Crecer de golpe

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Julián López.

Foto: Vivian Ribeiro

 

Por Cecilia Romana

“Una muchacha muy bella”, de Julián López. Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2013.

Hay algo poético en la fantasía de no crecer. Hay lirismo en la obsesión de mantener la infancia encerrada en un cofre, para instituir el panóptico hacia la belleza pasada, esa que nos rodeó en un momento idílico. Julián López es poeta y, quizás por eso, su primera novela transmite ese lirismo de las cosas que se observan silenciosamente, de lo que se admira desde el interior, una exaltación que no muta. Dentro de esos parámetros se mueve el protagonista de Una muchacha muy bella.

López nos sitúa en una época, pero no lo hace deliberadamente, sino enmarcando el amor profundo que siente el personaje de su libro hacia una madre que es, efectivamente, esa muchacha demasiado bella.

El mundo donde transcurre, o se desarrolla, más bien, esta relación, es un escenario con telón de fondo, con escenografía de chocolatines Jack, o cigarrillos 43/70; una foto del Che; los héroes de “Titanes en el Ring” que se presentan en un club. En ese marco, el chico también el narrador-, observa a su madre como si no hubiera nada más que observar, y disfruta de esa íntima observación locamente. El chico paladea la belleza de no crecer, sin conciencia de que la degustación llegará a su fin. El chico va embelesado de forma tal, que no hay intención, ni momento indicado para espetar las preguntas de rigor. Es tan delicada la escritura de Julián López, tan rítmica y cálida, que el lector llega a tomarle afecto al protagonista, sobre todo porque no ignora que la infancia termina rápido, cosa que aquél no sabe o prefiere desconocer.

Lo cierto es que cuando el sueño termina abruptamente, el golpe se siente hasta en los huesos. Esa madre, la muchacha tan bella, la misma que López dibujó delicadamente, con lentitud de artista oriental, se esfuma. No está claro cómo, pero llega el momento en que el hijo se queda huérfano. Las pistas llevan a pensar en un secuestro, aunque no es el porqué de la desaparición lo que importa, sino lo que esa ausencia desencadenará en el libro.

El presente que narra López en Una muchacha muy bella, es oscuro. En el hoy aparece un niño-relator que, despojado de su columna vertebral, desbarrancó en muchos aspectos de su vida, más que nada en la faz emotiva. López no explica demasiado, pero vuelve a trazar, a través de calmosas descripciones, el perfil de quien ya no es un chico: ese hijo de la muchacha muy bella convertido en un adulto.

Lo cierto es que este adulto no lleva una existencia agradable. Vive en pareja con una muchacha, sin embargo conoció el amor en otra mujer, mayor que él y que es resabio del pasado. La experiencia del amor para el protagonista es la de un vínculo selvático, carnal, pura pasión desencadenada por un cuerpo que era capaz de contenerlo.

La tragedia de la novela está contada con levedad, sin sobresaltos. Tanto es así, que hasta podría llegar a pasar inadvertida en una lectura veloz.

Es que Una muchacha muy bella no es libro para leer a los apurones. Todo lo contrario, es un libro para saborear completamente.

Desde el equilibrio poético con que ha sido escrito, hasta la fina descripción de los avatares del protagonista; partiendo de la sospecha de lo que ocurrió con esa madre, hasta la utilización de un vocabulario intocado en la voz de ese hijo, Julián López cuenta con belleza, ritmo y angustia, lo que significa crecer de golpe.

“Una muchacha muy bella” se presentará el sábado 7, a las 20, en el marco de la Feria del Libro, en la Estación Belgrano, juntamente con “Beya. Le viste la cara a Dios”, de Gabriela Cabezón Cámara e Iñaki Echeverría, ambas novelas publicadas por Eterna Cadencia.