ido”. La primera estrofa es toda una declaración de principios. El retorno es particularmente amargo, porque sabe de antemano que “nada” volverá a ser como antes. “Cuanta nieve hay en mi alma, qué silencio hay en tu puerta, al llegar hasta el umbral un candado de dolor me detuvo el corazón”. La imagen de la nieve para referirse a la vejez, la soledad y el paso de los años no es original, pero está puesta en el lugar adecuado.

La estrofa principal es sin lugar a dudas el momento de mayor intensidad poética. Es original y dolorosa hasta la exasperación. Allí no hay lugar a esperanzas ni posible retorno. Todo es definitivo y se parece a la palabra que titula el tango: “Nada”. Dicho sea de paso, uno de los mejores títulos del género, un título que representa al poema y, al mismo tiempo, lo enriquece.

“Nada, nada queda en tu casa natal. Sólo telarañas que teje el yuyal. El rosal tampoco existe y es seguro que se ha muerto al irte tú. ¡Todo es una cruz!. Nada, nada más que tristeza y quietud. Nada que me digas si vives aún ¿Dónde estás para decirte que hoy he vuelto arrepentido para buscar tu amor?

Existen muchísimas letras de tango que evocan la mujer ausente y el amor perdido. En esos lamentos están los mejores y los peores logros de la poética tanguera. “Nada” pertenece a los mejores. También a los más demoledores. En algunos tangos siempre queda abierta una esperanza o una resignación. Aquí no hay “nada” de eso. Hay tangos en que el hombre deja la puerta abierta porque lo domina la ilusión de que ella puede volver. En “Nada” no hay retorno posible del amor. La palabra se reitera en varias ocasiones, es un estribillo, una letanía, pero sobre todo, un lamento y una profecía.

“Ya me alejo de tu casa y me voy ya ni sé dónde. Sin querer te digo adiós y hasta el eco de tu voz de la nada me responde”. La sensación de vacío se mantiene, se empecina. El regreso a la casa es un ritual, pero un ritual sin esperanzas. Él no esperaba encontrarla, no esperaba recuperar el amor, esperaba lo que encontró: ruinas, vacío, soledad. Se aleja de la casa pero no regresa a la comodidad de un hogar bien constituido, de una confortable vida burguesa. “ay me voy ya no sé dónde”, es una confesión y un destino.

“En la cruz de tu candado, por tu pena yo he rezado y ha rodado en tu portón una lágrima hecha flor de mi pobre corazón”. Me gusta la relación del candado con la cruz y esa improvisada oración, nacida más del desconsuelo que de la fe. En esta estrofa hay un dato sobre ella que merece reflexionarse. Allí se habla de la pena de la mujer. No se trata entones de un amor roto por una traición femenina, la clásica traición de la mujer descocada, inconstante o tonta. Acá hay un silencio y una culpa. El que traicionó, el que fue infiel o ofensivo fue él. Un logro del poema es esa capacidad para sugerir, para trabajar los puntos suspensivos y los silencios. ¿Qué hizo o le hizo él a ella? ¿Qué ofensa le infligió? Preguntas para hacerse que quedan pendientes o liberadas a nuestra propia interpretación, pero que rompen con la tradición que dicta que en el tango la mala siempre es la mujer.

Hay un cuento de Roberto Arlt que trabaja esta pena, esa culpa o arrepentimiento. Me refiero a “Esther Primavera”, y como a la hora de establecer asociaciones todo puede estar permitido a condición de dar algunas pistas relevantes, no me está vedado imaginar que el personaje de “Esther Primavera” -el mejor cuento de Arlt- es el mismo de “Nada”. No tengo pruebas documentales para certificar lo que digo, pero estamos en el campo de la poesía y el tango, no del derecho y la ciencia jurídica.

La interpretación de Julio Sosa se ajusta a todos estos requerimientos. Sosa logra convencernos de que es él que regresa al barrio. Es como si lo imagináramos con su pinta tanguera caminando por las calles del barrio hasta llegar a la ruina de la casa. Sosa dispone de un particular talento para referirse a estas historias donde hay un hombre apenado pero entero, desesperanzado pero sobrio en su dolor, recorriendo las calles de su vida. Pensemos por ejemplo en “María” de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo y ese increíble recitado que lo precede con la voz del “Varón”. O en “Volvió una noche”, el O en “Tan solo por verte” de Alfredo Lorenzo y Fernando Horacio Cabarcos, y “Cuando era mía mi vieja” de Juan Tiggi y Pascual Mamone. En todos los casos, la voz de Sosa se identifica con su pinta. Es como si uno estuviera viendo una película, una película donde el actor principal es Sosa.